Como se podrá intuir de varios posts de ambos blogs, las vanguardias artísticas fueron y siguen siendo muy importantes para mí. Y el Surrealismo es quizá la que más (sólo por debajo del Expresionismo, mi favorita). Por ello, el entusiasmo que sentí cuando conocí el disco Del surrealismo, la picaresca y el humor de José de Molina y Los Nakos, fue muy grande. Varias rolas me perecieron, y me siguen pareciendo, las que se acercaron más en la música mexicana a la verdadera esencia surrealista. Y entre todas las del disco, sin duda las de José de Molina eran las más cercanas a su estética y a su propuesta artística. Conocía a Los Nakos en ese momento de mi juventud universitaria. Pero ni idea de quién era José de Molina. Canciones como La lúdica mujer impúdica, El menú del marqués y Canto a tus vísceras (como ya conté, musicalización de Soneto de tus vísceras, poema del argentino Baldomero Fernández Moreno) me deslumbraron por su ingenio y frescura, pero sobre todo por el extraordinario manejo de la elipsis, que ocultaba extraordinariamente toda la riqueza irónica de su fondo, a través de imágenes muy osadas, hechas con combinaciones extravagantes de los elementos metafóricos. Por ello, de inmediato traté de conseguir más material del desconocido José de Molina. Me llevó tiempo (era una época mucho más marginal para la expresión musical y artística no comercial). Pero cuando lo conseguí, viví uno de los mayores desencantos que recuerdo hasta la fecha. Si en el análisis de D. F. blues de Follaje hablé de los músicos One hit, en el caso de José de Molina de plano tenemos que hablar de un músico One disc, o peor aún: Half disc (y eso si tomamos en cuenta el LP original, porque después lo reeditó, e incluyó canciones ya de este estilo panfletario, rompiendo, además, el concepto surrealista del disco), dado que la mitad del disco mencionado es creación de Los Nakos. ¿Por qué? Porque todos los méritos que encontré en el disco simplemente no existían en los demás. El mayor de todos, ese extraordinario manejo de la elipsis, había sido borrado totalmente, y en su lugar me topé con el peor estilo panfletario y reiterativo. Si ya Los Nakos me parecían música para preparatorianos en pleno estreno de su politización sin refinar (y por ello, su participación en el disco fue también grata sorpresa, aunque menor), en el resto de la obra de José de Molina encontré un desequilibrio absoluto, una creación en la que el fondo era lo único existente, y tan transparente, que la emoción se obtenía de manera facilista, sin ningún refinamiento realmente analítico. Como persona de izquierda que fui, soy y seré siempre, me parecen innegables la mayoría de las críticas que encontré en ese material. Pero una verdad igual puede ser simplona, ramplona, básica, y esas características la terminan convirtiendo en lo que los incapaces de analizar no ven: inofensiva. Un perro rojo ladrándole furioso a un Rolls Royce. Y nada más. Yo respeto (y ejerzo fuertemente) la crítica política. Pero también respeto el arte. Y sacrificar el tercio más importante del componente artístico: la forma, en aras de un mensaje evidente, fácil, es no respetar nada al arte. Yo puedo llegar a respetar la fe que una persona humilde y bien intencionada tiene en un Dios que le reporte consuelo, guía ética y esperanza. No la comparto en absoluto, pero puedo respetarla. Pero de ninguna manera respeto el comportamiento de la Iglesia, de censura, culpa creada, dogmatismo, intolerancia a la diferencia sexual e ideológica, anacronismo y megalomanía de creerse poseedora de la verdad divina. La ideología de izquierda es mi ideología. Pero como en el ejemplo anterior, no me parece respetable el cine propagandístico del Realismo socialista, ni el calificativo ignorante de música reaccionaria al rock, ni los análisis superficiales, dogmáticos y maniqueos de la realidad. Mucho menos, por sobre todas las cosas, usar al arte como medio, sea cual sea su intención. Imagino que la intención de José de Molina fue siempre honesta, sincera y realmente sentida. Considero que fue valiente al expresarla en un momento tan adverso en la historia del país. Comparto el fondo, a grandísimos rasgos (en los detalles críticos hay mucho que delimitar), de su postura ideológica y de su crítica sociopolítica. Pero todos esos elementos son de la persona, no de la obra, y por lo tanto, son y deben estar, ajenos a la creación de obras de arte. Sin duda el arte conllevará o propiciará una crítica. Sin duda expresará una ideología, una ética y hasta una ontología. Pero siempre como consecuencia indirecta, no como objetivo, justo porque verlo de la otra manera propicia desequilibrios imperdonables para un artista, como ocurre en el resto de la obra de José de Molina. Para lo otro, como dije ya en otro post, están la tribuna, el templete, el artículo de fondo y el resto del periodismo, la caricatura política, un blog como éste, la cátedra y aun el púlpito. O la simple conversación. Todos medios. No el arte, que, también como ya expliqué, es un fin.
Pero la opinión que me inspiraron las rolas de José de Molina en Del surrealismo, la picaresca y el humor la sigo sosteniendo. Y de ellas, Pasitas es la que mejor refleja el espíritu surrealista, a la vez que el rockero, por más que no se trate de un rock (de todo el disco, hay sólo un rock auténtico, El asesino de la televisión, además de una especie de híbrido entre bossa nova, fox trot y aires rupestres: La modista, pero ambas canciones son de Los Nakos). Mucho de su espíritu rockero más allá del ritmo está en su tema. De manera muy inteligente, José de Molina oculta el fondo, mediante las imágenes insólitas y ácidas, de ruptura lógica permanente. Seguramente inspirado por el último verso del Soneto a tus vísceras que musicalizó, José de Molina imita el recurso, al concentrar toda la carga semántica en una sola línea oscura, que devela sin develar, al exigir una interpretación esforzada al escucha. Sólo ésta permite relacionar la frase directa “¿pasitas? —yo me preguntaba—, ¿en dónde compré pasitas?”, aparentemente aislada, con el resto de la letra, deforme y alucinada. Y justo el fondo escondido es el cercano al rockero, porque cuando comprendemos que todo ese paisaje aterrador e imposible lo crearon esas “pasitas”, sabemos que el tema de los paraísos artificiales de Baudelaire está ahí de nuevo (debido a la existencia de un sentido, de nuevo hablamos de una rola de influencia surrealista, en este caso al máximo, pero no de Surrealismo puro). Si Roberto González trató el tema de manera casi ontológica en Lentejuelas, y Grace Slick de Jefferson Airplane armando la gran analogía con Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carrol en White rabbit, aquí José de Molina lo hará desde la ironía y el jugueteo con metáforas, prosopopeyas, comparaciones y oposiciones lógicas (Trolebús tratará exactamente lo mismo después en Cuando la sicodelia llegó al D.F., pero de manera mucho más liviana y evidente, aunque plenamente rockera), que arman una atmósfera de irrealidad y aun de pesadilla, pero que la frase climática citada recargará de farsa y humor, justo al escoger la interrogación retórica, casi ridícula, muy bien apoyada por la angustia bufa de la voz de José de Molina. Por su parte, precisamente el estilo de las imágenes de Pasitas es el que la acerca a la estética surrealista, y no el tema, como podemos ver al compararla con otra rola que trata lo mismo, pero con otro estilo literario, igualmente irónico, pero no absurdo: Dr. Robert de los Beatles, y aun con la mencionada Lentejuelas, que no lo hace desde el humor ni las oposiciones lógicas. Mucho más cercana al lenguaje de Tiempo de híbridos de Rockdrigo, Surmenache de Mamá-Z e Invención para tragafuegos y cuarteto rupestre de Armando Rosas, Pasitas se diferencia justo por esas oposiciones, que vuelven irrevocablemente quiméricos a los personajes y las descripciones, como en los cuadros de Remedios Varo y Leonora Carrington, pero sobre todo los objetos imposibles de Jacques Carelman y las figuras imposibles de Maurits Cornelis Escher. Así, José de Molina nos lleva por un paseo de onirismo negro, totalmente estrambótico, jugando con nuestros referentes mentales, al trastocar al límite los significantes, con una inteligencia y un control literario muy logrados, que resalta la lástima de su posterior cambio a la frase obvia y sin trabajo retórico.
Pero todo el espíritu rockero de la letra y del tema de Pasitas no aparece en la música. José de Molina, absoluto trovador, en realidad cantor de protesta puro, realiza una parodia de un tango (recurso que utilizaron, por ejemplo, Chava Flores y hasta Cri-Cri). El bandoneón (o en su defecto, el acordeón tocado con técnica de bandoneón tanguero, no es fácil diferenciarlos) entrecortado, junto con la estructura básica de sólo cuatro acordes (la tónica menor, su segunda y su tercera, más el puente en séptima entre las dos últimas), enmarcan la canción en ese ritmo. El único adorno es una pequeña bajada de tres semitonos inmediatos después de las frases climáticas mencionadas, un recurso muy poco habitual (sólo recuerdo otros dos casos, uno de Lucerna Diogenis en Estrella fugaz, y otro, más rápido, en Azul de Real de Catorce), que aporta una originalidad discreta, pero muy atinada, porque es el pequeño símil disonante de la transgresión lógica de la letra. Escoger el tango, ritmo recargado, de esencia trágica y aun melodramática, posibilita muy bien esa ironía, al contrarrestar la angustia con su motivación absurda, mundana. Todo esto lo apoya, como ya dijimos, la precisa voz de José, grotesca, llorosa infantil y risible. Todos estos recursos musicales apenas y sugieren una posible y mínima influencia del rock, básicamente en la actitud irreverente, pero en realidad muy forzada. No obstante, podemos verla así al considerar que ni esa conservó José de Molina en el resto de su carrera. Pero sin duda la enormemente disfrutable e ingeniosa Pasitas es piedra angular del único disco plenamente rescatable de un autor que se malogró, al no comprender nunca que el arte no se debe poner al servicio de nada que no sea la calidad.