25 de junio de 2011

TIJUANA


Letra, música e intérprete: Rafael Catana.
Disco: El Nagual.




En el anochecer, Tijuana aparece.
Sudando a mares,
el amor se despide en silencio,
y este sol paladar,
y todo el rubor de una mujer
fronteriza,
y todo el rubor de una mujer
fronteriza.

Tengo el pelo largo,
y nada que ver con tus recuerdos:
1943, rumbo a San Francisco,
el hambre de amor,
un traje negro,
los amores idos
y venidos,
los amores idos
y venidos.

En el anochecer, Tijuana aparece.
Sudando a madres,
el amor se despide en silencio,
y este sol paladar,
y todo el rubor de una mujer
fronteriza,
y todo el rubor de una mujer
fronteriza.

Y todo el rubor de una mujer
fronteriza,
y todo el rubor de una mujer
fronteriza…




Al contrario del post anterior, muchas veces no son los detalles de un traslado los que impactan la sensibilidad del artista, sino lo contrario: su riqueza compacta en un solo lugar, lo sorprendente de ese hacinamiento tan variado, complejo, contradictorio y aun caótico, en tan poco terreno. Que la belleza y lo deforme puedan latir al unísono bajo la costumbre, el sincretismo, los ritos, el clima salvaje, etc., siempre desestructuran cualquier lógica inmóvil, asentada. De ahí la riqueza de los viajes, de confrontarnos con otras culturas. Pero no es necesario ir a otro país (lo que sin duda enriquece muchísimo), porque como dijo José Emilio Pacheco, basta con ir al pueblo siguiente para ser extranjero, porque como dice el personaje de Federico Luppi en la película Martín (Hache) de Adolfo Aristarain, la verdadera patria es el barrio, los amigos. Con el resto de la nación uno comparte ciertos códigos, incluso la mayoría, pero existen las suficientes diferencias como para ser un auténtico fuereño, y que esa realidad adquiera cierta magia, sorpresa y atracción, muchas veces desde la belleza, pero también desde la angustia, el temor, la repulsión, etc. Y nada mejor que la provincia para despertar ese misterio seductor, que intriga, que inspira. Ya vimos cuánto se le ha cantado a la Ciudad de México, a la gran capital. Pero los rockeros siempre han valorado también las riquezas y miserias de la provincia, de los pueblos mínimos, olvidados. Basta recordar las excursiones de los hippies a Huatla, o lo que ha pasado después con Tepoztlán, Real de Catorce, y desde la conciencia política, con San Cristóbal de las Casas y otros pueblos de Chiapas. Podemos citar, asimismo, los casos de todo el disco Alvaraderías de Roberto González, o las referencias a Guadalajara de los músicos oriundos o que radican ahí, como El Personal y Gerardo Enciso, pero también de Rafael Catana. Ni hablar de todas las referencias literarias, herederas de las novelas bucólicas y pastoriles, como Dafnis y Cloe de Longo, La Arcadia de Lope de Vega y La Galatea de Cervantes, de las églogas de Virgilio y Boccaccio en la poesía, y también de las novelas costumbristas, como María de Jorge Isaacs, las obras de Pérez Galdós y Leopoldo Alas, y en el caso de México, todo el ciclo de la novela de la Revolución Mexicana, de Agustín Yáñez, Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán, Mauricio Magdaleno, pero también de la costumbrista de Manuel Payno, José Rubén Romero, y sobre todo Rafael Delgado, hasta llegar a su total renovación crítica y estilística, con Juan Rulfo, Juan José Arreola y Carlos Fuentes, así como Ramón López Velarde en la poesía. En todos estos autores, la provincia, y sobre todo los pueblos pequeños y tradicionalistas, pasaron de la admiración de su placidez a la sensación de asfixia ante su espíritu reaccionario, limitante, atrasado. ¿Cuál es la verdad de la vida provinciana? Toda, abarca toda esa gama. Lamentablemente en el caso de México se nota más su violencia, su atraso, como podemos ver también en el cine, en películas como Canoa y Las Poquianchis de Felipe Cazals, El lugar sin límites y El evangelio de las maravillas de Arturo Ripstein, etc.
Quizá no hay mejor ejemplo de ciudad provinciana contradictoria, intensa y dolorosa que Tijuana. Al igual que todas las ciudades fronterizas con Estados Unidos, la realidad de Tijuana es áspera, aguda, límite. La literatura y el arte han revisado esta realidad, sus personajes, su ambiente rudo, en obras como la película Camino largo a Tijuana de Luis Estrada y el libro de cuentos Tijuanenses de Federico Campbell. Y por las influencias directas del país del norte, siempre ha sido una ciudad importante para el rock mexicano, y se convirtió en el lugar donde llegaban discos exclusivos (al estilo de lo que pasaba con Liverpool en Inglaterra, con la marina mercante). De ahí salieron los Tijuana Five, Javier Bátiz, Tijuana No!, Julieta Venegas, y aun Santana, porque ahí despegó su éxito hacia Estados Unidos, lo mismo que pasó con Olaf de la Barreda y Fito de la Parra (con el grupo Canned Heat) y, en alguna medida, Abraham Laboriel. No extraña, entonces, el interés de varios músicos por conocer esa realidad y tocar ahí.
El impacto de Tijuana está expresado de la manera más notable en la canción homónima de Rafael Catana. En la línea del minimalismo altamente poético de Cisne, Catana logra capturar en unas cuantas líneas esa belleza contradictoria y hasta decadente de la ciudad fronteriza que, como sus mujeres, posee un pudor inocente, mezclado con un sudor y una soledad amargos, hondos, indelebles, arraigados por un proceso histórico marginal y extremo, de rincón olvidado, pero también de puente, de filtro entre la inclemencia paupérrima del migrante y el falso sueño del desarrollo estadounidense, sin raíces, discriminatorio, así como de campo de batalla para narcos y clientes, asesinos y migra racista, prostitución y contrabando, todo manchando un paisaje árido, salvaje, transpirado, pero de inconsciencia y fatalidad con tintes de inocencia. Ciudad corrompida, violada, pero inocente muy en el fondo, porque no conoce más que “hambre de amor”, fugacísimos “amores idos y venidos” y recuerdos oxidándose a la intemperie desértica bajo ese “sol paladar” (magnífica figura poética, que recuerda la “voz caguama” de Cisne). Por ello, el artista, sensible a ese panorama desolador y fuerte, sólo alcanza a ser testigo impotente, conmovido: “tengo el pelo largo, y nada que ver con tus recuerdos”. Seguro por esa amargura, la sencilla, pero poética frase “sudando a mares” del inicio, al final se convierte en la irritada y áspera “sudando a madres” (sin importar que el cambio haya sido inconsciente).
Por su parte, la música de Tijuana está entre la balada-rock y la canción rupestre clásica, con la sobriedad de los pocos acordes, rasgo habitual en Catana, no demasiado ambicioso en el plano musical. Pero como también acostumbra, hace que esa sencillez se vuelva disfrutable, parte de su esencia, casi como un rasgo de pureza, y no como deficiencia, como en El mago, La reina y las ya revisadas Sólo la lluvia y Dama en la carretera, entre muchos ejemplos. Además, quienes conocimos la estupenda primera versión de Tijuana, a guitarra electroacústica sola, podemos apreciar la búsqueda, el esfuerzo del arreglo en la versión del disco El Nagual. El inicio, con esa figura de bajo sólido, y los cambios de ritmo que la canción adquirió en su versión editada, muestran la ambición musical de Catana. Le dan otro sentido a la rola, y aun sin estar seguro de si fue para bien (sin el referente previo, no cabría duda de que es un arreglo más que correcto), el notorio trabajo se agradece. La voz de Catana aumentó ligeramente su carga rasposa, y esa sí es una decisión un poco desafortunada (sobre todo en la figura final, excesiva), aunque no lo suficiente para deteriorar el nivel de la canción. Justamente porque el minimalismo de la letra es altamente poético, la sencillez de la melodía se equilibra, armando al final una rola estupenda, profunda, que conmueve como toda búsqueda de la belleza recóndita, agazapada tras la aspereza de la superficie.