Música: Olinto Montiel.
Intérprete: Tierra baldía.
Disco: Tierra baldía.
Tengo 5 pesos en la bolsa,
y el invierno que se acerca ya.
Tengo una mujer y su adulterio.
Tengo un litro encima.
¡Cuántas cosas tengo!
¡Cuántas cosas tengo!
Me siento en una barda
y veo pasar los autos.
Ahora veo mis piernas,
que sólo saben el camino
a la cantina.
Y un poco de hierba.
Y un título de algo
será mi herencia.
Tengo una ciudad
donde los ángeles se orinan.
Tengo un cuarto en la azotea,
tres o cuatro amigos…
La vida cabe en este vaso,
en esta soledad que escurre
por las calles,
los perros y la gente,
y la basura, y los puños
que golpean.
Ahora llueve en el infierno.
Tengo 5 pesos en la bolsa,
y algunos años en la escuela.
Abajo sigue la ciudad,
con sus iglesias.
Abajo dos tipos me acuchillan,
y con eso
resuelvo mis problemas.
He resaltado varias veces en ambos blogs la importancia del manejo de la forma, tanto en el rock como en cualquier rama del arte. Pero también he dicho que trabajar la forma no significa llenarla de figuras a lo loco, para apantallar. Trabajar la forma es buscar, encontrar y escoger los elementos del lenguaje, musicales, tonales, orquestales, vocales, narrativos, etc., que eleven la obra a su máxima potencia. Por ello, cada caso requiere elementos y niveles diferentes. En el caso de las canciones de rock (y no olvidemos que siguen siendo manifestaciones de la cultura popular, mucho más flexibles que la poesía pura y la música de cámara o el jazz), muchas veces es la economía verbal y musical la elección más conveniente, de acuerdo con su espíritu o sentido. Por ejemplo, si la canción busca un mayor efecto catártico, requerirá sin duda (o al menos puede utilizar) un lenguaje más claro y directo que otra más intimista o delicada. Eso lo determinan el tema, el fondo y la emoción. Pero eso no significa que la canción deba ser digerible y fácil, regalada, que lleve al oyente a la pasividad total. ¿Cómo se logra esto? A través de distintas herramientas estilísticas: figuras retóricas, variedad de narradores, distractores e indicios, etc. Y la herramienta más útil, tantas veces citada: la elipsis. Cuando uno estudia literatura (pero vale para cualquier rama del arte), aprende pronto que una obra se puede analizar desde dos perspectivas. Primero, y obviamente: por lo que dice. Pero segundo: por lo que no dice. ¿Por qué? Porque un artista auténtico escoge cuidadosamente los elementos que utiliza, y por lo tanto, cada uno cumple una función, no está por accidente. Pero también hay una elección de lo que no se usa. Cada elemento que queda fuera también lo está por algo. Por ejemplo: si una rola escoge citar una referencia conocida, sea nombre de persona (ejemplo: Matilde de Mamá-Z), de personaje (ejemplo: Negro’s blues de Botellita de jerez), de calle (ejemplo: Calzada de Tlalpan de Roberto Ponce), de negocio (ejemplo: La curva (agua, mi niño) de El Tri), etc., intenta, entre otras posibilidades, hacernos sentir más real y familiar la anécdota, propia. Pero si hace lo contrario, eso también tiene una intención. Ejemplo de lo último lo vemos en el cuento El guardagujas de Juan José Arreola, en que se habla del pueblo “T” o el pueblo “H”, en lugar de señalar un nombre. ¿Qué busca eso? Justo lo contrario: que no nos resulte familiar, sino universal, que pueda ser cualquiera (también busca más que eso, pero me limito a esa función para efectos de lo explicado antes). Arreola elige una omisión, no usar algo. Eso es acudir a una elipsis. Pero la elipsis es también, por ejemplo, no explicar la moraleja de una fábula, como hace Augusto Monterroso, o no develar el sentido de un cuento, sino dejarlo a la interpretación del lector, como en los cuentos modernos. Y más aún: no decir lo que se quiere decir de la manera más directa, sino esconderlo con el lenguaje, para embellecerlo (como en el poema de amor), distorsionarlo (como en la poesía maldita), simplemente esconderlo para sorprender (como en el cuento fantástico), etc. Entre menos se dice, más se aleja la obra de arte de la funcionalidad; es decir, del uso como medio (de expresión, de emoción, de discurso, de moraleja, de mensaje, de postulado, de explicación, de enseñanza, etc.), y se vuelve lo que debe ser, y que he señalado antes: un fin. El resto de las funciones del arte se cumplen igual, pero el sentido del arte no está centrado en conseguirlas, sino en crear una obra de calidad. Y punto. Si yo estudio para chef, obviamente no es para aprender a hacer un simple arroz. Pero igual voy a saber hacerlo, gracias a esos mismos estudios, es una consecuencia indirecta e inevitable. El sentido del arte no es ninguna función, pero igual va a cubrirlas, indirecta e inevitablemente. Por ello, la elipsis es una de las herramientas más valiosas y enriquecedoras del arte moderno y contemporáneo, y se puede usar de muchas maneras (a veces, alternando opacidades y claridades, y otras, acudiendo a la opacidad total, como en las vanguardias y el arte abstracto, pues el resultado puede ser igual de logrado, dependiendo cómo se haga). Y no hay contradicción: a veces enriquecer algo se consigue quitando, omitiendo, limitando la información, ocultando, para que sea el lector, escucha o público del arte el que se encargue de esa parte, a través del análisis y la interpretación. Los artistas novatos (los hay novatos eternos por incapacidad, pero también los que eligen esa condición a propósito, dadas las ventajas que obtienen) tienen dificultades para entender y aceptar esto, porque su afán primario es ser plenamente entendidos. Si evolucionan de verdad, terminan por comprenderlo. Y con la mayoría del público, poco preparado para ello, dada la educación cada vez más limitada al respecto (es una estrategia política, no un accidente), sucede lo mismo.
Toda esta introducción me sirve para explicar por qué la elipsis también puede ser el mejor recurso de una obra transparente (como señalé en el otro blog, esto lo analiza Gabriel Zaid en su ensayo sobre José Emilio Pacheco, llamado El problema de la poesía que sí se entiende). Esto es justo lo que hace Tierra baldía en El blues de los 5 pesos. Al tratarse de una canción de evidente función catártica (pues es un auténtico desahogo ante la precariedad de la vida urbana), la mejor elección estilística es la frase directa, el lenguaje transparente, crudo (y para comprobar que es una elección y no producto de una limitante, basta compararla con su otra gran rola, ¿Qué hacer?, completamente diferente, suave y altamente metafórica). Alejandro Meneses usa la enumeración, pero no para crear una suma de posibilidades o abundancias, sino para crear el efecto contrario, a través de la ironía: los elementos son tan raquíticos, que arman una gran miseria existencial, física y aun económica, similar a la que usa Pink Floyd en Nobody home y Qual en No sé por qué será. Pero esta descripción de elementos paupérrimos crea la crítica de esa condición, sólo que no dicha, y es ahí justo donde Tierra baldía acude a la elipsis. En este caso, la omisión de una postura enunciada o diatriba. Esa podrá realizarla el escucha, cuando comprenda que esa suma de elementos encierra una falta de opciones, un fracaso ineludible, que termina de la peor manera: con la existencia misma, a manos de “dos tipos”, de dos cualesquiera, que nos representan a todos: a los agresores directos, pero también a los indiferentes y a los que permitimos que todo siga así. De este modo, el lenguaje franco no impide el uso de la elipsis: el artista, al entender que la carga catártica del tema se acomoda mejor a este lenguaje, coloca la elipsis en otra parte, la usa de otra manera, en otro aspecto. Y es ese el mérito de El blues de los 5 pesos: que desahoga igual, sin tener que darle todo digerido al escucha, como hacen otros grupos.
Parte de esa función catártica también la determina la música de Olinto Montiel: un blues. Pero ya la introducción nos muestra que se trata de un blues diferente, sobre todo con esa bajada inesperada de la tónica en Mi Mayor, a un Re Mayor, lo que rompe la estructura común del blues. Después retomará su línea, pero esa primera decisión, además del rasgueo mismo de la guitarra eléctrica sola, ya muestran una inconformidad, una búsqueda innovadora. No obstante, retoma la línea porque tiene que ser blues igual, con los límites que eso implica, para que la música también refuerce ese espíritu crudo, desnudo y demoledor de la letra, subrayado también por los solos impecables y desgarradores del requinto, que amplían ese desahogo (la guitarra de blues tiene que llorar), y también por la voz, amarga y agotada, como es el protagonista de esa realidad asfixiante.
y el invierno que se acerca ya.
Tengo una mujer y su adulterio.
Tengo un litro encima.
¡Cuántas cosas tengo!
¡Cuántas cosas tengo!
Me siento en una barda
y veo pasar los autos.
Ahora veo mis piernas,
que sólo saben el camino
a la cantina.
Y un poco de hierba.
Y un título de algo
será mi herencia.
Tengo una ciudad
donde los ángeles se orinan.
Tengo un cuarto en la azotea,
tres o cuatro amigos…
La vida cabe en este vaso,
en esta soledad que escurre
por las calles,
los perros y la gente,
y la basura, y los puños
que golpean.
Ahora llueve en el infierno.
Tengo 5 pesos en la bolsa,
y algunos años en la escuela.
Abajo sigue la ciudad,
con sus iglesias.
Abajo dos tipos me acuchillan,
y con eso
resuelvo mis problemas.
He resaltado varias veces en ambos blogs la importancia del manejo de la forma, tanto en el rock como en cualquier rama del arte. Pero también he dicho que trabajar la forma no significa llenarla de figuras a lo loco, para apantallar. Trabajar la forma es buscar, encontrar y escoger los elementos del lenguaje, musicales, tonales, orquestales, vocales, narrativos, etc., que eleven la obra a su máxima potencia. Por ello, cada caso requiere elementos y niveles diferentes. En el caso de las canciones de rock (y no olvidemos que siguen siendo manifestaciones de la cultura popular, mucho más flexibles que la poesía pura y la música de cámara o el jazz), muchas veces es la economía verbal y musical la elección más conveniente, de acuerdo con su espíritu o sentido. Por ejemplo, si la canción busca un mayor efecto catártico, requerirá sin duda (o al menos puede utilizar) un lenguaje más claro y directo que otra más intimista o delicada. Eso lo determinan el tema, el fondo y la emoción. Pero eso no significa que la canción deba ser digerible y fácil, regalada, que lleve al oyente a la pasividad total. ¿Cómo se logra esto? A través de distintas herramientas estilísticas: figuras retóricas, variedad de narradores, distractores e indicios, etc. Y la herramienta más útil, tantas veces citada: la elipsis. Cuando uno estudia literatura (pero vale para cualquier rama del arte), aprende pronto que una obra se puede analizar desde dos perspectivas. Primero, y obviamente: por lo que dice. Pero segundo: por lo que no dice. ¿Por qué? Porque un artista auténtico escoge cuidadosamente los elementos que utiliza, y por lo tanto, cada uno cumple una función, no está por accidente. Pero también hay una elección de lo que no se usa. Cada elemento que queda fuera también lo está por algo. Por ejemplo: si una rola escoge citar una referencia conocida, sea nombre de persona (ejemplo: Matilde de Mamá-Z), de personaje (ejemplo: Negro’s blues de Botellita de jerez), de calle (ejemplo: Calzada de Tlalpan de Roberto Ponce), de negocio (ejemplo: La curva (agua, mi niño) de El Tri), etc., intenta, entre otras posibilidades, hacernos sentir más real y familiar la anécdota, propia. Pero si hace lo contrario, eso también tiene una intención. Ejemplo de lo último lo vemos en el cuento El guardagujas de Juan José Arreola, en que se habla del pueblo “T” o el pueblo “H”, en lugar de señalar un nombre. ¿Qué busca eso? Justo lo contrario: que no nos resulte familiar, sino universal, que pueda ser cualquiera (también busca más que eso, pero me limito a esa función para efectos de lo explicado antes). Arreola elige una omisión, no usar algo. Eso es acudir a una elipsis. Pero la elipsis es también, por ejemplo, no explicar la moraleja de una fábula, como hace Augusto Monterroso, o no develar el sentido de un cuento, sino dejarlo a la interpretación del lector, como en los cuentos modernos. Y más aún: no decir lo que se quiere decir de la manera más directa, sino esconderlo con el lenguaje, para embellecerlo (como en el poema de amor), distorsionarlo (como en la poesía maldita), simplemente esconderlo para sorprender (como en el cuento fantástico), etc. Entre menos se dice, más se aleja la obra de arte de la funcionalidad; es decir, del uso como medio (de expresión, de emoción, de discurso, de moraleja, de mensaje, de postulado, de explicación, de enseñanza, etc.), y se vuelve lo que debe ser, y que he señalado antes: un fin. El resto de las funciones del arte se cumplen igual, pero el sentido del arte no está centrado en conseguirlas, sino en crear una obra de calidad. Y punto. Si yo estudio para chef, obviamente no es para aprender a hacer un simple arroz. Pero igual voy a saber hacerlo, gracias a esos mismos estudios, es una consecuencia indirecta e inevitable. El sentido del arte no es ninguna función, pero igual va a cubrirlas, indirecta e inevitablemente. Por ello, la elipsis es una de las herramientas más valiosas y enriquecedoras del arte moderno y contemporáneo, y se puede usar de muchas maneras (a veces, alternando opacidades y claridades, y otras, acudiendo a la opacidad total, como en las vanguardias y el arte abstracto, pues el resultado puede ser igual de logrado, dependiendo cómo se haga). Y no hay contradicción: a veces enriquecer algo se consigue quitando, omitiendo, limitando la información, ocultando, para que sea el lector, escucha o público del arte el que se encargue de esa parte, a través del análisis y la interpretación. Los artistas novatos (los hay novatos eternos por incapacidad, pero también los que eligen esa condición a propósito, dadas las ventajas que obtienen) tienen dificultades para entender y aceptar esto, porque su afán primario es ser plenamente entendidos. Si evolucionan de verdad, terminan por comprenderlo. Y con la mayoría del público, poco preparado para ello, dada la educación cada vez más limitada al respecto (es una estrategia política, no un accidente), sucede lo mismo.
Toda esta introducción me sirve para explicar por qué la elipsis también puede ser el mejor recurso de una obra transparente (como señalé en el otro blog, esto lo analiza Gabriel Zaid en su ensayo sobre José Emilio Pacheco, llamado El problema de la poesía que sí se entiende). Esto es justo lo que hace Tierra baldía en El blues de los 5 pesos. Al tratarse de una canción de evidente función catártica (pues es un auténtico desahogo ante la precariedad de la vida urbana), la mejor elección estilística es la frase directa, el lenguaje transparente, crudo (y para comprobar que es una elección y no producto de una limitante, basta compararla con su otra gran rola, ¿Qué hacer?, completamente diferente, suave y altamente metafórica). Alejandro Meneses usa la enumeración, pero no para crear una suma de posibilidades o abundancias, sino para crear el efecto contrario, a través de la ironía: los elementos son tan raquíticos, que arman una gran miseria existencial, física y aun económica, similar a la que usa Pink Floyd en Nobody home y Qual en No sé por qué será. Pero esta descripción de elementos paupérrimos crea la crítica de esa condición, sólo que no dicha, y es ahí justo donde Tierra baldía acude a la elipsis. En este caso, la omisión de una postura enunciada o diatriba. Esa podrá realizarla el escucha, cuando comprenda que esa suma de elementos encierra una falta de opciones, un fracaso ineludible, que termina de la peor manera: con la existencia misma, a manos de “dos tipos”, de dos cualesquiera, que nos representan a todos: a los agresores directos, pero también a los indiferentes y a los que permitimos que todo siga así. De este modo, el lenguaje franco no impide el uso de la elipsis: el artista, al entender que la carga catártica del tema se acomoda mejor a este lenguaje, coloca la elipsis en otra parte, la usa de otra manera, en otro aspecto. Y es ese el mérito de El blues de los 5 pesos: que desahoga igual, sin tener que darle todo digerido al escucha, como hacen otros grupos.
Parte de esa función catártica también la determina la música de Olinto Montiel: un blues. Pero ya la introducción nos muestra que se trata de un blues diferente, sobre todo con esa bajada inesperada de la tónica en Mi Mayor, a un Re Mayor, lo que rompe la estructura común del blues. Después retomará su línea, pero esa primera decisión, además del rasgueo mismo de la guitarra eléctrica sola, ya muestran una inconformidad, una búsqueda innovadora. No obstante, retoma la línea porque tiene que ser blues igual, con los límites que eso implica, para que la música también refuerce ese espíritu crudo, desnudo y demoledor de la letra, subrayado también por los solos impecables y desgarradores del requinto, que amplían ese desahogo (la guitarra de blues tiene que llorar), y también por la voz, amarga y agotada, como es el protagonista de esa realidad asfixiante.
Así, Tierra baldía en El blues de los 5 pesos muestra cómo lograr un buen blues, catártico y claro como el que más, pero sin ser obvio, gracias a la elipsis: ese gran recurso estilístico, que es, además, símbolo del verdadero respeto que se le debe al público, al no considerarlo un menor de edad, limitado, al que hay que explicarle todo.
La canción no la conocía, ni he escuchado el disco de Tierra Baldía, pero la cátedra erudita, clara y muy didáctica, esa sí, no tuvo madre.
ResponderEliminarUy, amigo Ariel, muchísimas gracias por tus generosas palabras. No encuentro qué más decir, de puro sonrojo, así que te mando un abrazo acarnalado, que agradezca, además, todos tus aportes, los de tus blogs y los de tus comentarios aquí.
ResponderEliminarSalud, y gracias de nuevo.
Por cierto, el disco de Tierra baldía es otro de los LP's extraviados. Sólo he conseguido esas dos rolas (son las más logradas, eso sí lo recuerdo), así que si por ahí alguien lo puede compartir, sería estupendo...
ResponderEliminarHola, Don Pinguino, muy buena rola la de Tierra Baldia, Yo tengo grabado el LP en un KCT, pero no se si lo tengo completo, y peor aun aun no se como digitalizarlo, a ver si me pasas un tutorial y me pongo la del Puebla.
ResponderEliminarSería estupendo, amigo Alex. Para digitalizar, yo uso el programita "Fox Magic Audio Recorder", porque es muy sencillo. Lo consigues en Softonic y otros lugares así. Basta conectar algún equipo con casetera a la entrada de micrófono de la computadora, y el programa funciona como cualquier grabadora. Así que oprimes "record" en el programa, y "Play" en el equipo. Y cuando se acaba la rola, obviamente oprimes "Stop" en el programa. Y así para todas las rolas. Sólo hay que cuidar los volúmenes, probando hasta que quede bien, comparando los resultados con rolas que tengas bien en la computadora (te recomiendo el equipo muy bajito, y el micrófono de la computadora a nivel medio). Es igual que cuando uno copia rolas de casette a casette, sólo que aquí en vez de la casetera que graba, se usa la compu...
ResponderEliminarMucha suerte, y gracias por las ganas de compartir. Un abrazo.
Don Pingüino, le dejo un link con el disco completo, me lo encontre en YT y me dije: un, dos, tres, para mi y para todos mis amigos...
Eliminarhttp://compartiendorockmexicano.blogspot.mx/2013/11/tierra-baldia-tierra-baldia.html
Saludos!
Mil gracias, estimado Alex. Por suerte el disco ya me lo había pasado un muy bien amigo de este blog, pero gracias a tu aporte así queda también al alcance de los lectores.
EliminarUn abrazo.
En youtube está el canal de cuartoblanco quien tiene un video de esta rola, les dejo el link:
ResponderEliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=ythc6r8Z_2Q
Leyendo los comentarios sobre el video hay un usuario (Tamandrea2) que promete pasar el CD, habrá que ponerse en contacto.
Conzocía el video, estimado M.A.R.X., de ahí tomé los fotogramas para ilustrar "Qué hacer" en el otro blog. Gracias por aportar el nick para todos.
ResponderEliminarBárbaro, Maese Pingüino te agradezco las clases, picuda rolita la conocí hace poco que en el otro blog comentaste a “Tierra Baldía” busque en la red pero hay poco o nada de ellos y solo encontré este “blues de los cinco pesos”.
ResponderEliminarEsta rolita me deja el mismo sentimiento que la rola de La Camerata Rupestre
“Murió soñando”
Murió aun soñando,
soñaba con un gran atraco
con su, su carnal el Chato
ese si era bueno para el encontronazo
iba soñando en ese viejo motor
que va rolando por la colonia Escandón
va señalando aquel fulano panzón
encaminando sobre una presa mayor.
Rasco en su pasado,
saco unos tanques viejos
de su vecino el Lalo
palpo a su costado a su calibre chico,
bandido flaco.
Volvió al cielo llorando
cuando bajo de la patrulla el mentado Chato
tomo el radio transmisor
y dijo sin mirarlo
todo bajo control
y dijo sin mirarlo,
todo bajo control
Con un final inesperado, y un principio bien sinfónico para luego soltar ese rico blues, espero no haberla regado con la letra que la escribí escuchando la rola y aunque la he escuchado ciento de veces luego resulta que dice otra cosa.
Abuzando de tu paciencia y tus dotes de Maestro mi buen, cómo se le dice a este tipo de canciones en donde no hay repeticiones? O coros, en el blues de los 5 pesos si repite la frase de “Tengo 5 pesos en la bolsa” y en “murió soñando” al final repite “y dijo sin mirarlo todo bajo control” en algunas otras canciones como “el canto del gallo” y “el paseo de la negra flor” de Radio Futura, “tan joven y tan viejo” de Joaquín Sabina no repiten ninguna frase.
ResponderEliminar“El canto del gallo”
El jaleo de los días de feria
ya se oía a un kilometro del pueblo
y un extraño acento en el hablar
de los que halló por el camino.
Un coro de muchachas y una vieja
levantándose las faldas al bailar
y un jovencito de broma peligrosa
haciendo gala del orgullo local.
De los que dan dinero por la noche
para que nunca termine su canción
para que sude el músico ambulante
su condición de vagabundo.
Es ya la hora del aperitivo
y todavía no funciona el tiovivo
el músico buscó la acera en sombra
y la ventana donde olía a flor.
Tenga esta rosa blanca, señorita
a cambio de su negro pensamiento
por qué motivo temblaron sus labios
vio en sus ojos el fondo de un volcán.
Y mientras tanto corría la sangre
en la plaza, como un vino común
y las plumas de los gallos
por el aire volaban aun.
Quítese usted de en medio forastero
que ya no quedan señoritas en el bar
ya cantó como el gallo de pasión
pero esta es mi canción
y el baile va a empezar.
El músico ambulante se agarró del vaso
y sintió que flotaba en la luz artificial
apuró el trago de madrugada
un borracho imitaba el canto del gallo.
Se deslizó por una callejuela
antes de que empezase a clarear
y al pasar por la ventana enrejada
suavecito empezó a silbar.
Pero nadie conocía la tonada
que era inventada para la ocasión
y se fue por el camino a contemplar
los desvelos de las últimas sombras.
Y caminando iba pensando que ganar
siempre es tentar a la otra cara de la suerte
y que por eso te hacen daño los huesos
cuando golpeas fuerte.
Y así se fue chasqueando los dientes
en memoria de algún actor
cuyo nombre se ha perdido
y que hacía de bandido
y sintió la alegría del olvido
y al andar descubrió la maravilla
del sonido de sus propios pasos
en la gravilla.
Bueno prestándole atención repite “el músico ambulante”, pero siéndola canción larga es muy poco no?
Saludos infame Pingüino Marínela, Recuérdame!! jejeje
Gracias por el aporte, amigo Margarito. Con el CD en la mano, te corrijo la letra de "Murió soñando":
ResponderEliminarEn la tercrea línea dice en realidad: "pensó en su carnal el Chato".
En la quinta: "Y va soñando", no "iba soñando".
En la sexta, "rodando", y no "rolando".
En la octava "va encaminado", y no "encaminando".
En la doce: "palpó aún su costado", y no "palpó en su costado".
En esa misma y la siguiente: "pensó: 'calibre chico, bandido flaco' ", y no "a su calibre chico bandido flaco".
En la siguiente: "volteó al cielo", y no "volvió al cielo".
Como ya sabes, a mí también me pasa cuando no tengo las letras a la mano, y en buena parte eso se debe a que todavía la calidad de las grabaciones del rock mexicano es pobre, salvo afortunadas excepciones.
En cuanto a tu pregunta, amigo Margarito, no hay un término para ese tipo de poema (la letra de canción como tal carece de retórica y poética propias, lamentablemente), porque más bien se habla de recurso poético cuando se arma una estructura (aun pequeña) definida, y no cuando no existe.
Un abrazo, y gracias de nuevo.