14 de julio de 2012

ROMANCE DE LA NIÑA MALA


Letra: Raúl Ferrer.
Música e intérprete: Pedro Luis Ferrer.
Disco: Mariposa. Hay una versión previa, en el LP debut de este cantautor cubano, llamado simplemente Pedro Luis Ferrer.


Un vecino del ingenio
dice que Dorita es mala.
Para probarlo, me cuenta
que es arisca y mal criada,
y que cien veces al día
todo el batey la regaña.
Que a la hija de un colono
le dio ayer una pedrada,
y que a la del mayoral
le puso roja la cara,
quién sabe con qué razones
por nosotros ignoradas.
Que si la visten de limpio,
al poco rato su bata
está rota o está sucia,
que anda siempre despeinada,
que no estudia la lección
y nunca sabe la tabla,
que el sábado y el domingo
se pierde en las guardarrayas,
persiguiendo tomeguines
y recogiendo guayabas.
Y yo pregunto, vecino,
vecino de mala entraña,
¿quién puede decir que sea
por eso mi niña mala?
Si hubieras visto lo íntimo
de su vida y de su alma,
como lo ha visto el maestro,
¡qué diferente pensaras!
Verdad que siempre está ausente,
pero si viene, no falta
entre sus manitas breves
un ramo de rosas blancas
para poner al Martí
que tengo en mitad del aula.
Con quien no tenga merienda,
parte a gusto su naranja;
si cantamos al salir,
se oye su voz la más alta,
su voz, que es limpia y alegre,
como arpegio de guitarra.
Y cuando explico aritmética
le resulta tan abstracta,
que de flores y banderas
me llena toda la página.
Y prefiere en el recreo,
cuando juegan a las casas,
jugar con Luisa: la única
niña negra de mi aula.
A veces le llama “Luisa”,
a veces le dice: “¡hermana!”.
Y cuentan los que lo saben,
que en aquella tarde amarga
en que no vino el maestro
era la que más lloraba.
Cuando se premie el cariño
y lo rebelde del alma,
cuando se entienda la risa
y se le cante a la gracia,
cuando la justicia rompa
entre mi pueblo su marcha,
y el tierno botón de un niño
sea una flor en la esperanza,
habrá que poner al pecho
de mi niña una medalla,
aunque el batey malicioso
me le dé tan mala fama,
y tú, mi pobre vecino,
¡no entiendas una palabra!


Federico Arana dice en su novela Las jiras que la guitarra eléctrica es el papá de todos los instrumentos musicales. Para mí, amante absoluto y fiel de la Fender Stratocaster (por algo está en los logotipos de ambos blogs), no hay duda, sobre todo en el rock. Pero más allá de disputas inútiles al respecto, lo que sí es un hecho es que no pensamos lo mismo de la guitarra acústica, que suele limitarse al papel de rítmica, o cuando mucho, introductoria. Evidentemente hay excepciones, en que la guitarra acústica adquiere un papel más importante: Wish you were here de Pink Floyd, Blackbird, Julia y Here comes the sun de los Beatles, Roundabout de Yes, Hotel California de Eagles (en este caso, una de 12 cuerdas), Behind blue eyes de The Who, I’d love to change the world de Ten Years After, etc., además de todo el folk y country. Pero sin duda cuando pensamos en grandes guitarristas, los asociamos con la guitarra eléctrica: Alvin Lee, Jimi Hendrix, Eric Clapton, Stevie Ray Vaughan, Les Paul, Santana, Stanley Jordan (el gran virtuoso de la técnica del tapping), Steve Vai, etc. Obviamente no ocurre lo mismo en la música clásica, llena de grandes piezas para guitarra acústica, de compositores tan extraordinarios como Heitor Villa-Lobos, Francisco Tárrega, Isaac Albéniz, Leo Brouwer o el mexicano Manuel M. Ponce, y de guitarristas portentosos como Andrés Segovia o Narciso Yepes, o desde el jazz, Django Reinhardt. Así, la guitarra acústica, quizá el instrumento musical más popular, básicamente representa en la música mexicana un acompañamiento para la canción ranchera o el bolero (aunque hay que valorar que éste último ritmo incorporó el requinto acústico, que quizá por primera vez hizo solos y adornos como función principal). Respecto al rock mexicano, es hasta el rock rupestre que se revaloró la guitarra acústica, aunque, como siempre se encargaron de aclarar ellos mismos, más como mera necesidad que como convicción. Pero hubo una influencia anterior a eso, y de hecho habría que decir que fue parte importante para que ocurriera esa revaloración: la llamada Nueva trova cubana, y el Canto nuevo hispanoamericano que propició o reforzó. Heredera del llamado Filin (especie de modernización del bolero, con influencias jazzísticas en su gusto por las variaciones semitonales, pero muy dado a ejecutarse sólo con una guitarra acústica), y con influencias del folklore latinoamericano y la Nova cançó catalana (y hasta tintes del bossa nova), en un principio los músicos de la Nueva trova cubana decidieron que la guitarra acústica sola podía hacerse cargo de toda la estructura rítmica, los adornos y los bajeos, al mismo tiempo (aunque hay que aclarar que con el tiempo, y lógica y atinadamente, terminaron por incorporar los arreglos grupales primero, y aun orquestales mucho más complejos después). Esto provocó que los músicos de este movimiento desarrollaran ampliamente la técnica de la guitarra acústica, la digitación, las pausas, y más aún cuando incorporaron también elementos de la técnica clásica, lo que propició el uso del trémolo, el trino y sobre todo el arpegio, que se convirtió en verdadero rasgo distintivo de la Nueva trova cubana. Así, sobre todo las primeras canciones de Silvio Rodríguez, Noel Nicola y Santiago Feliú (un caso rarísimo porque, como zurdo que es, cuando aprendió a tocar la guitarra no sabía que debía cambiar el orden de las cuerdas, y aprendió sin hacerlo, por lo que toca como zurdo una guitarra para diestro), entre otros ejemplos, muestran recursos muy ambiciosos en la ejecución de la guitarra acústica, y esto sin duda alguna influyó notablemente en el rock rupestre mexicano, que tenía fuerte raíces trovadorescas y rockeras mezcladas, quizá por primera vez sin verlo como conflicto de pertenencia a un género.
Una muestra de esta influencia la encontramos también en otro miembro de la Nueva trova cubana, pero menos conocido en México: Pedro Luis Ferrer. En la canción Romance de la niña mala, compuesta junto a Raúl Ferrer, podemos ver una ejecución guitarrística prodigiosa, porque de hecho Pedro Luis Ferrer posee suficientes conocimientos como para tocar piezas clásicas sin problemas (lo ha hecho). Precisamente la impecable técnica del trémolo domina buena parte de la magnífica introducción, pero no es la única, porque aparecen el arpegio, bajeos, trinos, etc., e incluso recursos técnicos del otro gran género de la guitarra acústica: el flamenco, de modo que Ferrer pone en evidencia el inmenso potencial de la guitarra acústica, obviamente cuando está en las manos correctas, algo que sin duda alguna podrían envidiar muchos guitarristas eléctricos del rock mexicano, con más pose de diva que disciplina instrumental. Esto hace que la línea melódica de Romance de la niña mala, relativamente simple, se llene de pequeños prodigios tonales y semitonales que la enriquecen enormemente, y le dan un aire casi barroco, impactante y muy disfrutable.
Respecto a la letra, he reiterado en ambos blogs (y más detenidamente en el análisis de El blues de los 5 pesos de Tierra baldía) la importancia del recurso más distintivo del arte moderno: la elipsis. De hecho, ya es prácticamente un requisito que la posea para ser moderno. No obstante, el uso de la elipsis tampoco es estrictamente obligatorio: puede limitarse, siempre y cuando haya un motivo poderoso para ello. Y uno de los más claros es acudir a una forma tradicional, para explorarla y ampliarla, pero no para reproducirla sin más, sin aportar algo nuevo. Así, sin duda la versificación regular (un soneto, por ejemplo), con rima y ritmo precisos, dan un toque de clasicismo o tradicionalismo, pero esto sólo se valida si se incorporan lenguajes, figuras y ángulos críticos nuevos, a menos que se trate de un mero juego, una muestra de que el autor domina toda técnica, por puro deleite (algo que el rock moderno ha hecho con el rock’n’roll, el fox trot, el country, la música medieval, renacentista, étnica, etc., como ya hemos revisado). En el caso de Romance de la niña mala, la justificación para el lenguaje más transparente se da de entrada, al elegir una forma poética histórica: el romance precisamente, es decir, la sucesión de versos octosílabos, con rima asonante en los pares, y con esencia narrativa. Esto nos avisa desde el título que el carácter de la letra sacrificará un poco el cuidado formal, en aras de exaltar el fondo y la emoción. Dicho sacrificio no será sólo en la rima, sino también en el tipo de imágenes poéticas, porque el romance posee un carácter más bien popular, directo, que tiene como objetivo transmitir claramente el relato. Eso significa que la elipsis será limitada, o de plano inexistente. Por ello, una vez más una limitación es correcta siempre y cuando sea producto de una decisión, de una elección bien planeada, y no por una deficiencia en el manejo de las herramientas poéticas. Así, sería absurdo esperar una elipsis, cuando se nos ha avisado que nos enfrentaremos a una letra de rescate de lo tradicional. Pero como he dicho, Raúl Ferrer no se limita a copiar el estilo del romance, sino que lo aviva, al incorporar las suficientes variantes que le impriman un sello más actual y propio. Por ejemplo, al cambiar el destinatario normal del relato hacia un tercero, en pleno desarrollo del texto, al escoger un narrador-personaje (el maestro), o al dejar la sentencia moral para una parte bien definida en el final (lo que implica igual una pequeñísima elipsis en todo lo previo), o al incorporar finales en esdrújula en algunos versos, sin abandonar la rima asonante, algo no habitual en la poesía popular, etc. De este modo, pese a la limitación elegida de la estructura del romance, Raúl Ferrer igual realiza una búsqueda formal fresca y propia, y si a esto le sumamos el barroquismo de la ejecución guitarrística de Pedro Luis Ferrer, sin duda Romance de la niña mala equilibra su esencia formal más simple.
Evidentemente el fondo y la emoción de la letra siguen siendo lo más importante en Romance de la niña mala, pero con lo dicho anteriormente podemos ver que los autores cuidan que no sea tanto como para que la canción se desequilibre. La emoción de la canción es directa y cálida, porque se centra en la valoración auténtica de la inocencia infantil, en contraste con la fácil descalificación de la visión conservadora adulta del vecino. De hecho, Romance de la niña mala es todo un llamado a ver debajo de lo aparente, de los prejuicios y los juicios superficiales e insensibles. En ese sentido, pese a que al centrarlo en la infancia se logra que sea más evidente, perfectamente podría extender su reflexión hacia cualquier ámbito de la convivencia humana, llena de grillas, zancadillas, correveidiles y maledicencias por todos lados (basta revisar algunos comentarios de ciertos “críticos” de estos blogs, para no ir más lejos). Así, el fondo de la canción es de una ternura sencilla y cristalina, por la misma condición popular y narrativa del romance, pero sin que su forma sea desprolija.
De este modo, Romance de la niña mala no es sólo una muestra de equilibrio entre letra y música, sino de que la falta de elipsis, válida si es elegida y no accidental, no es pretexto para la pobreza estilística ni la falta de búsqueda poética. Y sobre todo, gracias al nivel de Pedro Luis Ferrer, de que, si bien el rock ha sido discriminado por músicos de otros ritmos, también ha caído en cierta soberbia al creerse (obviamente no en todos los casos) poseedor de los mejores guitarristas, y que sólo la versión eléctrica del instrumento permite el auténtico virtuosismo. Tal como lo hicieron los rockeros rupestres, muchos guitarristas eléctricos (y también el público) del rock bien harían al aprender de los buenos guitarristas acústicos, de la trova y de todo género, y no en encadenarse con sus propios cables y en el mero afán de impresionar con la velocidad sin verdadero contenido, como lamentablemente sucede en más de un caso.

11 de mayo de 2012

WICHILI McCOY


Letra y música: Agustín Aguilar.
Intérprete: Vieja Estación.
Disco: Yo soy la mosca (Gerardo Aguilar Tagle).


¿Dónde estás, hermano?
¿Dónde estás, que no te veo?
Habíamos quedado de llegar juntos al pueblo
de los viejos,
que aún está muy lejos,
que aún está muy lejos,
y allá no hay espejos para mirar tus ojos
de regreso.

Llevo tu caballo,
llevo tu caballo,
lo llevo de la brida, sin la silla ni el sarape
de tus sueños.
Somos los dueños,
somos los dueños
de tus cenizas, tus dibujos, tus cigarros
y tus recuerdos.

¿Dónde estás, hermano?
¿Dónde estás, que no te veo?
Habíamos quedado de morirnos de flojera
y de la risa.
¿Cuál era tu prisa?,
¿cuál era tu prisa?,
¿llegar antes a misa y beberte el vino
a escondidas?

Ya estarás contento,
ya estarás contento,
bebiéndote la lecha tibia de una Luz Eterna
entre sus brazos.
¿Cómo es su sonrisa?,
¿cómo es su sonrisa?
¿se acuerda ella de que fuimos siempre dos
al mismo tiempo?

En sentido estricto, una elegía es todo poema de tema triste. No obstante, el término fue derivando naturalmente a la creación poética que homenajeaba, recordaba o se lamentaba por la muerte de alguien. Quizá la primera elegía sobresaliente fue la obra de Jorge Manrique Coplas por la muerte de su padre, pero después aparecieron ejemplos extraordinarios, como Llanto por Ignacio Sánchez Mejías de Federico García Lorca, La niña de Guatemala de José Martí, Solía escribir con su dedo grande en el aire de César Vallejo, y sobre todo la Elegía de Miguel Hernández, para su difunto amigo Ramón Sijé. En México, podemos citar dos poemas de Jaime Sabines: Algo sobre la muerte del mayor Sabines y Tía Chofi. En la trova podemos citar A Salvador Allende en su combate por la vida y Si el poeta eres tú de Pablo Milanés. Obviamente el rock también ha expresado el dolor por la pérdida de un ser querido. Podemos mencionar Julia y Mother de John Lennon, When the tigers broke free de Pink Floyd, en español Era en abril de Juan Carlos Baglietto, y en el caso del rock mexicano, las revisadas Cadáver de Gerardo Enciso, Polvo en los ojos de Real de Catorce, y también Pequeño Alfredo de Lucerna Diogenis y Para un compa de Arturo Meza (a la que hay que añadir otra de éste último, sólo que de manera mucho más oscura: Don Guiñapo). En todos estos casos (y muchos más) se trata de elegías a amigos, padres, parejas, hijos, otros parientes, figuras reconocidas y aun desconocidos, cuya muerte igual conmueve.
El caso de Wichili McCoy es especial. Una elegía con aires de semi-western, como señala el título, porque esta rola de Agustín Aguilar no se centra en la solemnidad del dolor puro ante la pérdida (aunque sin ninguna duda subyace en el fondo), sino que intenta recrear la atmósfera infantil, inocente y jubilosa (en ese sentido, se acerca más al ejemplo mencionado de Lucerna Diogenis), porque Wichili McCoy es el nombre de vaquero que el hermano desaparecido (el músico Gerardo Aguilar, del que Agustín era hermano gemelo, y con el que formó el grupo Mamá-Z) usaba en sus juegos de niños. Por ello, esta visión de la muerte del hermano añorado resulta agridulce, porque pasa del tono que sostiene ese lenguaje entre hermanos que juegan, al conmovedor reproche falso ante la promesa incumplida de morir juntos, de risa y pereza, y no amargamente como en la lacerante realidad. Pero esto no es un descontrol estilístico: al contrario, intenta reflejar el dolor más auténtico, que reposa momentáneamente y permite alguna risa, algún recuerdo que consuela apenas, o que se explica por el mero agotamiento, para después arreciar con todo, golpear con nuevo fuego despiadado, como duelen realmente las muertes de los que amamos, justo porque no (y quizá nunca) terminamos de aceptar la injusticia de una pérdida semejante. Estos vaivenes emocionales explican que el pretendido western lúdico pronto se transforma en un diálogo sin respuesta (que no un monólogo, en el sentir del autor, y como recurso estilístico), de plena intimidad y remembranza cómplice, que refleja la ausencia irreparable, porque es la de una personalidad limpia y graciosa, dada a la irreverencia inofensiva, pero audaz, como refleja la frase del vino sacro. Al final, la referencia simbólica a la Luz Eterna (sea la muerte, sea la gloria, sea simplemente una manifestación de trascendencia sin Dios, más propia de los rockeros) culmina con el último reproche: “¿se acuerda ella de que fuimos siempre dos al mismo tiempo?”; es decir, ¿cómo se atrevió a romper ese lazo irremediable y sin comparación entre gemelos, al llevarse a uno y dejar al otro literalmente medio muerto, partido, cercenado? Así, como podemos ver, Agustín Aguilar explora más que nunca el control del paseo de la transparencia del lenguaje al estilo más poético, para que esos contrastes atrapen, aflojen y vuelvan a atrapar emocionalmente al escucha, y se logre así la empatía propia de una canción dolorosa, que intenta disfrazarse cálidamente de jubilosa desde el recuerdo de lo bello, porque justo así es la reacción más sensible ante el ser querido perdido.
Por el lado de la música, Agustín escoge no interpretar él este homenaje a su hermano (como lo es todo el disco). Uno no puede dejar de lamentarlo un poco, pero no porque el resultado de esta decisión sea malo, sino porque inevitablemente se antoja conocer la canción con la voz el autor. Imagino que hubiera sido demasiado doloroso para Agustín, y a eso se debe la resolución, pero en todo caso la voz del invitado Ezequiel Espósito resulta correcta, mesurada y discreta, aun en la ruptura final, que retrata el nivel máximo del dolor, cuando el homenaje western infantil no logró sostenerse más y se volvió lamento puro. Bajo esta lógica es más que atinada la melodía, porque el arreglo del grupo Vieja Estación, con aires de country lento, que incluye los clásicos solos de guitarra con slider y el piano de notas cortas y agudas, no es festivo, al desarrollarse en un círculo en tono menor, que otorga finalmente una atmósfera melancólica. Por ello, el arreglo de Wichili McCoy evoca el estilo de Crosby, Stills, Nash & Young, sobre todo cuando se trataba de canciones de este último, y también del Neil Young solista, aunque la voz también le imprime un aire de Country Joe. Por ello, pese a que la melodía que crea ese círculo menor es bastante sencilla, resulta precisa para graduar la emoción de la letra. Al final Wichili McCoy se convierte en una elegía suave, fresca, dulce, altamente tierna, que conmueve profundamente, en el mejor homenaje que un hermano puede dar a otro: la auténtica amplitud emocional humana.

18 de abril de 2012

RAMBO

Letra y música: Joaquín Sabina, Antonio Carmona y Javier Gurruchaga.
Intérprete: La Orquesta Mondragón.
Disco: Ellos las prefieren gordas.

¡Qué horror,
no me atrevo a imaginar
si no tuvieramos a Rambo!, ¡oh, Rambo!

¡Qué confusión!,
¡qué frenesí!,
¡necesitábamos a Rambo!, ¡oh, Rambo!

¡Ved como huyen
las fuerzas del mal
gracias a Rambo!, ¡oh, Rambo!

¡Por tu ciudad
desfilarán los rusos
si nos falta Rambo!, ¡oh, Rambo!

¡Como Siberia
sería Nueva York!,
¡no habría Orquesta Mondragón!

Rambo, Rambo, Rambo, Rambo, Rambo,
¡oh, Rambo!
Rambo, Rambo, Rambo, Rambo, Rambo,
¡oh, Rambo!

¡Los niños
a que íbamos a jugar
si no imitáramos a Rambo!, ¡oh, Rambo!

¡No habría
monjas sin violar
si no las defendiera Rambo!, ¡oh, Rambo!

¿Quién por vosotros
ha muerto en la cruz?:
sólo el gran Rambo, ¡oh, Rambo!

Sida, McDonald's,
rock’n’roll:
exija la etiqueta Rambo, ¡oh, Rambo!

¡Como Siberia
sería Nueva York!,
¡no habría Orquesta Mondragón!

Rambo, Rambo, Rambo, Rambo, Rambo,
¡oh, Rambo!
Rambo, Rambo, Rambo, Rambo, Rambo,
¡oh, Rambo!

¡Como Siberia
sería Nueva York!,
¡no habría Orquesta Mondragón!

Rambo, Rambo, Rambo, Rambo, Rambo,
¡oh, Rambo!
Rambo, Rambo, Rambo, Rambo, Rambo,
¡oh, Rambo!
Rambo, Rambo, Rambo, Rambo, Rambo,
¡oh, Rambo!
Rambo, Rambo, Rambo, Rambo, Rambo,
¡oh, Rambo!


Aunque a uno le pese a veces, dados los malogrados resultados (salvo honrosas excepciones), los cineastas tienen derecho a tomar las obras literarias y hacer una versión diferente en sus películas, pues sólo “se basan” en ellas. Hay casos de adaptaciones casi literales, como A clockwork orange de Stanley Kubrick sobre la novela homónima de Anthony Burgess, así como otros donde los cambios son significativos, pero cuyo nuevo resultado es tan brillante como la novela original, como ocurre con Apocalypse now de Francis Ford Coppola, sobre la novela El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad (Coppola le cambió el contexto a la guerra de Vietnam, con excelentes resultados). No obstante, en general el énfasis en lo visual que exige el lenguaje cinematográfico, así como sus intereses generalmente más comerciales, dado que pertenece a una industria muy potente (no como la literatura, en comparación), terminan anulando buena parte de los méritos artísticos que poseía la novela, el cuento o la obra de teatro en que se basan muchas películas (problema que obviamente no padece el cine de autor o el que se basa en guiones originales, pensados para el cine).
El caso de la exitosísima película Rambo es muy particular. Pocos saben que se basa en una novela, la obra First blood de David Morrell, y que posee tantos cambios respecto a la fuente original, que cuesta reconocerla en la pantalla. El libro de Morrell pertenece a la llamada novela negra, es decir, la que sondea el lado oscuro, marginal y corrupto de una sociedad, ya sea a través de una historia policíaca, de espionaje, de misterio o suspenso, donde hay sangre, sexo más bien sórdido, violencia, mafias, instituciones infiltradas por poderes turbios, etc. En el caso de First blood, la obra se deriva de uno de los 4 grandes traumas históricos de la sociedad estadounidense, a mi juicio: la guerra de Vietnam (los otros tres serían: primero, la sensación permanente de falta de raíz cultural, al provenir de un éxodo británico que, además, arrasó con los pueblos autóctonos de su nuevo territorio; segundo, la Gran Depresión de 1929, que puso en tela de juicio por primera vez su sistema económico ciegamente idolatrado, que creían perfecto [sin llegar al mismo punto, han estado rozando esa misma crisis ahora]; y tercero, la caída de las Torres Gemelas, que les desató una paranoia brutal y les hizo saber que no son invulnerables ni en su propio territorio). Y es trauma no sólo por ser su única derrota bélica auténtica, sino porque, en su afán de no reconocerla como tal, sacrificaron una gran parte de sus jóvenes, que murieron, o quedaron mutilados o gravemente traumados a su regreso indecoroso. Y John Rambo, recién terminada la guerra, muestra cuánta deformación mental sufren los soldados traumados, que padecieron la selva más inhóspita, el cautiverio, la tortura y el escape, en medio de la más atroz muerte por todos lados, de ambos bandos. Y de hecho, una de las primeras variantes entre la novela y la película es que en el libro se resalta mucho que el policía Teasle que persigue a Rambo es también un veterano, sólo que de la anterior guerra de Corea. Por ello, mientras en la película juega un papel fundamental el complejo de pueblerino del policía, en la novela más bien se subraya la intensa lucha por la supremacía entre dos militares, que desarrolla en Teasle una admiración y aun comprensión final hacia Rambo, pese a que nunca deja de sentirse “obligado” a exterminarlo, a vencerlo. De esta manera, en la novela son dos los traumados de guerra, por más que Teasle haya logrado insertarse (sólo aparentemente) en la sociedad a su regreso (también se resalta en el libro que el policía está viviendo el fracaso de su matrimonio y el abandono de su mujer, y se intuye que los trastornos de personalidad por ese trauma los ha propiciado). El resto de la población de la pequeña provincia donde transcurre la novela se vuelve entonces mera víctima accidental de esta confrontación de orgullos militares, aunque subyace todo el tiempo que uno no deja de ser el espejo (más viejo, solamente) del otro. Todo esto la película lo ignora completamente, como muchos otros detalles, incluyendo la muerte final de ambos, que se omite para previsibles secuelas de la película. ¿Qué significa esta nueva omisión?: que en la película Rambo no es tan derrotado como el policía, sino un héroe de signo contrario, un mártir, a manos de una autoridad obsesionada, pero al que se vence con una habilidad y resistencia tan extremas, que se vuelve una máquina de matar ridículamente invencible. La novela, en cambio, muestra cómo esa demencia no puede tener otra salida que el fracaso final, y aunque en ese sentido también lo ve como un mártir, no es a manos de un policía acomplejado, sino de un sistema que enajena a su población en pro de sus intereses económicos ocultos, gracias a la patriotería y la megalomanía de cómic, en un deseo de ser, como dice Arturo Meza, policía del mundo, autonombrado y sin autoridad ética alguna. De esta manera, si bien la novela de Morrell no posee mayores méritos artísticos (basta compararla con obras bien logradas de temas similares, como Taxi driver de Martín Scorsese y Born on the fourth of july de Oliver Stone), igual hace un intento de autocrítica de la enferma sociedad estadounidense y sus autoridades, que la película no sólo suprime completamente, sino que de hecho hace lo contrario, en el patético discurso final de Rambo (que no aparece en la novela) ante el capitán Trautman, su antiguo jefe militar amigo (que en la novela no sólo no llega por sí mismo, al ser llamado por Teasle, sino que ni siquiera conoce personalmente a Rambo, y de hecho es quien lo mata al final), una perorata que pretende justificar la presencia militar en Vietnam, y quejarse del trato de asesinos de niños y mujeres que recibieron a la vuelta, como si fuera falso. Por ello, la película deforma el mínimo sentido de la novela, y vuelve a Rambo un héroe moderno y supremo, un símbolo de esa megalomanía insoportable que al final igual triunfa, y no la original víctima de un sistema enfermo, expansionista y ambicioso, pero que tampoco tiene defensa alguna, pues se dejó manipular y sirvió a esos intereses sin piedad, por lo que su derrota es inevitable.
Atinadamente, el trío de compositores españoles Joaquín Sabina, Antonio Carmona y Javier Gurruchaga ironizan sobre esta versión cinematográfica facilista y obvia de Rambo (la verdadera conocida en todo el mundo), en la canción homónima que conocemos en versión del grupo ibérico La Orquesta Mondragón. El tratamiento es más bien minimalista, porque así es también el paupérrimo sentido crítico que creó a este Rambo de folletín moderno y bélico. Por ello, la letra de Rambo se sustenta en una simple sucesión de exclamaciones cada vez más ridículas e ignorantes, propias del consumidor tipo de las películas de acción, una masa acrítica y manipulable (como tan bien mostró Ortega y Gasset en La rebelión de las masas), que ha aprendido no sólo a evadirse, sino a perder toda capacidad reflexiva, y a asumir la versión oficial sin el más elemental filtro cuestionador. Ese Rambo que no es más que el símbolo del gringo ególatra, se inserta en la idolatría del tercermundista aspiracional, en esa relación de amor-odio hacia el país del norte, ante el que igual se siente inferior en el fondo, aunque sea bajo el discurso patriotero del 16 de septiembre (en el caso mexicano), en esa fallida ceremonia de autoafirmación nacionalista. Por ello, si el español, que podría ver al gringo con una sensación mucho más de igual a igual, también lo resiente, en el caso mexicano la ironía de la rola golpea contundente, sin piedad. Así, aunque en la superficie la letra de Rambo satiriza la personalidad conservadora idiotizada del estadounidense y sus ídolos de barro, en el fondo su narrador proviene del impacto en la visión del mundo subdesarrollado, que se traga el folletín completito, y rompe los ratings de las secuelas y todas las variantes del mismo esperpento, enriqueciendo a los Van Damme, los Steven Seagal, los Chuck Norris, los Stallone, los Schwarzenegger y los Bruce Willis de siempre.
La música de Rambo refleja plenamente el estilo clásico de La Orquesta Mondragón. Si bien, al igual que el rock argentino, el español suele tener siempre un tonito pop algo irritante, sin duda su mayor influencia rocanrolera logra equilibrarlo, y Rambo es una buena muestra de ello. Como suele pasar con el rock del primer mundo, la estupenda calidad de grabación es envidiable (una de las cojeras habituales del rock mexicano), lo mismo que la calidad de sus instrumentistas. Pero sin lugar a dudas es el gran sello distintivo del grupo: la inconfundible voz de Javier Gurruchaga, lo más disfrutable de toda su producción. En el caso de Rambo la potencia, el timbre delicioso y juguetón, las modulaciones y el control absoluto de sus vaivenes le imprimen a la rola un espíritu de deleite total, y hacen que su estilo de aparente liviandad, pero que oculta un fondo muy certero, se manifieste en plenitud. Así, Rambo es un hard rock sabroso y energético (pese a que no posee un ritmo realmente veloz), que explora la crítica, pero desde la ironía, nunca desde el sermón, y a pesar de que la letra no posee grandes ambiciones, su tino propio de cartón de caricaturista es sin duda contundente, al mismo tiempo que se disfruta su ligereza formal y musical.

8 de marzo de 2012

NOMINACIÓN AL PREMIO LIEBSTER BLOG AWARD

El buen amigo Ariel me hizo el honor de nominar mi blog de Las 100 mejores canciones del rock mexicano al premio Liebster blog award. No sé bien en qué consiste dicho premio, pero aun así le agradezco infinitamente su generosidad y consideración a estos espacios, así como el apoyo que les ha brindado desde el principio. Mil gracias, amigo Ariel.
Lo que sí sé es que cada autor de blog que reciba esta nominación debe, asimismo, nominar a los 5 blogs que considere más importantes por su calidad. Más allá del premio, me pareció muy interesante apoyar esta iniciativa para difundir espacios críticos o expresivos valiosos y sin fines de lucro, así que me sumo, y proporciono aquí la lista de mis 5 blogs favoritos:



Más allá de que es en este blog donde mi cuate Ariel me nominó, y no por mera retribución, sino por auténtico reconocimiento a su labor, considero este blog un importante espacio analítico, crítico y de difusión de la música, la literatura, la historia y todas las expresiones culturales de México y el mundo, con datos y referencias amplias, que me han enriquecido mucho, al acercarme a materiales que no conocía, o al darme una visión diferente de los conocidos.


Estupendo espacio de difusión de la ciencia, mostrándola como lo que realmente es: entretenida, trascendente, y no fastidiosa como suele creerse. Artículos muy interesantes y detallados, que nos ayudan a ampliar nuestros conocimientos y perfeccionar nuestra visión crítica.


Del mismo autor del blog anterior, en este espacio no hay concesiones, porque la idea es desenmascarar a los farsantes que, aprovechándose de la buena fe de la gente más ignorante, comercian desde el engaño, la falta de pruebas y la desinformación más vergonzosa. Un espacio valiente y duro, para un mal que amerita esa convicción.


Magnífico blog básicamente de difusión literaria, pero que relaciona literatura y rock de manera novedosa y fresca, sin dejar de ser profunda, con una selección cuidadosa y diversa, disfrutable y de gran aporte cultural.


Incluyo este blog no sólo por su calidad, sino por su originalidad, pues no abundan los blogs de fotografía en el ciberespacio, y menos con esta sensibilidad, que incluye la grata falta de pretensiones excesivas, porque su calidad no impide que se haga desde los pies sobre la tierra y una cuota de dolor barriero, hondo.


No quiero dejar pasar la oportunidad de mencionar 2 grandes blogs que lamentablemente desaparecieron recientemente por la persecución de las grandes disqueras: SANGREPESADA, de maravilloso rescate de materiales históricos del rock hippie mexicano, y LA ENCICLOPEDIA DEL ROCK EN TU IDIOMA, valioso intento de ordenar y compartir las más importantes discografías completas del rock hispanoamericano. Ojalá ambos espacios puedan volver, así que hay que seguir buscándolos.
Obviamente hay muchos más blogs que podría recomendar (de hecho lo hago en la barra lateral de mis dos espacios), pero me parece una buena selección. Espero que los lectores visiten los blogs recomedados, porque ese será sin duda el mejor premio a sus (nuestros) esfuerzos. No se arrepentirán.



*(El amigo Ariel me explica que, para que se hagan efectivas estas nominaciones, los nominados deberán:
-Mostrar en su blog el logotipo de Liebster blog, y enlazarlo con el blog que los nominó, así que si en este caso así lo deciden los aquí mencionados, sería LAS 100 MEJORES CANCIONES DEL ROCK MEXICANO.
-Hacer sus 5 nominaciones aclarando que los blogs mencionados tienen menos de 200 seguidores [dato que hay que resaltar, parece], y que si van a seguir la cadena, deben poner el enlace de quien los nominó).

31 de enero de 2012

EL CORAZÓN

Letra y música: Jaime Moreno Villarreal.
Intérprete: Carmen Leñero.
Disco: Casas en el aire.


El corazón se equivoca siempre.
Nos da los golpes de pecho.
El corazón nos hace nobles y torpes,
seres de un gran corazón.

El corazón no desea la muerte:
el corazón se prepara ansiosamente.

El corazón quisiera irse muy lejos
mientras lo acariciamos como a un pájaro.
El corazón sangra toda la noche,
mientras tratamos de olvidarlo.

El corazón no desea la muerte:
el corazón se prepara ansiosamente.

Mi corazón no desea la muerte:
mi corazón se prepara...

El corazón huye por instinto,
pero caza por hambre.
El corazón es un gran lobo gris,
el último de los grandes.

El corazón no desea la muerte:
el corazón se prepara ansiosamente.

Mi corazón no desea la muerte,
pero late tan precipitadamente…


Ya hemos hablado ampliamente de la gran calidad de Jaime Moreno Villarreal como compositor, y de lo inconcebible que resulta que no haya grabado ningún disco. Pero también señalamos que por fortuna podemos conocer su obra por los demos que grabó en Radio Educación, y también porque otros rockeros han interpretado su obra. Es el caso de Betsy Pecanins (sobre todo en su disco Esta que habita mi cuerpo), pero especialmente Carmen Leñero. Lo valioso del caso de El corazón, es que, al no conocerse una versión del propio Jaime, podemos valorar la interpretación de Carmen sin la clásica “contaminación” comparativa, esa que nos hace preferir siempre la primera versión que conocemos, que suele ser la del autor (o casi siempre ocurre así, porque sin duda hay grandes segundas versiones que superan a las originales, como With a little help from my friends, pues sin duda la versión de Joe Cocker es infinitamente superior a la de los Beatles, o House of the rising sun de Animals, también una inigualable versión, que supera todas las anteriores y posteriores, incluyendo obviamente la horripilante de Sandro).
La letra de El corazón se centra en el simbolismo que de por sí posee este órgano del cuerpo, al que se le atribuyen, equivocadamente, las emociones, la alegría, el amor, pero también el dolor no físico, la tristeza, la angustia, etc. Para esto, Moreno Villarreal recurre a una clásica línea literaria: la que, centrándose en un solo motivo, busca agotar sus manifestaciones, pero desde lo oculto, lo simbólico, lo poéticamente significativo, al estilo de los que hacen Juan José Arreola con los animales en Bestiario y Pablo Neruda con los lugares de sus viajes en los poemas en prosa, y sobre todo André Breton en su poema Mi mujer. Así, Jaime Moreno Villarreal va tocando diversos aspectos del corazón, ese símbolo de la sensibilidad humana, sus contradicciones, su fragilidad. Para ello, utiliza diversas analogías metafóricas, prosopopeyas y pequeñas alegorías, pues lo compara a ratos con un lobo, con un pájaro, lo hace sangrar, cazar, y sobre todo prepararse. ¿Prepararse para qué?, para ser un corazón, para proseguir su destino inexorable, para sentir una y otra vez, y vivir así su naturaleza, que es la naturaleza humana, que es nuestra naturaleza. Para vivificarla, no importa que sea bajo el dolor y el sufrimiento, porque Moreno Villarreal reitera una y otra vez en el estribillo que “el corazón no desea la muerte”. Pero, en una pequeña paradoja retórica, también esa preparación insinúa la de la muerte, porque, de manera también inevitable, el corazón de los sensibles revienta (recordemos el término que usa para designarlos Roger Waters en The wall: los bleeding hearts, los “corazones sangrantes”), no sobrevive ante la frialdad, la indiferencia, el egoísmo, y sobre todo la no correspondencia de otro ante los sentimientos propios. Por ello, atinadamente Moreno Villarreal pone “el corazón no desea la muerte”, porque todos conocemos el despiadado abismo entre el deseo y su satisfacción real, o en este caso, el no deseo de lo irremediable, tan condenado al fracaso, pero tan familiar, tan propio. Quizá por eso, luego de proseguir en los estribillos la referencia al corazón en general de las estrofas, cambia en la repetición del mismo a “mi corazón”, y cierra el círculo de la rola alterando el estribillo en la última frase: “pero late tan precipitadamente…”, resaltando con ello ese destino inexorablemente autodestructivo que poseen los seres sensibles, los “seres de un gran corazón” (autodestructivo al sostenerlo en un mundo de odios, como muestra José Emilio Pacheco en Las batallas en el desierto). De este modo, en El corazón Jaime Moreno Villarreal nos da otra muestra extraordinaria de manejo estilístico, de dominio de los recursos poéticos, y de profundidad conmovedora en el fondo literario.
Por su parte, la melodía de El corazón es adecuadamente suave, lánguida, muy propicia para el timbre de Carmen Leñero, que aquí se muestra mesurado y casi sombrío, lo que le aporta a la rola un aire plenamente romántico (como ya he dicho, no en el sentido de la sensiblería cursi, sino en el del Romanticismo artístico del siglo XVIII, pálido, ojeroso, exhausto de sentir las pasiones derrotadas, y aun macabro y suicida). Por ello, El corazón resulta un ejemplo perfecto de la canción realmente romántica, e incluso con tintes góticos y dark, que ya anuncian a Lacrimosa, Santa Sabina y demás grupos de este movimiento. Y más si le sumamos el magnífico arreglo de Luis Leñero, lleno de detalles atmosféricos muy certeros, como esos sintetizadores iniciales tipo flauta de pan o zampoña, sobre otros rítmicos, casi como gotas estructurales, o la guitarra acústica arpegiada del cierre. No obstante, la estructura melódica de Moreno Villarreal todavía muestra una importante influencia rupestre, sobre todo del lado ligado a la balada-rock, a la variante progresiva del etnorrock y al rock sinfónico, como el de Armando Rosas y una parte de Gerardo Enciso y Arturo Meza, lo que hace de la música y el arreglo de El corazón una amalgama muy amplia de influencias y resoluciones melódicas impecables. Una rola de dolor dulce. Una lenta agonía. Un corazón muriendo.

26 de noviembre de 2011

AY, INÉS


Letra, música e intérprete: Jaime López.
Disco: la versión que uso aquí no está editada en disco, y fue grabada para
Radio Educación. Existe una versión editada en el disco Jaime López, inferior para mi gusto, como ya explicaré.


La palomilla me cabuleaba —recordarás—
cuando pasabas por nuestra esquina con rumbo al pan.
Cual tu vestido, rojo subido, callaba yo;
luego me entraba con tu mirada un mortal temblor.
“¡Trágame tierra!”, rogaba, bajando la cara ahí,
“¡con los piropos de estos, mis cuates, qué va a pensar de mí!”.

'Ora me sales con que en verdad te gustaba Juan;
de mis amigos, puede decirse el más vulgar.
Tanta dulzura, tanta finura —querida Inés—,
frases pensadas, versos, tonadas, voz de Gardel,
tanta loción, para nada: el baúl se tragó el papel,
y ese retrato del día de bodas nos mira envejecer.

Ay, Inés, sólo te queda dormir y soñar…
Ay, Inés, y los donjuanes por los zaguanes lanzan sus flores
a tu costeña manera de andar…

Todo a tu paso era ese paso del huracán;
¡cómo corría sangre por ser el galán triunfal!
“Eres mi cielo” —así me dijiste—, “el primer amor”,
pero era de otro —amor imposible— tu corazón.
Tu cabellera ahora recuerda el olor a mar;
sobre la almohada esa palmera anuncia un vendaval.

Ay, Inés, sólo te queda dormir y soñar…
Ay, Inés, hay un donjuán asaltando el zaguán…
Ay, Inés, sólo te queda dormir y soñar…
Ay, Inés, yo ya no sé si reír o llorar…
Ay, Inés…


En el análisis —en el otro blog— de la canción La víbora de Fabio Morábito, interpretada por Carmen Leñero, hablé del problema de las mujeres que siempre escogen a los patanes. Para no repetirme, a quien quiera profundizar en el tema lo remito a ese texto, así como al del análisis de Nunca dejaré que te vayas de Carlos Arellano. Bueno, pues Ay, Inés de Jaime López toca ese mismo tema desde otra perspectiva, pero sobre todo a través de otros recursos letrísticos y musicales, por lo que, una vez más, un análisis comparado puede resultar interesante.
El tratamiento crítico hacia la mujer de Nunca dejaré que te vayas (pese a que no se centra en la elección errónea femenina, como sí ocurre en las otras dos rolas) se hace desde la ternura y un pequeñísimo reproche, tan sutil que suele pasar desapercibido. Esto lo permite la elección de un narrador personaje, y la elección de la primera persona logra que la rola posea ese tono doméstico, desde el interior de la pareja misma. Por ello, atinadamente Carlos Arellano escoge un lenguaje directo, franco y sensible. En el caso de La víbora, Fabio Morábito sí centra el problema en la elección de la protagonista, pero escoge un narrador omnisciente, así que la perspectiva es indirecta, menos emocional, y con ello se permite un estilo más metafórico y elaborado. Pero en Ay, Inés Jaime López se diferencia de ambos casos. Igual que Arellano, López escoge un narrador personaje, en primera persona que se dirige a una segunda, la mujer de la decisión inadecuada, incoherente, inexplicable para el dolor del narrador. Por ello, el reproche es mayor, y obviamente más claro, sólo que nacido de un cansancio emocional, que ha derivado casi en una compasión por la desviación de la mujer amada, cercana a la de Princesa de Joaquín Sabina, por ejemplo, y que explica la exclamación del título y de los estribillos. Pero además, López también se diferencia de las otras dos rolas en su elección estilística. De hecho, la rola puede dividirse en dos partes claramente diferenciadas desde el punto de vista estilístico, que escinde el primer estribillo. En la primera parte, pese a usar el mismo narrador de Arellano, en lugar de la ternura directa escoge un coloquialismo barriero y urbano, sustentado en ese pequeño campo semántico distintivo (“palomilla”, “cabuleaba”, “¡trágame tierra!”, “cuates”, “piropos”, “zaguanes”), y también en las referencias a las costumbres del barrio (como la ida al pan de la protagonista o la reunión callejera de esa palomilla). Por ello, el estilo es directo como el de Arellano, pero diferente por ese andamio semántico bien elegido, que tantas veces ha utilizado López, como vimos en los análisis de Muriéndome de sed y No me dejes en Siberia. Pero en la segunda parte de la rola ese recurso prácticamente desaparece, y el estilo adquiere rasgos más metafóricos (“paso del huracán”, “tu cabellera ahora recuerda el olor a mar”, “esa palmera anuncia un vendaval”), sin llegar a oscuridades propias de otras rolas de Jaime, seguramente para no caer en la incongruencia. Este cambio se explica porque refleja el de la perspectiva del narrador, evocador pleno de esa emoción pasada en la primera parte, pero que finalmente aterriza en el amargo presente en la segunda. De alguna manera es como si Jaime López nos mostrara en una sola canción que su rasgo poético distintivo siempre pasea de lo cotidiano, humorístico, barriero y directo, a lo oscuro, altamente metafórico y maravillosamente elíptico. Pero si estas diferencias no bastaran, hay un aspecto central en la rola, que no poseen las otras dos: la permanente e irónica analogía con el don Juan Tenorio y doña Inés de la literatura, que se encuentran directamente en obras como El burlador de Sevilla de Tirso de Molina, la ópera Don Giovanni de Mozart, y por supuesto Don Juan Tenorio de José Zorrilla, pero también en toda obra con seductor clásico, como Casanova, don Félix de El estudiante de Salamanca de Espronceda, el Marqués de Bradomín de las Sonatas de Valle-Inclán o el Vizconde de Valmont de Les liasons dangereuses de Choderlos de Laclos. A diferencia de las otras dos canciones, Ay, Inés se centra en esta analogía con esta referencia literaria, para llevarla a la vida moderna, mucho más primitiva y tosca, y ese contraste es el que le sirve para la ironía muy bien lograda, al estilo de los que hace Joyce en el Ulises. La Inés de Jaime López sería casi bufa si no fuera tan amarga al final, y el Juan mencionado aquí es un seductor grotesco, que representa a todos los que inmerecidamente arrebatan a la mujer adorada, en esta deformación de género que se ha mencionado. Por ello, una vez más el humor de López es sólo aparente (como suele pasar con los rupestres), y ese es su verdadero mérito, porque el puñetazo llega sólo después, cuando uno abarca el significado completo de su fondo, oculto bajo esos jugueteos con el estilo y la forma, por lo que el tratamiento del tema bajo sus manos es otro, muy distintivo, lleva su firma totalmente.
Por su parte, la melodía de balada-rock rupestre aporta su cuota nostálgica al tema, así que esa ironía de la letra se oculta (mejor dicho, se pospone) mejor. Lamentablemente, y como ya dije por ahí, Jaime López, extraordinario letrista, siempre es mucho menos exigente en la creación musical, pero sobre todo continuamente fallido en los arreglos. Incluso, como en el caso de Ay, Inés, suele echar a perder versiones que eran mejores como demos, a la hora de editarlas profesionalmente. En este caso, el fabuloso sax de Beto Delgado, que le aportaba delicadeza y calidez en la versión para radio, fue sustituido por un lamentable acordeón en la versión del disco Jaime López, lo que imprimió a la rola un aire norteño, mucho más superficial, pues terminó por resaltar el rasgo humorístico, en lugar de posponerlo como atinadamente lograba la letra. Este tipo de decisiones han impedido que Jaime López llegue al lugar que su calidad letrística merece, como ya expliqué en el otro blog. La versión que pongo aquí pertenece a un grupo de cuatro grabaciones radiales acompañado por el sax de Beto Delgado (las otras tres son Juana, Caite cadáver y Me siento bien, pero me siento mal) sobre su guitarra "de palo" sola, y que a mi juicio son de lo mejor que ha logrado Jaime, y que siempre he creído debió editarlas tal cual en disco (obviamente pulidas en su calidad sonora en el estudio profesional), lo que demuestra que muchas veces el mejor arreglo es el más sencillo. Como dije antes, la melodía de Ay, Inés resulta muy grata; sin demasiadas pretensiones, pero que cierra perfectamente, y como la voz de Jaime de por sí siempre suena lúdica, los rasgos melódicos de la canción, más bien tenues, equilibran la canción perfectamente. Es una pena que una canción de estos vuelos imaginativos y bien trabajados no haya quedado tal como está en esta versión, con todo su espíritu original, en un disco formal.

12 de noviembre de 2011

EL JARDÍN DE LAS DELICIAS


Letra y música: Humberto Álvarez.
Intérprete: MCC.
Disco: MCC 1980/1984.


Me alcanzó la locura;
corrí...
corrí...
pero me alcanzó,
y provocó en mí el vómito del tiempo encarcelado,
hizo de mi existencia un por qué
y un cómo,
tradujo mis palabras a un idioma incoherente,
me lavó la cara llorosa,
sudada,
perdida entre el mundo.
La esquizofrenia amiga,
la enfermedad sabia me alcanzó,
y ahora
no me dejará,
pues sabe que el final
lo tengo yo.

En el filo del delirio aún se oye mi voz,
balbuceando la última razón.
El desorden va pintando un cielo de luz,
y va ahogando el asco y el shock.

Siento ausencia y hay mudanza,
ya no estoy aquí, ni en sus criptas;
paso a paso voy surgiendo al sol,
enterrando juramentos,
su blanca prisión
sufre depresión,
¡muere en conmoción!


En otro ejemplo de canción muy larga, y que, por ello, rompe toda condición comercial, El jardín de las delicias de MCC es una muestra casi contraria a la recién revisada Preguntando en los umbrales de Lucerna Diogenis. Esto porque si Lucerna Diogenis hizo una retrospectiva como homenaje un tanto irónico a la psicodelia, MCC explora su esencia más distintiva, y la lleva al límite, en un rock absolutamente progresivo, que incluye una introducción atmosférica muy lenta, líquida, y con texto recitado, para luego romper en un ritmo más energético y lleno de notas, en un estilo que recuerda a Yes. Y sin embargo, ambos grupos exploran vías estilísticas en el fondo muy emparentadas, por más distantes que parezcan a primera oída, gracias a que justo esa amplitud extraordinaria es lo que define al progresivo. Como dijimos, Lucerna Diogenis rompió con su línea tradicional en el disco Rock’n’roll, precisamente porque su rock progresivo es más cercano al rock clásico y al espíritu del blues, cimentado en las guitarras eléctricas y electroacústicas de Jorge Meneses. En cambio, MCC siempre siguió su vía del progresivo ambiental y polifónico, con base en los sintetizadores de Humberto Álvarez y Enrique Quezadas, con solos y figuras de apoyo complejos, así que sus exploraciones musicales se centraron en las atmósferas y en las influencias del rock sinfónico. Pero en más de una ocasión ambas búsquedas llegaron a territorios melódicos, emocionales y energéticos similares, sobre todo porque ambos estilos musicales apuntalaban el lucimiento de las voces, de Mario Rivas en el caso de MCC, y de Jorge y Gerardo Meneses en el de Lucerna Diogenis. Y si a eso le sumamos el estilo poético minimalista de las letras (lado poco habitual en los grupos del subgénero en México, como señalé antes), al final se da un espíritu común entre ambas bandas, de rock progresivo sensible e inteligente. Eso no significa que no se den las suficientes diferencias para compararlas. Y en este caso, esos contrastes no sólo permiten, sino impulsan el disfrute de las dos búsquedas, y no resulta tan fácil determinar cuál la concreta mejor, precisamente porque el progresivo es un subgénero complejo, lleno de tantos detalles significativos, que dificultan la elección (aunque en este caso Lucerna Diogenis lleva la desventaja de haber escogido una añoranza melódica, intencionalmente más simple; pero con otras rolas sería más complicado).
Como dije, El jardín de las delicias de MCC inicia con una atmósfera de hipnóticos acordes arpegiados (después del sorpresivo golpe sonoro introductorio, que amaina inmediatamente), en vueltas y vueltas con cambios mínimos, que ayudan a introducir el soliloquio recitado, y crean así una lentitud repetitiva, precisamente como los vaivenes ensimismados de los locos, tema de la letra (como veremos más adelante), por lo que la decisión es muy acertada. Pero después los mismos acordes abandonan su arpegio, en un sonido de órgano primero, para luego dar paso a notas que gradualmente pierden su coherencia armónica y pasan a la disonancia y el encabalgamiento de sonidos, hasta un pequeño caos sonoro de notas granizadas, cada vez más veloces, hasta que al fin se funden como átomos, que incluso dan una sensación de grabación al revés, al estilo de ciertos pasajes de Revolution N° 9 de los Beatles. Todo esto como una de las mejores muestras del progresivo más vanguardista y alucinado. Pero enseguida nuevos acordes se reacomodan en pares de golpes, para pasar al ritmo pleno con el ingreso de la batería, con una potencia que evoca de inmediato Sheep de Pink Floyd. Enseguida suena un impresionante solo vocal de Mario Rivas, que también recuerda las pinkfloydeanas The great gig in the sky y sobre todo A sacerful of secrets. Después, en medio y al final de las partes cantadas, los acordes aterrizan en una figura principal de sintetizador, como ya dijimos más propia de Emerson, Lake & Palmer o Yes. Y en una muestra más de la gran maestría vocal de Mario Rivas, la agudísima frase final de la letra, así como la figura que cierra la rola son simple y sencillamente inigualables. Todo esto, más los múltiples detalles, cambios de ritmo, pequeños quiebres y nuevos impulsos, etc., arman una auténtica obra maestra del rock progresivo mexicano, compleja, de virtuosismo impactante.
Por su parte, como ya dijimos la letra de El jardín de las delicias se centra en la locura, como en la ya revisada ¿Será por eso? de Caifanes (además de las referencias de otras artes citadas en el análisis de dicha rola en el otro blog, al que remito para no repetir). Pero Humberto Álvarez no explora el tema desde la oscuridad del psicópata, sino que recurre a un narrador personaje que posee una extraña mezcla de locura y conciencia de la misma, lo que no deja de ser paradójico si no se ve como lo que es: un mero recurso literario. En todo caso, atinadamente Álvarez especifica que es la esquizofrenia el tipo de mal mental del que nos habla, porque justo se caracteriza por ese vaivén entre locura y lucidez momentáneas; sin embargo, aquí se habla de esquizofrenia también de manera simbólica, en alusión a las distorsiones que provoca la vida moderna (no se dice expresamente, pero el estilo descriptivo y las imágenes “vómito del tiempo encarcelado” y “perdido entre el mundo”, además del ritmo a ratos industrial del arreglo, crean esa sensación de locura inducida por la época, y no literalmente física, congénita). Obviamente la canción El jardín de las delicias se basa en el célebre tríptico homónimo de El Bosco; sobre todo en su parte central, donde la locura se describe precisamente como una consecuencia de la corrupción humana (bajo la óptica de la moral medieval, evidentemente, además de que hay varias interpretaciones de la obra, entre ellas una que propone lo opuesto, una exaltación del placer libre, bastante osada para la época), que mostrará sus consecuencias en el infierno descrito en el tercer lado del tríptico. Adaptando esa mismo tema para su momento histórico, Humberto Álvarez escoge un estilo bastante transparente, para propiciar la credibilidad del narrador, y las escasas imágenes metafóricas poseen cierta ingenuidad, porque ese es el tipo de poesía involuntaria que crean las mentes distorsionadas: un tanto autómata e incoherente, pero sencilla (salvo casos más graves), rasgo que también define el estilo de la revisada ¿Será por eso? de Caifanes (basta compararlas), y por el mismo motivo de la credibilidad del narrador. En ese sentido, la letra de El jardín de las delicias se apega más al sentido del progresivo clásico (incluso la locura es uno de sus temas habituales), pero no deja de ser algo débil poéticamente, en comparación con el tratamiento mucho más ambicioso y oscuro de Pink Floyd, King Crimson o el mismo Lucerna Diogenis, por mencionar algunos ejemplos. No obstante, la melodía, los cambios rítmicos y el arreglo completo, además de las impecables ejecuciones instrumentales y vocales de MCC, equilibran absolutamente la rola, armando, como ya dijimos, una extraordinaria pieza larga, cumbre en el progresivo mexicano por donde quiera que se le mire.