Letra y música: Quintana Roo (no tengo a mano los créditos exactos).
Disco: Quintana Roo.
Como a mil al sur, Estado de Oaxaca,
en el mar azul de Cipolite-Beach,
ahí donde se nos atravesó una vaca,
ahí dejamos la petaca y el veliz.
Y cuando de repente apareció en escena,
en la arena, una piccola lombriz
que, después de haber dejado a su pareja,
se metió en un agujero pa’ dormir.
De repente vino un hippie pa’ decirme:
“presta un varo, pues no tengo pa’ comer”.
Le di el peso, y yo le dije: “no me estimes:
te regalo todo el peso del placer.
Y además, ahorita la onda está en la playa,
a la luz de un suavecito atardecer,
y parece que partieron la papaya
que compramos en Pochutla desde ayer”.
Doña Petra, pobrecita, está enojada:
se le fueron los gabachos sin pagar.
Y Cirilo, tan tranquilo trabajando,
meditando en la pureza del cristal.
Y más pa’ allá está don Ramón haciendo cuentas,
pues las ventas no salieron como ayer:
unos pagan lo que deben, otros quedan a deber,
y cuántos son los que han pirado sin siquiera agradecer.
Don Manuel está acostado en una hamaca,
disfrutando su mezcal con gran placer,
cotorreando con una buena gabacha,
cotorreando la actitud de su mujer.
Y más pa’ adentro está la casa de Susana,
donde vive mucha gente sin fingir
la armonía de una gran señora dama,
que se siente en lo profundo del vivir.
Y los hippies ya ni fuman mariguana,
decidieron hacer la meditación.
Todo es nada en esta vida, nada es todo en el morir,
todo es nada en Cipolite-Beach.
Los marinos vinieron por la mañana,
y en cueritos apañaron a otros dos.
Y después de ver que no tenían hermana,
permitieron se bañaran con calzón.
De seguro les bajaron una lana:
es una vieja costumbre en el país,
cuando de repente apareció en escena,
en la arena, una piccola lombriz
que, después de haber dejado a su pareja,
se metió en un agujero pa’ dormir.
Todo es nada en esta vida, nada es todo en el morir,
todo es nada en Cipolite-Beach.
En el post anterior comentamos que el jugueteo con los ritmos musicales a veces no se extiende a la letra. Pero como también señalamos, muchas veces sí, y de hecho en muchas ocasiones esa es su verdadera motivación. Ya en el otro blog pusimos varios ejemplos del jugueteo con el dixieland, el charleston y el fox trot (unificamos el criterio bajo esta última denominación, por motivos estrictamente prácticos, aunque hay diferencias entre estos ritmos o estilos). El fugaz grupo Quintana Roo nos entrega otro ejemplo en Cipolite-Beach. Esta rola es un auténtico divertimento, relajado e irónico, sin demasiada pretensión, pero sin dejar de soltar críticas certeras a la idiosincrasia mexicana. Pero antes que nada, Cipolite-Beach es un canto al placer, al goce liviano y a los personajes sencillos y cotidianos que pueblan la verdadera vida provinciana, que transcurren en esa combinación entre ingenua y pícara, producto de la necesidad de sobrevivir, pero también del ambiente más relajado, de placeres simples y horas largas. Pero esta rola es también un homenaje claro y directo a un lugar específico: la playa de Cipolite, por mucho tiempo nudista clandestina, virgen (en el fondo, desvirgada) y escondida, de noches calientes y etílicas. Existen otros casos de canción para un lugar en el rock mexicano, como Tijuana de Rafael Catana, Puerto Bagdad de Jaime López (antiguo nombre de Matamoros), Tren de Guanatos de Callo y Colmillo (Roberto Ponce y Nina Galindo, como ya sabemos), todo el disco Alvaraderías de Roberto González (obviamente sobre Alvarado, Veracruz), Huapanguero de Rockdrigo (sobre la zona de la Huasteca), etc., sin contar el inmenso material sobre la Ciudad de México. Más cercano al ejemplo de López, Quintana Roo usa la referencia como pretexto para hacer un cuadro sociológico socarrón y sabroso, con atinadas frases hilarantes, y con el recurso ingenioso de las voces al fondo, que amplían e introducen comentarios mordaces, en un recurso que recuerda el estilo de Federico Arana (sobre todo en su novela Delgadina). La crítica en Cipolite-Beach es punzante, pero ligera, lo que hace a la canción muy disfrutable, festiva, que recuerda el espíritu del Cándido de Voltaire y la literatura picaresca, pero sobre todo el de la Picardía mexicana de Armando Jiménez, y el que tan bien definió Jorge Portilla en su ensayo Fenomenología del relajo. Así, personajes de abulia y cinismo, de afán y lucha, de autenticidad y cachondeo, arman la maraña de sobrevivientes, sin mayor ambición que el mínimo deleite que deje cada día de trajín repetido, porque simple y sencillamente lo demás es irreal, ficción pura, discurso de campaña política. Cipolite-Beach llega al final a la misma conclusión que las dos novelas de Óscar de la Borbolla: como Todo está permitido, entonces Nada es para tanto. Y eso no implica que Quintana Roo viva este espíritu permanente: basta escuchar otras rolas suyas para ver que cada una responde a una necesidad reflexiva y artística diferente, como debe ser, y como lo prueba su otra rola más conocida, Contigo, muy cercana al pop coral romántico de los Beach Boys (es decir, no a su mayoritario lado surf, al que de alguna manera sí se acerca, al menos como referente ambiental, Ciopolite-Beach).
Para lograr esta narración, Quintana Roo utiliza el lenguaje franco, por ser el más conveniente al estilo descriptivo ágil, sutil del paisaje, pero más centrado en los diferentes caracteres de sus personajes. No obstante, estas personalidades, arquetipos pequeñitos, se crean con elementos escasos, en una economía verbal muy lograda, que a través de trazos rápidos, pero definitorios, pasan de inmediato al siguiente personaje, privilegiando la maraña sobre los individuos. Esta agilidad, al no condecirse plenamente con la de la música, hace a la letra muy amena, fresca, de un humorismo inteligente, que obviamente está emparentado con el de Jaime López y el de Mamá-Z.
Pero la frescura de la música no la hace plenamente chispeante, porque la melodía y el ritmo recrean el ligero sopor del clima tropical. El aire a fox trot entrecortado de Cipolite-Beach, que recuerda de inmediato el estilo de Rainy day women #12 & 35 de Bob Dylan, encuentra su mejor sostén para la figura de los solos en el uso del kazoo, pequeño, simple y jocoso instrumento de viento, que han usado también Los Nakos y Betsy Pecanins (lo toca ella, de hecho). Una elección muy buena, porque le imprime a la rola no sólo el evidente humorismo, sino ese aire familiar, cotidiano, reconocible, que también tienen los personajes de la letra. Por su parte, la voz del cantante es graciosa, relajada, gozosa, y muy bien apoyada por una segunda en armonía en algunas partes, además de los mencionados comentarios al fondo (incluyendo esos ronquidos de dibujos animados, cerca del final). Una música y un arreglo que son también un jugueteo liviano y mordaz.
Disco: Quintana Roo.
Como a mil al sur, Estado de Oaxaca,
en el mar azul de Cipolite-Beach,
ahí donde se nos atravesó una vaca,
ahí dejamos la petaca y el veliz.
Y cuando de repente apareció en escena,
en la arena, una piccola lombriz
que, después de haber dejado a su pareja,
se metió en un agujero pa’ dormir.
De repente vino un hippie pa’ decirme:
“presta un varo, pues no tengo pa’ comer”.
Le di el peso, y yo le dije: “no me estimes:
te regalo todo el peso del placer.
Y además, ahorita la onda está en la playa,
a la luz de un suavecito atardecer,
y parece que partieron la papaya
que compramos en Pochutla desde ayer”.
Doña Petra, pobrecita, está enojada:
se le fueron los gabachos sin pagar.
Y Cirilo, tan tranquilo trabajando,
meditando en la pureza del cristal.
Y más pa’ allá está don Ramón haciendo cuentas,
pues las ventas no salieron como ayer:
unos pagan lo que deben, otros quedan a deber,
y cuántos son los que han pirado sin siquiera agradecer.
Don Manuel está acostado en una hamaca,
disfrutando su mezcal con gran placer,
cotorreando con una buena gabacha,
cotorreando la actitud de su mujer.
Y más pa’ adentro está la casa de Susana,
donde vive mucha gente sin fingir
la armonía de una gran señora dama,
que se siente en lo profundo del vivir.
Y los hippies ya ni fuman mariguana,
decidieron hacer la meditación.
Todo es nada en esta vida, nada es todo en el morir,
todo es nada en Cipolite-Beach.
Los marinos vinieron por la mañana,
y en cueritos apañaron a otros dos.
Y después de ver que no tenían hermana,
permitieron se bañaran con calzón.
De seguro les bajaron una lana:
es una vieja costumbre en el país,
cuando de repente apareció en escena,
en la arena, una piccola lombriz
que, después de haber dejado a su pareja,
se metió en un agujero pa’ dormir.
Todo es nada en esta vida, nada es todo en el morir,
todo es nada en Cipolite-Beach.
En el post anterior comentamos que el jugueteo con los ritmos musicales a veces no se extiende a la letra. Pero como también señalamos, muchas veces sí, y de hecho en muchas ocasiones esa es su verdadera motivación. Ya en el otro blog pusimos varios ejemplos del jugueteo con el dixieland, el charleston y el fox trot (unificamos el criterio bajo esta última denominación, por motivos estrictamente prácticos, aunque hay diferencias entre estos ritmos o estilos). El fugaz grupo Quintana Roo nos entrega otro ejemplo en Cipolite-Beach. Esta rola es un auténtico divertimento, relajado e irónico, sin demasiada pretensión, pero sin dejar de soltar críticas certeras a la idiosincrasia mexicana. Pero antes que nada, Cipolite-Beach es un canto al placer, al goce liviano y a los personajes sencillos y cotidianos que pueblan la verdadera vida provinciana, que transcurren en esa combinación entre ingenua y pícara, producto de la necesidad de sobrevivir, pero también del ambiente más relajado, de placeres simples y horas largas. Pero esta rola es también un homenaje claro y directo a un lugar específico: la playa de Cipolite, por mucho tiempo nudista clandestina, virgen (en el fondo, desvirgada) y escondida, de noches calientes y etílicas. Existen otros casos de canción para un lugar en el rock mexicano, como Tijuana de Rafael Catana, Puerto Bagdad de Jaime López (antiguo nombre de Matamoros), Tren de Guanatos de Callo y Colmillo (Roberto Ponce y Nina Galindo, como ya sabemos), todo el disco Alvaraderías de Roberto González (obviamente sobre Alvarado, Veracruz), Huapanguero de Rockdrigo (sobre la zona de la Huasteca), etc., sin contar el inmenso material sobre la Ciudad de México. Más cercano al ejemplo de López, Quintana Roo usa la referencia como pretexto para hacer un cuadro sociológico socarrón y sabroso, con atinadas frases hilarantes, y con el recurso ingenioso de las voces al fondo, que amplían e introducen comentarios mordaces, en un recurso que recuerda el estilo de Federico Arana (sobre todo en su novela Delgadina). La crítica en Cipolite-Beach es punzante, pero ligera, lo que hace a la canción muy disfrutable, festiva, que recuerda el espíritu del Cándido de Voltaire y la literatura picaresca, pero sobre todo el de la Picardía mexicana de Armando Jiménez, y el que tan bien definió Jorge Portilla en su ensayo Fenomenología del relajo. Así, personajes de abulia y cinismo, de afán y lucha, de autenticidad y cachondeo, arman la maraña de sobrevivientes, sin mayor ambición que el mínimo deleite que deje cada día de trajín repetido, porque simple y sencillamente lo demás es irreal, ficción pura, discurso de campaña política. Cipolite-Beach llega al final a la misma conclusión que las dos novelas de Óscar de la Borbolla: como Todo está permitido, entonces Nada es para tanto. Y eso no implica que Quintana Roo viva este espíritu permanente: basta escuchar otras rolas suyas para ver que cada una responde a una necesidad reflexiva y artística diferente, como debe ser, y como lo prueba su otra rola más conocida, Contigo, muy cercana al pop coral romántico de los Beach Boys (es decir, no a su mayoritario lado surf, al que de alguna manera sí se acerca, al menos como referente ambiental, Ciopolite-Beach).
Para lograr esta narración, Quintana Roo utiliza el lenguaje franco, por ser el más conveniente al estilo descriptivo ágil, sutil del paisaje, pero más centrado en los diferentes caracteres de sus personajes. No obstante, estas personalidades, arquetipos pequeñitos, se crean con elementos escasos, en una economía verbal muy lograda, que a través de trazos rápidos, pero definitorios, pasan de inmediato al siguiente personaje, privilegiando la maraña sobre los individuos. Esta agilidad, al no condecirse plenamente con la de la música, hace a la letra muy amena, fresca, de un humorismo inteligente, que obviamente está emparentado con el de Jaime López y el de Mamá-Z.
Pero la frescura de la música no la hace plenamente chispeante, porque la melodía y el ritmo recrean el ligero sopor del clima tropical. El aire a fox trot entrecortado de Cipolite-Beach, que recuerda de inmediato el estilo de Rainy day women #12 & 35 de Bob Dylan, encuentra su mejor sostén para la figura de los solos en el uso del kazoo, pequeño, simple y jocoso instrumento de viento, que han usado también Los Nakos y Betsy Pecanins (lo toca ella, de hecho). Una elección muy buena, porque le imprime a la rola no sólo el evidente humorismo, sino ese aire familiar, cotidiano, reconocible, que también tienen los personajes de la letra. Por su parte, la voz del cantante es graciosa, relajada, gozosa, y muy bien apoyada por una segunda en armonía en algunas partes, además de los mencionados comentarios al fondo (incluyendo esos ronquidos de dibujos animados, cerca del final). Una música y un arreglo que son también un jugueteo liviano y mordaz.
Por ello, Cipolite-Beach es una muy buena rola de entretenimiento y crítica velada no pretensiosa, que muestra que hay canciones para distintos momentos, estados anímicos e intenciones, y que, mientras se creen desde la inteligencia, poseen tanta validez como las solemnes y hondas.
¡Magnífico, amigo Juan! Yo también llevaba mucho tiempo buscando este disco, porque éste sí que no lo tuve ni en LP nunca. Así que es un aportazo, mil gracias por compartirlo.
ResponderEliminarMe hiciste reír con lo de tu último párrafo. Ya estoy trabajando en un nuevo post para este blog, y también en el nuevo programa del podcast, porque, por suerte, he tenido un poquito más de tiempo estos días, así que no falta mucho para ambas cosas.
Un abrazo, y gracias de nuevo.