3 de agosto de 2011

LA TIENDA DE MI PUEBLO


Letra y música: Salvador Chava Flores.
Intérpretes: Rubén Schwartzman y Ángel Cervantes.
Disco: La amistad hecha canto, Vol. 1.
Obviamente también existe la versión del autor, además de muchas otras.




Tuve una tienda en mi pueblo, precioso lugar…
Te vendía de un camote de Puebla a un milagro a san Buto;
pitos, pistolas pa’ niños te hacía yo comprar;
pa’ tu cruda, una panza, o te inflaba una llanta al minuto.

Aros, argollas, medallas podías tú adquirir;
un anillo, un taladro, petacas, tu cincho de cuero;
te enterraba en el panteón, te introducía en el cajón;
antes, con un zapapico abría tu agujero;
me dabas para alquilar alguien que fuera a llorar;
mientras lloraba, alumbraba con velas tu entierro.

Leche, tu té, chocolate, tu avena o café;
te sacaba las muelas picadas, dejaba las buenas;
pasas, el chicozapote, picones con miel;
había métodos, tubos o huevos o platos o leña.

Desde Apizaco, yo ocotes mandaba traer;
exportaba el chipotle en cajones, también la memela;
chupones para el bebé, de un agorero hasta un buey,
chochos y mechas, bizcochos, tiraba rayuela;
el día de madres vendí lo que el día veinte metí:
nabos, zanahorias, ejotes y chile en cazuela.

Plumas en sacos de lona o tela de Joir,
había linos y tallos de rosas, mangueras y limas,
mangos, mameyes, cojines, trasteros de aquí;
había zumo de caña, metates, tompiates, tarimas.

De un embutido a un chorizo podía usted llevar,
longaniza de aquella que traen los inditos de juera;
te acomodaba al llegar en mi hotel particular,
tres pesos más te sacaba por la regadera;
pero un buen día me perdí, y hasta mi tienda vendí,
sólo salvé del traspaso la parte trasera.

Tuve una tienda en mi pueblo, precioso lugar…


En los comentarios de algún post del otro blog, disertaba con alguno de los visitantes sobre los vicios del rock mexicano. Muchos de ellos parecen inexplicables, aunque seguramente tienen un origen histórico. Señalé varios, algunos más propios de un subgénero: la insistencia en la voz nasal de los cantantes, los escasos estudios profesionales de música, el estancamiento en fórmulas que consiguen el fácil y acrítico aplauso de la “banda”, la idea de que el rockero debe sonar forzosamente marginal para serlo, la obvia y superficial crítica social sin refinar, la escasísima ambición de los arreglos, etc. Pero estas reiteraciones limitantes no son exclusivas del rock mexicano. En el cine nacional, por ejemplo, también se da un apego excesivo por los temas marginales, y una recurrencia ya agotadora por la tragedia. Mucho de esto se explica seguramente por las influencias de obras que en su momento impactaron al público. En el cine, el éxito de la película Los olvidados de Luis Buñuel sin duda propició una serie de búsquedas similares. El problema es que no cualquier director es Buñuel, por lo que el tratamiento se escapa por vías mucho menos logradas. Claro ejemplo de esto es Nosotros los pobres, de Ismael Rodríguez, llena de escenas lacrimógenas, que apuntan a lo peor de la sensiblería de la masa, que gimotea y luego se alivia con la personalidad del galán cantador y el humorismo bobalicón, pero nunca deriva en una auténtica reflexión de los mecanismos sociales ni idiosincrásicos de México. En el caso del rock mexicano, la pobre influencia de Alejandro Lora, y penosamente aun la de Rockdrigo, mal filtrada, ha propiciado seguidores de menor nivel, que arman la gran represa de obviedades y facilismos letrísticos y musicales del rock nacional. De ahí el gran valor de los que rompen con ese estancamiento, y crean obras imaginativas, atrevidas, inconformes…
Como también señalé por ahí, otro de los grandes lastres del rock mexicano es el afán, a estas alturas ya agotador, de explotar la vía del humorismo. Músicos que han logrado muy buenas canciones, terminan por encasillarse en esa línea, malogrando el necesario avance que su potencial sugería. Ya hablé de eso en la obra de Choluis y Trolebús, Mamá-Z, Francisco Barrios El Mastuerzo y Botellita de jerez, El Personal y hasta el mismo Jaime López, todos con mucha obra perdurable, pero con algunos resbalones reiterativos (ni siquiera vale la pena nombrar otros grupos y solistas, esos sí muy menores, que en realidad nunca insinuaron otras capacidades). Por ahí escuché alguna vez que alguien señalaba muy atinadamente cómo muchos de los músicos de la época del rock’n’roll terminaron en comediantes de televisión y churros cinematográficos: César Costa y su Papá soltero, Enrique Guzmán y su Bartolo, Manolo Muñoz y La carabina de Ambrosio, además de las payasadas de Johnny Laboriel, Benny Ibarra y hasta el mismo Javier Bátiz (recuerdo una película horrenda de ficheras, en que hacía un papel lamentable). ¿A qué se deberá? Sin duda un punto importante para explicarlo es que el rockero tiende naturalmente a la irreverencia, porque el rock mismo lo es de origen. Por ello, no son los casos mexicanos los primeros: de hecho, algo similar hicieron otros rocerkos, como Chuck Berry (en alguna película idiota de adolescentes, que no recuerdo) y hasta los mismos Beatles en sus películas, bastante bobas. Supongo que es esa influencia la que impactó a los rocanroleros mexicanos, que la trasladaron al inferior contexto nacional. Pero en cuanto al rock posterior, son otras las influencias que lo marcaron. Además de las mencionadas de Lora, Rockdrigo y el propio Jaime López, sin duda alguna podríamos señalar otros nombres previos, que se revaloraron con el tiempo, pertenecientes a la música plenamente humorística: Tin Tán, Piporro, aun Cri Cri, y sobre todo Chava Flores. De los tres, sólo el primero coqueteó con el rock’n’roll propiamente dicho, con covers y parodias de dicho ritmo, aunque más como intérprete que como compositor. Los otros tres, han influido en la actitud y las letras.
Aunque canciones humorísticas han existido prácticamente siempre, y en todos los géneros, Chava Flores fue quizá el primer compositor humorístico experto y exclusivo de esa línea. A través de los géneros musicales de su momento (ranchera, corrido, tango, bolero, etc.), Chava Flores se destacó por un rasgo que es justo el que lo relaciona tanto con el rock mexicano: sus canciones siempre fueron plenamente urbanas, y todos sus personajes representaban la picardía, la ignorancia, la calidez y las contradicciones del capitalino de las clases medias y los barrios bajos. De hecho, Chava Flores inauguró la canción de búsqueda de los arquetipos citadinos, tanto de personajes, como de situaciones: la boda (Boda de vecindad), el bautizo (El bautizo de Cheto), el funeral (Cerró sus ojitos Cleto), la fiesta de 15 años (Los 15 años de Espergencia), etc., eran los acontecimientos de la cultura popular, que permitían la aparición detallada del padre, la madre, los niños, el burócrata, el albañil, el político, la enfermera, la criada, todos inmensamente reconocibles, y que son hilarantes justo porque su ridiculez es tan familiar, por ser como el del lado, el prójimo, y peor aún: uno mismo. El ingenio de Chava Flores es tan grande como su capacidad descriptiva, sus recursos lingüísticos, pero también su versificación, sus metáforas, prosopopeyas y comparaciones, y más aún: la profundidad de su crítica social y aun política, cercana a la de los caricaturistas y cómicos más elaborados, como Palillo, Abel Quezada, Rogelio Naranjo, Rius, José Guadalupe Posada, etc. Un claro ejemplo es A qué le tiras cuando sueñas, un retrato de las miserias y vicios del mexicano, tan apretado y contundente como cualquier obra seria de Samuel Ramos, Octavio Paz, Carlos Monsiváis o Roger Bartra. Por ello, no cabe duda alguna de la influencia de Chava Flores en rockeros como Rockdrigo, Jaime López, Agustín Aguilar, Choluis, Botellita de jerez, Julio Haro, Armando Palomas, etc., que le han aprendido los grandes recursos para el retrato y la descripción sarcásticos, irónicos, paródicos y satíricos.
Uno de los mejores ejemplos de ello es La tienda de mi pueblo. Esta canción destaca no sólo por el alto humor, sino por el recurso específico que la define: el albur. Quienes hemos podido viajar a distintos países sabemos que el albur auténtico mexicano es único en el mundo. En otros lugares existen los juegos de palabras (podemos verlos, por ejemplo, en el gran poema argentino Martín Fierro de José Hernández), y especialmente en cuanto a lo sexual, el doble sentido. Pero el albur verdadero es más que eso: es un conjunto de fórmulas más bien fijas, que responden a otras equivalentes, armando un gran esgrima verbal, en el que lo más importante es “penetrar” al otro, desde el lenguaje. Es decir, no se trata de improvisaciones, sino de figuras verbales hechas, recurrentes, y que, sin embargo, siguen sorprendiendo al “rival” en turno. Hay varios estudios sobre la naturaleza del albur, incluyendo algunos muy forzados, exagerados, que sugieren su oculto fondo homosexual, definido por esa búsqueda de penetración sexual, de “violación por la palabra” entre hombres. Como si las mujeres no alburearan, digo yo… Pero haciendo a un lado esa discusión, el caso es que Chava Flores es uno de los máximos creadores de la canción alburera, como Tomando té, El chico temido de la vecindad, y sobre todo La tienda de mi pueblo. La capacidad para jugar con el lenguaje en esta última canción es muy notable, porque el gran mérito es hacer una canción con sentido pleno, que parezca inofensiva, pero que contenga esa gran carga alburera. La descripción, pero sobe todo la enumeración que exprime el campo semántico de los productos de la tienda, los juegos homófonos y algún calambur escondido, son los recursos retóricos principales de Chava Flores, que maneja con verdadera maestría, ligando albures uno tras otro de manera impresionante, sin tregua, porque logra que el elemento que sirvió para el albur anterior sea el que propicie la respuesta del siguiente. Y todo esto, sin romper la lógica de la versión inofensiva, para los inocentes, que nunca sabrán lo que se esconde detrás de la tierna evocación de la tienda provinciana. ¿Acaso no es evidente la gran influencia de este estilo en canciones como Oh, yo no sé de Rockdrigo, Juana, Ámame en un hotel y Me siento bien, pero me siento mal de Jaime López, Coito circuito y La tragedia de Juan Camaney de Trolebús, Los misterios de Rosa y No hubo modo de Mamá-Z, Dale de comer al conejito de El Personal, Canción para un armaño y De tripas, cuajo y corazón (heredera directa de otra de Chava Flores: La taquiza) de Botellita de jerez, y en otro sentido, Juanita de El Tri, por poner algunos de los innumerables ejemplos?
Para este post escogí no la versión del autor, sino la de su segundo mejor intérprete (para mí es imposible negar que el mejor fue Pedro Infante, nos guste o no): Rubén Schwartzman, para aprovechar y rendirle un homenaje a su labor de difusión de la obra de Chava Flores, y sobre todo por la sabrosa interpretación en vivo, acompañado por el guitarrista Ángel Cervantes. La voz grave de Rubén siempre supo resaltar el espíritu jocoso de las letras, pero también respetar el espíritu de la melodía, que en el caso de La tienda de mi pueblo es una canción ranchera tradicional, adornada por los requintos muy precisos de Cervantes. Valor aparte tienen los comentarios amenos e ingeniosos de Rubén ante su audiencia, previos y en medio de las canciones mismas.
Sin duda la obra y el carisma de Chava Flores han influido enormemente en la importantísima veta humorística del rock mexicano, y no es culpa suya que muchos (excesivos, diría yo) malos aprendices suyos no cumplan con sus niveles de exigencia, ingenio, recursos verbales y musicales, y sobre todo, talento. Pero los que sí lo hacen, como los rockeros mencionados, sin duda tienen una deuda muy notoria con él.

4 comentarios:

  1. Qué onda

    Tenía entendido que Chava Flores estuvo involucrado en Los Tepetatles. No sé exactamente cómo, pero eso cuenta la leyenda.

    Saludos

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  2. Así lo señalo en el análisis siguiente, "El Tlalocman" de Botellita de jerez, estimado LED, ojalá lo puedas checar.
    Muchos saludos, y gracias.

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  3. Toda la razón, amigo Juan, "La estaca" es una rola muy ingeniosa, y de esa opacidad que permite múltiples interpretaciones. Yo no tengo una que me convenza plenamente (ya me ha pasado otras veces, y lo cuento en el caso de "Algo" de Roberto González). Las que más me suenan es el del deseo de ser infiel y el intento de reprimirlo, o la relación y/o deseo ocultos homosexuales, también reprimidos. Pero repito, no quedo completamente convencido. Obviamente la ambigüedad de la estaca sugiere el falo, pero también el vampiro, que, como sabe cualquier estudioso de la literatura gótica, es una referencia erótica. Incluso cabría la posibilidad del violador o maniático sexual como tema, ahora pienso. NO sé, sigo dándole vueltas, lo que, como ya señalé, es genial, desafiante. Ojalá otros puedan aportar sus interpretaciones.
    P.D. Efectivamente se coló ese error de dedo, gracias por señalármelo, lo corregiré en cuanto tenga tiempo.
    Muchos saludos, y qué bueno que aportes por aquí, amigo Juan, y sigo agradeciéndote el gran trabajo de tu blog, que tan magnífico material nos aporta.

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  4. Yo espero lo mismo, amigo Juan, porque ya mi colgón es más vergonzoso para mí que para nadie, créeme. Pero qué le voy a hacer, hay que sobrevivir...
    Un abrazo.

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