Letra: Jorge Luis Borges.
Música: Arturo Meza.
Intérpretes: Marisa de Lille y Arturo Meza.
Disco: A la siniestra del padre. También hay otra estupenda versión en el disco Homenaje a Borges, en la que Meza incluyó la voz del poeta declamando el poema, tanto sola, como siguiendo la de Marisa.
Sólo una cosa no hay. Es el olvido.
Dios, que salva el metal, salva la escoria
y cifra en Su profética memoria
las lunas que serán y las que han sido.
Ya todo está. Los miles de reflejos
que entre los dos crepúsculos del día
tu rostro fue dejando en los espejos
y los que irá dejando todavía.
Y todo es una parte del diverso
cristal de esa memoria, el universo;
no tienen fin sus arduos corredores
y las puertas se cierran a tu paso;
sólo del otro lado del ocaso
verás los Arquetipos y Esplendores.
Recientemente supe que hace unos años se organizó una encuesta entre los escritores hispanoamericanos más prestigiosos (y creo que editores también, no estoy seguro), para escoger la novela más importante del siglo XX en lengua española. Para orgullo de los mexicanos como yo, la elegida fue Pedro Páramo de Juan Rulfo. Y yo estoy completamente de acuerdo. Y pensé (y pienso) que si me preguntaran (obviamente no lo harán) cuál es el mejor libro de poemas del siglo XX en español, yo elegiría El otro, el mismo del argentino Jorge Luis Borges (en segundo lugar escogería España, aparta de mí este cáliz del peruano César Vallejo). Prácticamente cada poema del libro es una obra maestra del lenguaje, el estilo, la inteligencia, la cultura y la profundidad del mejor Borges, nunca debidamente reconocido, más por motivos políticos que por justicia literaria (sin duda su postura política siempre fue lamentable, incluidos apoyos a los peores dictadores latinoamericanos, pero eso en nada afectó la calidad de su obra poética, porque siempre la mantuvo aparte, y como he dicho, un verdadero analista tiene que centrarse en la calidad literaria, y no en lo externo a ella). Claro ejemplo de ello es Everness, un soneto (justo por serlo, en este caso decidí conservar la estructura original, y no la de la musicalización de Arturo Meza, que incluso omite un verso) sencillamente extraordinario, que pertenece a la línea poética filosófica y aun religiosa de Borges. En Everness podemos ver la obsesión por el absoluto, tan distintiva del poeta argentino, como lo muestra no sólo en el cuento El Aleph, sino en múltiples obras. En este caso, la reflexión la despierta el tema de la memoria, que Borges ve como una incapacidad de olvido, y que ya había tratado en el cuento Funes, el memorioso, por ejemplo. Pero si en el personaje de Funes esta cualidad, que como un don del Rey Midas, pasa del prodigio de capturar todo recuerdo posible al auténtico infierno de la incapacidad de olvido, inhumana, en Everness la memoria no es la terrena, sino la divina, la de un Dios omnisciente atemporal. Por ello, “cifra en Su profética memoria las lunas que serán y las que han sido”, es decir, el absoluto borgiano en esta ocasión es el propio del creador del universo (según los creyentes, por supuesto), que ha determinado con absoluta precisión y perfección toda acción presente, pasada y futura (“ya todo está”), aunque el ser humano no logre descifrarla. Pero el paso del tiempo, que traerá la inexorable muerte (“las puertas se cierran a tu paso”), según la fe religiosa entregará la respuesta final que explique la existencia, el sentido, y así el plan de Dios para cada uno estará completo, cuando al fin “del otro lado del ocaso verás los Arquetipos y Esplendores”, en la eternidad (everness) prometida. De esta manera, Borges, como suele hacerlo, reflexiona desde un nuevo ángulo, porque esa incapacidad de olvido, paralizante e insoportable de Funes, que es sólo un gran recurso filosófico sobre el que se estructura, casi como prodigioso pretexto, un cuento fantástico clásico, en el poema Everness se muestra como ontología y teología profundísimas, por lo que esa incapacidad de olvido es imposible para el ser humano (que de hecho se define por lo contrario, por la desmemoria vergonzosa), una memoria que sólo la divinidad puede poseer. Justamente el poema cierra el ciclo existencial y místico, cuando el ser humano adquiera, tras la muerte y la expiación (si la merece), el mismo don en el paraíso, que perdió con el pecado original edénico, y que retomará, para llevarlo a la comprensión total del ser.
Pero este maravilloso fondo se expresa a través de un estilo impecable, ejemplar, que muestra por qué Borges es uno de los grandes de la poesía en lengua española. Pese a su identidad ultraísta, que proponía a la metáfora como única figura retórica auténticamente válida, en oposición al resto, que se veía como meros artificios tramposos sin verdadero peso, Borges acude a una sinécdoque en el cuarto verso (“las lunas que serán y las que han sido”), para representar el tiempo, esa eternidad que sólo conoce Dios. Esto, junto al encabalgamiento de los versos quinto y sexto (recurso poético extraordinario del que Borges es un auténtico maestro), son los pilares estilísticos que equilibran un poema tan fuerte en la parte del fondo, y si le sumamos la transparencia lingüística del resto de los versos, también se refuerza dicho equilibrio, y con ello el ejercicio de interpretación, si se consigue, permite la emoción precisa ante esa alta muestra de esperanza filosófica (no muy común en Borges, cuyo escepticismo, llevado a la política, explica buena parte de su lamentable comportamiento reaccionario), más allá de que compartamos o no la convicción religiosa, porque en el fondo Everness es mucho más una reflexión existencial sobre el absoluto (y por supuesto ante todo una búsqueda formal elevada), que teológica, aunque parezca lo contrario a primera vista.
Pero la musicalización de Arturo Meza, y la enriquecedora comparación con el ejemplo del post anterior, es lo que motiva su inclusión aquí. Justamente ese contraste de diferencias y semejanzas entre ambas rolas permiten valorar la calidad de Meza, su búsqueda, sus recursos. Si en Misión del poeta acude a la fusión entre música indígena y europea antigua, en Everness escoge el híbrido entre el arreglo de cuerdas y piano, y el rock progresivo, que termina armando una maravillosa canción de pleno rock sinfónico, moderno, riquísimo. Y como en todo artista genuino, ambas elecciones no son accidentales, sino motivadas, absolutamente decididas, reflexionadas. En Misión del poeta, la esencia prístina conmovedora del poema prehispánico sugería la búsqueda de la música indígena, a la que Meza sumó sus propias inquietudes musicales (y aun místicas, me atrevería a decir en su caso). Pero como Everness es un texto moderno, de lenguaje más elaborado, y con una carga conceptual más oscura, por el mismo tema del absoluto borgiano, Arturo Meza está atento, “siente” lo que la esencia del poema mismo sugiere, y escoge armonías mucho más elaboradas, en un arreglo más ambicioso, y que requiere mayor fuerza. Por ello, se apoya también en percusiones para la figura sinfónica principal; en este caso, un tambor de fanfarria y sonido de campanas. Por su parte, si en Misión del poeta son los acordes de los teclados atmosféricos de José Luis Fernández Ledesma los que sostienen la canción, en Everness es la figura del piano de Meza la que cumple esa función, pero con una notación elaborada, mientras que el aporte del mismo Fernández Ledesma también se va por la vía de la figura más llena de los sonidos de cuerdas y clavecín. En el intermedio hay un reposo, en que se vuelve a lo atmosférico, pero con ambiente de rock progresivo mucho más vanguardista. Esto le imprime a Everness no sólo una mayor búsqueda melódica, sino un espíritu moderno, acorde con el estilo de Borges. Por otro lado, la maravillosa voz de la invitada Marisa de Lille (cantante más experimental que, igual que otros músicos del mismo estilo, como Alquimia y el mismo Humberto Álvarez, tuvo su paso finalmente fallido por el pop más comercial, que le dio su canción más conocida: No soy igual) tiene características diferentes a la de Carmen Leñero. Al poseer una potencia más resaltada que la de Carmen (que como dijimos se destaca más por la hondura aterciopelada), Marisa logra destacar la mayor carga del fondo de Everness. Y en el intermedio, para equilibrar la carga progresiva y sostener su línea sinfónica, acude a agudos de soprano en contrapunto. Todos estos elementos muestran el cuidado con el que Arturo Meza elige del menú de posibilidades melódicas, de los arreglos, instrumentales y vocales, los más adecuados para enfatizar el sentido de la letra, y eso es justo lo que define una buena musicalización de un texto ajeno. Meza muestra un talento, una imaginación y un manejo de los recursos musicales muy destacados, y por eso mismo uno debe exigirle más, cuando cae en algunas reiteraciones, como señalé en el otro blog.
Como podemos ver, Everness es una de las mejores musicalizaciones que un rockero mexicano ha logrado de un poema (sólo comparable con Adam Cast Fort del mismo Meza sobre otro poema de Borges, además de los casos del mencionado disco No vayamos a irnos sin el mar y la ya revisada Cenzontle de Jaime López), y en ella Arturo Meza desarrolla sus ambiciones musicales más elevadas, con una precisión y una belleza tan impactantes, que sin duda crean una de las piezas de rock sinfónico más notables del rock nacional. Realmente una obra maestra.