
Letra y música: No tengo a mano los créditos exactos, pero participaron en la creación al menos Salvador Chava Flores, Carlos Monsiváis y Alfonso Arau, no sé exactamente en qué medida.
Intérprete: Botellita de jerez.
Disco: Naco es chido.
De día,
muy temprano tengo que checar;
de noche,
me transformo en el Tlalocman.
Me sobran superpoderes,
también me sobra debilidad,
y con mi supervista
te puedo, nena, radiografiar.
Me dicen Gutierritos
los que no saben que soy Tlalocman.
¡Tlalocman!
He combatido a los villanos
que del espacio suelen llegar,
pero mi suegra me quiso regañar,
por haragán.
De día,
muy temprano tengo que checar;
de noche,
me transformo en el Tlalocman.
Me sobran superpoderes,
también me sobra debilidad,
y con mi supermano
hoy la quincena voy a pagar.
De mañana, cajero;
de noche, baby, soy el Tlalocman.
¡Tlalocman!
Soy muy man,
requete man,
¡cáspita, man!,
muy, muy man.
Man, man, man,
soy el Tlalocman.
De día,
muy temprano tengo que checar;
de noche,
me transformo en el Tlalocman.
Me sobran superpoderes,
también me sobra debilidad,
y con mi supervista
te puedo, nena, radiografiar.
Me dicen Gutierritos
los que no saben que soy Tlalocman.
¡Tlalocman!
Soy muy man,
requete man,
¡cáspita, man!,
muy, muy man.
Man, man, man,
soy el Tlalocman.
Si al hablar sólo de influencia podía ponerse en duda la de Chava Flores en el rock mexicano, su histórica participación directa en el mismo no deja lugar a dudas. Existen varias versiones de los hechos, pero más o menos se sabe que la idea de Alfonso Arau de crear un grupo de rock surgió más por diversión y para un espectáculo puntual, que por convicción. De esta manera, Arau, comediante, bailarín y actor en el auge de su carrera, convocó a personajes tan disímiles como sorprendentes para su proyecto, como Carlos Monsiváis y el mencionado Chava Flores, que participaban, según sé, sólo en las composiciones, más un grupo de músicos diversos. Y surgió así el grupo Los Tepetatles (algo así como “Los Beatles de tepetate”). Además del espectáculo mencionado, el grupo dejó un único disco, Arau a go go, que es toda una reliquia. Y años después, el hijo de Alfonso Arau, Sergio, guitarrista de Botellita de jerez, retomó una de las canciones del disco: El Tlalocman. Y más allá de si participó o no plenamente en el grupo, la sola idea de incluir a Chava Flores muestra cómo el espíritu humorístico se ha asociado siempre con el rock mexicano, lo que explica también la incorporación, esa sí indudable, de Carlos Monsiváis, que fue un humorista permanente, por escrito y aun en la plática, como muestran sus extraordinarias crónicas, ensayos, prólogos, artículos, y sobre todo su célebre columna Por mi madre, bohemios, pilar fundamental de la crítica política mexicana. La influencia de Chava Flores es notoria en El Tlalocman. Su letra, sencilla y mordaz, es otra muestra de su crítica a la idiosincrasia nacional, que es conformista disfrazada de soñadora, ingenua y a la vez corrompida, mediocre y altanera a la par, bravucona y cobarde en alternancia convenenciera o impulsiva. Caos, contradicción, sincretismo, locura, soledad, melancolía, violencia, se conjugan con una gran dosis de ignorancia, atraso e instinto de sobrevivencia a toda costa, armando la gran Comedia humana nacional, la Tragicomedia mexicana, como la calificó José Agustín. Chava Flores y Monsiváis dedicaron su vida a retratarla, a desmenuzarla, cada uno a su estilo, pero con igual contundencia e ingenio. Mucho más liviano y transparente (por lógica diferencia educativa), Chava Flores igual acierta plenamente, y se burla una vez más de los afanes heroicos del “mexicano medio” (como dice Roberto González en Lentejuelas), que recuerdan, en su visión más seria, la novela La gloria de don Ramiro de Enrique Larreta, el relato En la galería de Franz Kafka, o más cercanamente, el mismo Don Quijote de Cervantes, sólo que a la mexicana, prosaico, burdo, inconsciente por limitación intelectual, y no por locura (la referencia a Gutierritos es otra cara de la misma moneda, pero peor, porque es muestra de la franca tomadura de pelo del melodrama telenovelero, que vende la historia de La Cenicienta una y otra vez, centrada en la fortuna o la belleza, y no en la actitud crítica). Así, el burócrata que sueña con hazañas y tamaños imposibles, mientras ve su vida cotidiana en la ruina, representa al mexicano promedio, humillado por la realidad, y que en lugar de cultivarse, concentrarse y actuar para transformarla, se evade en fantasías inútiles, en una prolongación de la mencionada A qué le tiras cuando sueñas. Uno perfectamente podría concentrarse en el análisis de las condiciones históricas que han propiciado esa personalidad nacional, como la falta de oportunidades, el fomento de la incultura como estrategia política de los gobiernos priístas (y ahora panistas, cínicamente asociados con la patética Elba Esther Gordillo), la corrupción, la marginalidad, la mala nutrición, etc. Pero El Tlalocman apunta al conformismo de facto, que sí es responsabilidad del ciudadano en muy buena parte. Pero todo esto se muestra de manera humorística, casi inofensiva, porque la intención es juguetona (después el propio Alfonso Arau llevaría este tono al cine, en El Águila descalza), catártica, sin dejar de ser crítica (porque podría evitarse el tema, simplemente, y no es así). ¿No es ya indudable la influencia de Chava Flores en el rock mexicano?
Por su parte, la versión de Botellita de jerez de El Tlalocman es uno de sus logros más disfrutables y frescos. La liviandad rítmica de la versión de Los Tepetatles cambia radicalmente, y Botellita de jerez imprime en su versión una potencia de auténtico hard rock, con la guitarra distorsionada de Sergio Arau como gran soporte del riff introductorio (y final), además de su fuerte interpretación vocal en los estribillos, que suele irritar un poco, pero que aquí cumple su función perfectamente. Pero la auténtica maravilla de este arreglo es el ingeniosísimo intermedio, en el que el ritmo se va alentando conforme se queda sola la batería de Francisco Barrios El Mastuerzo, para luego dar paso a las percusiones y los alientos prehispánicos (flautas de barro, caracoles, etc.) del invitado José Ávila, del grupo Los Folkloristas (en una de las máximas muestras del afortunado cambio de actitud de los trovadores respecto a su inicial prejuicio con el rock). El resultado es una parodia deliciosa del sincretismo propio del etnorrock, que es también el que define al híbrido ridículo entre el dios Tláloc nahua y el superhéroe occidental de cómic (¿no recuerda a Tiempo de híbridos de Rockdrigo?), que a la vez simboliza el sincretismo esperpéntico de nuestra idiosincrasia, de narcolimosnas, santa Muerte, Legionarios de Cristo pedófilos, etc. Curiosamente, más allá de la parodia, la música resultante en este intermedio es enormemente bella. Por ello, el recurso no sólo es ingenioso, fresco y sorpresivo, sino que posee gran mérito en su ejecución musical, impecable, precisa. Luego, el ritmo revienta de nuevo, para volver a su cauce de rock poderoso, en la estrofa final, con lo que la nueva versión de hecho la reinventa, con una mejoría muy notable.
Por todo lo señalado, El Tlalocman de Los Tepetatles no sólo posee riqueza histórica y gratísima sorpresa por sus compositores, sino que se vivifica totalmente en la versión de sus herederos directos: Botellita de jerez, en uno de los temas más logrados de su dispareja carrera, llena de resbalones (como su etapa cumbiera, o la reciente película Naco es chido, de lo peor que he visto en el último tiempo, con un humor idiota, de Richard Lester subdesarrollado, pero con el agravante de los años transcurridos desde entonces), pero que aquí muestra lo que lograba cuando no cedía a la necesidad de éxito ni al papel de payasos utilizables. Un auténtico clásico por todos lados.
muy temprano tengo que checar;
de noche,
me transformo en el Tlalocman.
Me sobran superpoderes,
también me sobra debilidad,
y con mi supervista
te puedo, nena, radiografiar.
Me dicen Gutierritos
los que no saben que soy Tlalocman.
¡Tlalocman!
He combatido a los villanos
que del espacio suelen llegar,
pero mi suegra me quiso regañar,
por haragán.
De día,
muy temprano tengo que checar;
de noche,
me transformo en el Tlalocman.
Me sobran superpoderes,
también me sobra debilidad,
y con mi supermano
hoy la quincena voy a pagar.
De mañana, cajero;
de noche, baby, soy el Tlalocman.
¡Tlalocman!
Soy muy man,
requete man,
¡cáspita, man!,
muy, muy man.
Man, man, man,
soy el Tlalocman.
De día,
muy temprano tengo que checar;
de noche,
me transformo en el Tlalocman.
Me sobran superpoderes,
también me sobra debilidad,
y con mi supervista
te puedo, nena, radiografiar.
Me dicen Gutierritos
los que no saben que soy Tlalocman.
¡Tlalocman!
Soy muy man,
requete man,
¡cáspita, man!,
muy, muy man.
Man, man, man,
soy el Tlalocman.
Si al hablar sólo de influencia podía ponerse en duda la de Chava Flores en el rock mexicano, su histórica participación directa en el mismo no deja lugar a dudas. Existen varias versiones de los hechos, pero más o menos se sabe que la idea de Alfonso Arau de crear un grupo de rock surgió más por diversión y para un espectáculo puntual, que por convicción. De esta manera, Arau, comediante, bailarín y actor en el auge de su carrera, convocó a personajes tan disímiles como sorprendentes para su proyecto, como Carlos Monsiváis y el mencionado Chava Flores, que participaban, según sé, sólo en las composiciones, más un grupo de músicos diversos. Y surgió así el grupo Los Tepetatles (algo así como “Los Beatles de tepetate”). Además del espectáculo mencionado, el grupo dejó un único disco, Arau a go go, que es toda una reliquia. Y años después, el hijo de Alfonso Arau, Sergio, guitarrista de Botellita de jerez, retomó una de las canciones del disco: El Tlalocman. Y más allá de si participó o no plenamente en el grupo, la sola idea de incluir a Chava Flores muestra cómo el espíritu humorístico se ha asociado siempre con el rock mexicano, lo que explica también la incorporación, esa sí indudable, de Carlos Monsiváis, que fue un humorista permanente, por escrito y aun en la plática, como muestran sus extraordinarias crónicas, ensayos, prólogos, artículos, y sobre todo su célebre columna Por mi madre, bohemios, pilar fundamental de la crítica política mexicana. La influencia de Chava Flores es notoria en El Tlalocman. Su letra, sencilla y mordaz, es otra muestra de su crítica a la idiosincrasia nacional, que es conformista disfrazada de soñadora, ingenua y a la vez corrompida, mediocre y altanera a la par, bravucona y cobarde en alternancia convenenciera o impulsiva. Caos, contradicción, sincretismo, locura, soledad, melancolía, violencia, se conjugan con una gran dosis de ignorancia, atraso e instinto de sobrevivencia a toda costa, armando la gran Comedia humana nacional, la Tragicomedia mexicana, como la calificó José Agustín. Chava Flores y Monsiváis dedicaron su vida a retratarla, a desmenuzarla, cada uno a su estilo, pero con igual contundencia e ingenio. Mucho más liviano y transparente (por lógica diferencia educativa), Chava Flores igual acierta plenamente, y se burla una vez más de los afanes heroicos del “mexicano medio” (como dice Roberto González en Lentejuelas), que recuerdan, en su visión más seria, la novela La gloria de don Ramiro de Enrique Larreta, el relato En la galería de Franz Kafka, o más cercanamente, el mismo Don Quijote de Cervantes, sólo que a la mexicana, prosaico, burdo, inconsciente por limitación intelectual, y no por locura (la referencia a Gutierritos es otra cara de la misma moneda, pero peor, porque es muestra de la franca tomadura de pelo del melodrama telenovelero, que vende la historia de La Cenicienta una y otra vez, centrada en la fortuna o la belleza, y no en la actitud crítica). Así, el burócrata que sueña con hazañas y tamaños imposibles, mientras ve su vida cotidiana en la ruina, representa al mexicano promedio, humillado por la realidad, y que en lugar de cultivarse, concentrarse y actuar para transformarla, se evade en fantasías inútiles, en una prolongación de la mencionada A qué le tiras cuando sueñas. Uno perfectamente podría concentrarse en el análisis de las condiciones históricas que han propiciado esa personalidad nacional, como la falta de oportunidades, el fomento de la incultura como estrategia política de los gobiernos priístas (y ahora panistas, cínicamente asociados con la patética Elba Esther Gordillo), la corrupción, la marginalidad, la mala nutrición, etc. Pero El Tlalocman apunta al conformismo de facto, que sí es responsabilidad del ciudadano en muy buena parte. Pero todo esto se muestra de manera humorística, casi inofensiva, porque la intención es juguetona (después el propio Alfonso Arau llevaría este tono al cine, en El Águila descalza), catártica, sin dejar de ser crítica (porque podría evitarse el tema, simplemente, y no es así). ¿No es ya indudable la influencia de Chava Flores en el rock mexicano?
Por su parte, la versión de Botellita de jerez de El Tlalocman es uno de sus logros más disfrutables y frescos. La liviandad rítmica de la versión de Los Tepetatles cambia radicalmente, y Botellita de jerez imprime en su versión una potencia de auténtico hard rock, con la guitarra distorsionada de Sergio Arau como gran soporte del riff introductorio (y final), además de su fuerte interpretación vocal en los estribillos, que suele irritar un poco, pero que aquí cumple su función perfectamente. Pero la auténtica maravilla de este arreglo es el ingeniosísimo intermedio, en el que el ritmo se va alentando conforme se queda sola la batería de Francisco Barrios El Mastuerzo, para luego dar paso a las percusiones y los alientos prehispánicos (flautas de barro, caracoles, etc.) del invitado José Ávila, del grupo Los Folkloristas (en una de las máximas muestras del afortunado cambio de actitud de los trovadores respecto a su inicial prejuicio con el rock). El resultado es una parodia deliciosa del sincretismo propio del etnorrock, que es también el que define al híbrido ridículo entre el dios Tláloc nahua y el superhéroe occidental de cómic (¿no recuerda a Tiempo de híbridos de Rockdrigo?), que a la vez simboliza el sincretismo esperpéntico de nuestra idiosincrasia, de narcolimosnas, santa Muerte, Legionarios de Cristo pedófilos, etc. Curiosamente, más allá de la parodia, la música resultante en este intermedio es enormemente bella. Por ello, el recurso no sólo es ingenioso, fresco y sorpresivo, sino que posee gran mérito en su ejecución musical, impecable, precisa. Luego, el ritmo revienta de nuevo, para volver a su cauce de rock poderoso, en la estrofa final, con lo que la nueva versión de hecho la reinventa, con una mejoría muy notable.
Por todo lo señalado, El Tlalocman de Los Tepetatles no sólo posee riqueza histórica y gratísima sorpresa por sus compositores, sino que se vivifica totalmente en la versión de sus herederos directos: Botellita de jerez, en uno de los temas más logrados de su dispareja carrera, llena de resbalones (como su etapa cumbiera, o la reciente película Naco es chido, de lo peor que he visto en el último tiempo, con un humor idiota, de Richard Lester subdesarrollado, pero con el agravante de los años transcurridos desde entonces), pero que aquí muestra lo que lograba cuando no cedía a la necesidad de éxito ni al papel de payasos utilizables. Un auténtico clásico por todos lados.