Letra y música: Jesús Echevarría.
Intérprete: On’ta.
Disco: Vuelta a la izquierda prohibida en Revolución.
La limosna es una bomba que
si no la dan, explotan,
pero aunque la den,
pero aunque la den,
también.
Ese beso que se mece
en las entrañas de la caridad,
ese beso dulce,
la virtud con boquita pintada,
saliva estampada en una página social.
La cartera de piel cara
es en el fondo muy sentimental:
suelta las monedas,
los remedios ruedan y sonriente
guarda bajo el vientre un título de propiedad.
Vienen, van y benefician,
desprendiendo aromas de bondad,
esencia de rosas,
perfuma la piel de la conciencia,
por dentro se entiesa todo este afeite facial.
Sabe, como el vino suave
escanciar la generosidad,
miel de corazones,
deleita la boca tan piadosa,
mientras muerde ansiosa en un hueso institucional.
La limosna es una bomba que
si no la dan, explotan,
pero aunque la den,
pero aunque la den,
también.
Hace no mucho tiempo leí que los productos que participan en los diferentes Teletones (da igual el país) difunden la marca a través de la campaña publicitaria del famoso evento de caridad tanto como cualquier campaña publicitaria. Pero con una gran diferencia: lo donado (la parte de la ganancia que paga el consumidor, así que no dan nada en realidad: dejan de ganar algo, pero sólo aparentemente, como muestra esta explicación) implica mucho menor gasto que una campaña publicitaria normal, en las que invierten habitualmente. En resumen: para una marca, participar en un Teletón implica una campaña publicitaria mucho más barata, por lo que lo donado es sólo una parte mínima del gasto que de todas maneras hacen en cualquier campaña normal. Las empresas no dan absolutamente nada; al contrario, ahorran gran parte de lo que hubieran gastado en la campaña publicitaria tradicional. Pero eso sí, colocan la marca, y le dan el prestigio de aparecer como una empresa “bondadosa”, socialmente sensible. La pobre gente ingenua les hace el juego, y valora las empresas equivocadamente. Pero hay una trampa aún mayor: cada vez que la gente apoya la caridad privada, alivia la carga, la responsabilidad social del Estado… No, corrijo: del gobierno en turno. La lógica del neoliberalismo implica la debilidad del Estado al máximo posible: incapacidad de fiscalización, imposibilidad de sanción gracias a candados legales, etc. Los gobiernos neoliberales latinoamericanos deben reírse a carcajadas cada año, cuando llegan los benditos Teletones, que, falsamente como ya vimos, les permiten limitar el gasto social al que están obligados, para que el gasto de los centros que se crean por los Teletones lo hagan los ciudadanos, no las empresas (ni me meteré con la lucha de egos de los “artistas” participantes, por el turno, el primer plano, o los desvíos del dinero, el manejo también publicitario de los políticos, etc.). Así, ese gasto social estatal, que debiera salir de una fuerte carga impositiva a la empresa privada (como ocurre en el exitoso modelo socialdemócrata nórdico) y al sector opulento (impuestos al lujo, por ejemplo, o a la alta ganancia de las megaempresas), al convertirse en un Estado jibarizado, débil, con los servicios y los recursos naturales privatizados (y no sólo la manufactura y los productos, como en las economías mixtas del mencionado modelo nórdico), lo vuelca en una ciudadanía totalmente ignorante en economía (gracias a lo que tampoco se invierte en educación ni cultura, para colmo), básicamente de clase media y baja, que le hace el juego, en lugar de movilizarse organizadamente para exigir al Estado (al gobierno) que cumpla sus obligaciones.
Por todo esto, cada vez que alguien más informado, que conoce las trampas, piensa en la caridad, se arma una dicotomía desagradable, porque, más allá del juego sucio señalado, hay una persona enfrente, real, que sí necesita una ayuda, a veces urgente (obviemos por ahora los tramposos, falsos mendigos, falsos minusválidos, etc., como tan bien retrató Lizardi en El Periquillo Sarniento). Así que… ¿doy o no doy esa moneda? Este conflicto lo trata con una enorme inteligencia On’ta en su canción La limosna. Pero obviamente Jesús Echevarría se centra más en el ángulo del pequeñoburgués, que usa la limosna para aliviar la conciencia, sentirse bueno, para luego regresar a esa vida que en varias formas arma la estructura socioeconómica que tiene al que recibe la limosna en esa condición. Tal como en la trova lo hace Silvio Rodríguez de manera brillante y contundente en Canción en harapos, On’ta desenmascara esta doble moral del pequeñoburgués, que enfrenta esta dicotomía señalada, pero sin excusa ética que valga. Se la inventará igual, o mejor dicho, se evadirá como siempre, pero la inquietud, la incomodidad, la mancha sebosa que por ese instante vertiginoso salpicará su mundo kitsch, provocará lo que señala Echevarría: no importa si das o no la limosna porque, aunque sea por un momento ínfimo, la des o no la des, juegues como juegues, pierdes en la calidad humana. Así, y como lo demuestra también de manera brutal la parte Caridad de Jorge Fons, de la película Fe, Esperanza y Caridad (los directores de los otros segmentos son Luis Alcoriza y Alberto Bojórquez), no es a través de las limosnas aliviadoras del alma turbia, ni de Teletones tramposos (¿recuerdan la caída de su gran y “tan sensible” figura en México, Lucerito, orgullosa e imbécil amante de la pavorosa caza por diversión?) que se ayuda al necesitado, sino de la exigencia firme a un Estado entreguista a las manos privadas, y que nunca se mete con la alta empresa como debería a través de los impuestos necesarios al exceso de ganancia, para que ejerza su responsabilidad social, fiscalice y sancione los abusos, clausure por los incumplimientos con el medio ambiente y la inversión en infraestructura social en los lugares de explotación natural o instalación de centros comerciales, etc. Todo lo que no sea eso, es, sencillamente, una trampa.
En la parte musical, On’ta escoge una línea melódica y un arreglo claramente ejemplificador del paso de la trova al rock, lo que se ve también en el estilo literario de la canción. Todo esto recuerda, por ejemplo, Satisfaga sus deseos del Roberto González de Un viejo amor, y muchas canciones de La Nopalera y León Chávez Teixeiro, otros participantes de esa transición. Para La limosna Jesús Echevarría escoge un ritmo de 2/4, que, a la velocidad con que se usa en esta rola, funciona muy bien para la intención irónica de la letra (a otras velocidades no pasa lo mismo, como podemos ver al recordar que, a máxima aceleración, el ritmo de 2/4 es característico del punk, que no tiene nada de este espíritu burlesco). Esta misma elección rítmica ya pone una distancia con la trova tradicional, pero detalles como el estilo del bajo y la batería, los recursos corales, o el delicioso intermedio de clavecín (otra ironía, en este caso alusiva a la clase aristocrática y pequeñoburguesa de las que se habla), ejecutado magistralmente por el invitado Humberto Álvarez, muestran el claro acercamiento al rock, lo mismo que las —todavía— tímidas elipsis de la letra (aún predomina la transparencia del lenguaje más relacionada con la canción de protesta del Canto nuevo). Asimismo, una incipiente ambición rockera se nota ya en el arreglo, pues una versión más plana se hubiera asemejado más a la esencia trovadoresca, más centrada en el fondo social y político de la letra.
De esta manera, La limosna ejemplifica inteligencia crítica y sensibilidad mezclada con humor bien logrado, pero también los primeros visos de una necesidad musical mayor a la guitarra acústica sola y arpegiada, señales todas de un cambio que no sería negación de lo anterior, sino fusión enriquecida, aunque a ambos bandos, trovadores y rockeros, todavía les tomaría tiempo entenderlo. Una rola deliciosa.