Intérprete: Daniel Viglietti.
Disco: Trópicos.
Este disco primero se conoció con el nombre Daniel Viglietti y el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC.
Besó a su mujer como si fuese última,
y a cada hijo suyo cual si fuese el único,
y atravesó la calle con su paso tímido.
Subió a la construcción como si fuese máquina.
Alzó en el balcón cuatro paredes sólidas,
ladrillo con ladrillo en un diseño mágico,
sus ojos embotados de cemento y lágrimas.
Sentóse a descansar como si fuese sábado,
comió su pobre arroz como si fuese un príncipe,
bebió y sollozó como si fuese un náufrago,
danzó y se rio como si oyese música
y tropezó en el cielo con su paso alcohólico.
Y flotó por el aire cual si fuese un pájaro,
y terminó en el suelo como un bulto fláccido.
Agonizó en el medio del paseo público.
Murió a contramano entorpeciendo el tránsito.
Amó aquella vez como si fuese el último.
Besó a su mujer como si fuese única,
y a cada hijo suyo cual si fuese el pródigo,
y atravesó la calle con su paso alcohólico.
Subió a la construcción como si fuese sólida.
Alzó en el balcón cuatro paredes mágicas,
ladrillo con ladrillo en un diseño lógico,
sus ojos embotados de cemento y tránsito.
Sentóse a descansar como si fuese un príncipe,
comió su pobre arroz como si fuese el máximo,
bebió y sollozó como si fuese máquina,
danzó y se rio como si fuese el próximo
y tropezó en el cielo cual si oyese música.
Y flotó por el aire cual si fuese sábado,
y terminó en el suelo como un bulto tímido.
Agonizó en el medio del paseo náufrago.
Murió a contramano entorpeciendo al público.
Amó aquella vez como si fuese máquina,
besó a su mujer como si fuese lógico,
alzó en el balcón cuatro paredes fláccidas,
sentóse a descansar como si fuese un pájaro,
y flotó en el aire cual si fuese un príncipe,
y terminó en el suelo como un bulto alcohólico.
Murió a contramano entorpeciendo el sábado.
Por ese pan de comer y el suelo para dormir,
registro para nacer, permiso para reír,
por dejarme respirar y por dejarme existir,
Dios le pague.
Por esa grapa de gracia que tenemos que beber,
por ese humo desgracia que tenemos que toser,
por los andamios de gente para subir y caer,
Dios le pague.
Por esa arpía que un día nos va a adular y a escupir,
y por las moscas y besos que nos vendrán a cubrir,
y por la calma postrera que al fin nos va a redimir,
Dios le pague.
Cuando estaba empezando este post, justo me llegó un “reclamo” por no haber incluido en la lista del blog de Las 100 mejores canciones del rock mexicano una rola de El Haragán. Como ya señalé por ahí, era una reacción que ya esperaba, de los amantes del pop, del metal, y sobre todo del rock urbano, como en este caso, ante la escasez o de plano ausencia de las rolas de su gusto en la lista. De hecho, ya se habían tardado, lo esperaba casi de inmediato, y no ha sido así, sospecho que por no encontrar mucho argumento. Y lo sospecho porque en este caso se dio exactamente eso, la carencia de argumentos, o mejor dicho, la obviedad de lo que pretendía serlo, pero que siempre cayó en aspectos externos a las rolas en sí: su autenticidad emocional, su sentida “crítica” social, representar la voz de los marginados, su importancia testimonial, etc., todas consecuencias de las canciones, pero no partes de su calidad letrística ni musical, los verdaderos aspectos que se valoran en dicho blog. Mi respuesta era evidente: El Haragán, como casi todos los rockeros urbanos puros (ni de lejos es problema exclusivo de él) cae una y otra vez en los mismos vicios y reiteraciones que tanto he señalado: simplismo, moralina, absoluta pobreza estilística, nulo trabajo de la forma, denuncia que se sabe de antemano que obtendrá el aplauso fácil y ya predigerido, ejecuciones y arreglos musicales primitivos, básicos, etc. Y sobre todo, canciones tan concentradas en el fondo y la emoción barata, que anulan todo trabajo formal, lo que propicia rolas de un desequilibrio total, que anula todo asomo de mérito artístico. ¿Cuál es el verdadero problema de todo esto? Que esos “mensajes” vayan y pasen (aun con esa carencia del menor refinamiento estilístico) en la tribuna, el púlpito, la tarima, el artículo de fondo (si algún medio relaja tanto la exigencia), etc.; pero da la penosa casualidad que esos músicos han elegido la creación artística, que es un fin, para utilizarla como si fuera medio, de expresión, de queja, de crítica facilista, que no profundiza en las complejidades de la realidad que pretende criticar, que siempre se queda corta. Y la ausencia del trabajo de la forma, absolutamente fundamental en el arte, convierte las rolas en libelos y panfletos paupérrimos, toscos, digeribles, y por todo esto, lo peor (porque de hecho creen que consiguen justo lo contrario): inofensivos. Y penosamente esa gran mayoría de los rockeros urbanos (hay excepciones, por supuesto, y están en la lista), y más aún su público, no logran entender esto (ni siquiera se esfuerzan en ello), y en cambio responden acusando de “elitismo”, “snobismo”, “discriminación”, “pose intelectualoide”, etc. Cero argumento, cero autocrítica, cero interés por crecer. Tengo claro que una buena parte de estos rockeros no tienen las herramientas culturales o educativas para hacerlo, y que eso es consecuencia de abusos, explotaciones o simple desinterés de los grupos de poder del país (sobre todo la clase política y empresarial). Pero también que eso no es culpa ni mía, ni de los escuchas, y la labor crítica es señalar los méritos y deméritos de las canciones, y no dedicarse a justificar sus limitaciones por su contexto sociocultural y económico (se puede señalar, pero la valoración de las obras no debe cambiar por ello).
Pero quizá el lastre mayor del rock urbano es la visión de que la marginalidad es una especie de mérito en sí mismo, al que de tanto sobar terminan por enaltecer, y que, por serlo, todo lo que salga de ahí es valioso. Con esto, el único sentido que encuentran es mostrar esa marginación, y dan por sentado que eso ya es el valor de una rola. Incluso son fanáticos de la peregrina idea de que el trabajo formal “suaviza”, “maquilla” y hasta anula la crítica social. Así, la falacia está completa.
Ya mostré cómo otros géneros musicales dan verdaderas lecciones al rock. Pero por una absurda visceralidad, los rockeros más básicos siempre han sentido que los otros ritmos son una especia de enemigos, de anti-rock, sea la música clásica, el jazz, y sobre todo la trova o el llamado Canto nuevo. Con esto, prosiguen la ridícula postura histórica de que los géneros se oponen, en lugar de entender que la variedad nos enriquece, y que si las obras son realmente buenas, no importa a qué género pertenecen (ojo, que ya he señalado también que hay trovadores, jazzistas, músicos clásicos, etc., que poseen el mismo prejuicio hacia el rock, lo que no es de extrañar, porque estúpidos hay en todos lados). En el caso de la trova, con Reza el cartel de Noel Nicola ya mostré cómo un letrista de ese género puede ser tan vanguardista como el máximo rockero progresivo o psicodélico, o como la ejecución en la guitarra acústica de Pedro Luis Ferrer en Romance de la niña mala podría darle varias lecciones a los guitarristas eléctricos metaleros más apantallantes. Pues bien, cuando se trata de crear obras artísticas sobre la marginalidad, la canción Construcción del brasileño Chico Buarque es otra muestra de que cuando el arte se concentra en la calidad, en la explotación de los recursos estilísticos y conceptuales que tiene a su alcance, eso no impide que la reflexión y la crítica social igual enriquezcan su contenido, su fondo y su emoción. Es una falacia de falsa dicotomía decir que la cabeza se opone al corazón, o la razón al sentimiento. Lo opuesto a la razón no es el sentimiento, sino la estupidez. Y Chico Buarque en Construcción lo deja bien claro, al crear una canción sensible, y aun así formalmente atrevida (es decir, cuidadosamente pensada, trabajada), y profundamente inteligente. ¿Qué mejor retrato de la marginalidad del obrero de la construcción que ese relato angustiante y denso de su somnífero día laboral, que culminará con el fatal accidente de trabajo? Porque, tal como en Estoy cansado de Mamá-Z (obviamente en ese caso no con el tema laboral) la auténtica pérdida del valor de la vida limitadísima del trabajador se demuestra en la factibilidad de alterar la relación de los significados con sus significantes, como en un rompecabezas fallido, pero que igual encaja sus piezas intercambiables, de pura miseria, de tanta intrascendencia que viven los obreros. Chico Buarque toma los enunciados, los parte, los vuelve a barajar, y vuelve a construir un relato que estrictamente hablando no es el mismo, pero que en el fondo sí es el mismo, porque dará igual, el resultado no cambiará, porque refleja la condición inalterable de los oprimidos ante la maquinaria de explotación histórica que define el sistema imperante. En ese sentido, si la repetición angustiante de la jornada del trabajador en Cipriano Hernández Martínez de León Chávez Teixeiro golpeaba desde su realismo, Chico Buarque lo hace ahora desde un ángulo vanguardista, de juego que muestra en carne viva su crueldad, y al mismo tiempo sugiere que ese mismo accidente podría vivirlo otro obrero, con detalles mínimamente distintos, pero con el mismo resultado, consecuencia de las mismas condiciones de inseguridad, abusivas, inhumanas, de los sectores que sólo conocen la sobrevivencia, y nunca la verdadera vida.
Pero aquí está el detalle más significativo, y que los mismos seguidores de los rockeros urbanos podrán responder: ¿acaso no se cumple la crítica social porque Buarque se preocupó de aportar una búsqueda formal?, ¿acaso la canción carece de sensibilidad ante la marginalidad del obrero porque exploró las posibilidades artísticas del lenguaje?, ¿acaso el autor no nos impacta también por ese mérito de inteligencia y talento poético, y por lo tanto su obra es más completa, más rica, más equilibrada entre forma, fondo y emoción? En contraste, ¿cómo tratarían el tema los rockeros urbanos de los que hablo? Se limitarían a algo como “pobrecitos los obreros/que los patrones explotan/y mueren en accidentes/porque su seguridad no importa”, o alguna obviedad semejante. ¿Una rola así sería veraz, refleja el problema del abuso? Sin duda, pues aunque se trate de una verdad simplificada al máximo, una verdad simple sigue siendo verdad. ¿Sería sentida? Supongo que sí. ¿Honesta? Seguramente. ¿Conmueve? No me extrañaría ¿Sería arte? Ahí está el problema: no. Sencillamente no, porque no se diferencia en nada del discurso político (más allá de una estructura medianamente regular que impone la música), la consigna en un mitin, la opinión, el alegato militante, el slogan. Todo ello muy respetable (bueno, a veces), y en más de un caso, valioso, pero que no es arte, porque no implica trabajo estilístico (la estrofita me tomó diez segundos, y no se diferencia de las letras reales de ese tipo de canciones), ni aporte poético, ni amplitud del fondo, ni dominio técnico, ni auténtica crítica de su tiempo, ni el menor asomo de originalidad (la mayoría de estos rockeros componen una y otra vez la misma rola, son iguales, y si no, vean a Lora, El Haragán, Juan Hernández, Mara, Banda Bostik, Lira’n roll, y un larguísimo etcétera), todos aspectos absolutamente fundamentales en la obra de arte. En Construcción, Chico Buarque deja bien claro que la creación artística puede conllevar la crítica social, la sensibilidad ante el abuso de los marginados, etc., pero que si se escoge la creación artística, el sentido no está en nada de eso, sino en crear arte de calidad, y punto, y queda claro cómo se concentró en ello, cómo el trabajo cuidadoso e ingenioso del lenguaje, la precisa elipsis (el sentido que se oculta tras el juego literario), e incluso el atinado recurso irónico de cerrar la canción con una especie de reprise de otra canción suya (Dios le pague), no necesitan obviar el fondo, no necesitan la moraleja facilista, ni los adjetivos predecibles, ni los lugares comunes del “compromiso social”, que en el caso del arte se convierten en verdaderos lastres, que anulan el sentido del arte como fin, y lo rebajan a la función anacrónica de medio, afortunadamente superada. Si como siempre ha ocurrido, los rockeros de este tipo (y su público) siguen sin entender esto, y no aprecian, además, lo que la trova y los demás ritmos pueden enseñarle al rock, simplemente que no pretendan aparecer en una lista que intente seleccionar por la calidad, y no por lo que no es intrínseco de las rolas, y que es lo único que siempre terminan enumerando en sus pataletas.
Bueno, a pesar de que Chico Buarque tiene una muy buena versión en español de esta canción, para este análisis escogí la versión del trovador uruguayo Daniel Viglietti, porque, a pesar de que el arreglo se apega mucho al original del autor, las pequeñas diferencias lo mejoran (lo que debería ser único motivo para versionar una canción, y que en este caso incluye la sustitución de la frase “pan con queso” por la de “pobre arroz”, única variación de la letra, y que también me parece acertada). El arreglo parte respetando el rasgueo típico de la guitarra acústica de samba y bossa nova, y tanto la fuerza de los metales, como los coros, son notablemente superiores, gracias al aporte del célebre Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC (por el que pasaron algunas de las más importantes figuras de la nueva trova y de la música en general de Cuba, como Pablo Milanés, Silvio Rodríguez, Noel Nicola, Amaury Pérez, Eduardo Ramos, Leo Brouwer, Sara González, Emiliano Salvador, etc.). En general no me entusiasma mucho la obra de Viglietti como compositor, pero el disco Trópicos, en que interpreta obras de autores cubanos (Silvio, Pablo, Noel) y brasileños (Edu Lobo y Chico Buarque), es estupendo, muy recomendable. En el caso de Construcción, la distintiva voz grave de Viglietti le da a la canción un aire sombrío y firme, muy atinado (en otras canciones cuesta un poco), y también hay una mejoría en la fuerza del ritmo respecto a la versión original.
Así, en Construcción de Chico Buarque podemos ver que el tema de la marginalidad, como todos, es un disparador para el verdadero arte, y que la crítica social, sensible y honda, serán consecuencias en su fondo y emoción, pero no su sentido, y sin perjudicar el equilibrio con la forma. Lo repito: una verdadera lección para varios rockeros confundidos y atrasados.