Disco: Aquí.
Un sonido cruzó, sediento, el ancho de mi piel;
mi mente se entregó, queriéndome entender.
Asombrado, recorrí, furioso, un mar de miel;
atento a los sentidos, sentí que algo se fue.
Algo extirpado de dentro de un cuerpo,
lumínico, extraño, se fue…
Algo abortado, un cruel nacimiento,
un fruto perverso, se fue…
Algo me incomoda, algo que no está,
frío como espejo, verde como mar,
algo que no tiene voluntad.
Es como colgarse de algo que se va;
nada, en sí, es concreto, es como soñar.
Algo que fue mío ya no está.
He insistido en muchos posts de ambos blogs en la importancia de la elipsis. He explicado en qué consiste con mayor detalle en el análisis de El blues de los 5 pesos de Tierra baldía, pero también en muchos otros. Esta insistencia se debe al tamaño de su importancia. Yo diría que es tan fundamental, que de hecho es el recurso que, no sólo marca la diferencia entre la creación moderna y la anterior, sino prácticamente define lo verdaderamente artístico, y lo diferencia claramente de lo que no lo es, de lo que se limita a cumplir su papel expresivo, meramente emocional y práctico. Es decir —y también lo he señalado varias veces—, lo que es un medio, sea expresivo, propagandístico, ideológico, etc., de lo que es el verdadero arte: un fin. Pero cabe la pregunta: ¿la elipsis puede ser excesiva, y por tanto, incorrecta? No es fácil responder. En teoría sí, como ocurre con cualquier exceso, algo que se sabe desde los griegos. Pero el mayor problema es que no es fácil evidenciar si la oscuridad de la obra es lo excesivo, o si el que trata de descifrar sus alcances es quien posee la limitante para analizarla, valorarla y criticarla. Es como cuando uno piensa (invito a los visitantes de este blog a hacer el ejercicio) en la persona más imbécil que conoce. ¿No es parte de su imbecilidad el hecho de que no se perciba como imbécil, y aun se crea genial? ¿Acaso si se diera cuenta de que es un imbécil, en ese mismo momento ya no lo sería tanto? Si como dice Mafalda, “nadie es buen Sherlock Holmes de sí mismo”, ¿es fácil asumir y aun sólo notar que es uno el que carece de la cultura, la información o los conocimientos que permiten analizar y valorar realmente una obra? Si bien no se trata de crear obras exclusivas para iniciados, los artistas tampoco pueden limitar su acto creativo al nivel de un público mayoritario, ni menos en los contextos del subdesarrollo educativo que padecemos en Latinoamérica. Cualquiera de estas dos actitudes implicaría dejar de pensar en la calidad de la obra, para concentrarse en el público, lo que inmediatamente significaría volver al arte sólo un medio más. Por todo lo dicho, no es fácil saber si la elipsis de una obra es excesiva, o si sencillamente sobrepasa el nivel de uno como público. Si uno no logra interpretarla, creo que lo más sabio es conservar esa duda, y sobre todo, disfrutar las ricas posibilidades interpretativas que tenemos enfrente ante esa complejidad, y confrontar nuestro quebradero de cabeza con otros, para que todas las interpretaciones nos enriquezcan mutuamente. En todo caso, siempre será mejor esa oscuridad que nos invita a la labor analítica iluminadora, que una obviedad y un facilismo que, al quitarle a un acto creador toda magia semántica, y darlo predigerido, lo vuelve intrascendente, inofensivo, un mero medio para los objetivos personales y mundanos del autor, que nada inspira ni nos aporta.
Ya he analizado en el otro blog algunas de las canciones más complejas del rock mexicano, como Sex farderos de José Elorza, Polvo en los ojos de Real de Catorce o Invención para tragafuegos y cuarteto rupestre de Armando Rosas y la Camerata Rupestre. En general, en esas rolas hay al menos algún pequeño indicio que me abre una posibilidad interpretativa: un pequeño campo semántico, una referencia ligeramente más clara, etc. Pero con Algo de Roberto González no hay caso: le he dado mil vueltas, he tomado elemento por elemento, he exprimido cada lexía, he hecho las matrices actanciales, los esquemas metatextuales y demás recursos teóricos, y la variedad de interpretaciones posibles son tan inestables para mí, que ninguna logra responderme todas las interrogantes que me surgen, ni termina por convencerme sobre las otras, lo que (como he aconsejado) me lleva a dudar de su total validez. Entonces, ¿la elipsis de la canción es excesiva, desequilibrada? No lo sé de cierto, podría ser yo el que carece de la claridad y conocimiento, no para descifrarla (porque, como he dicho, eso no corre para la obra de arte), sino para encontrar una interpretación satisfactoria. Y el hecho de que mi formación profesional sea precisamente en el análisis de la obra de arte no me hace infalible, por lo que esa duda sigue intacta, y de hecho me alegro de ello, porque significa finalmente que puedo seguir aprendiendo. Y sin duda alguna sigo disfrutando revisitarla una y otra vez, esperando que me llegue una lucidez insospechada que al fin resuelva el enigma de la esfinge. Y como me ocurre con Las Soledades de Góngora, Tierra baldía de Eliot, Finnegans Wake de Joyce, Farabeuf de Salvador Elizondo, Obsesivos días circulares de Gustavo Sáinz, Las olas de Virginia Woolf, Trilce de César Vallejo, etc., o en el cine con todo Bergman y Lynch, o con toda la pintura abstracta y surrealista, y con las llamadas instalaciones, o con canciones como I am the walrus, Glass onion o Come together de los Beatles, A whiter shade of pale de Procol Harum, Sound of silence de Simon & Garfunkel, o con todas las mencionadas del rock mexicano, entre muchísimos ejemplos de arte complejo y oscuro, con Algo, sin excepción, cada fracaso no es sino un deseo de seguir intentándolo, un desafío, pero sobre todas las cosas, un nuevo deslumbramiento ante tal complejidad conceptual y poética, ante tal capacidad del autor para propiciar estos afanes. Y no es la oscuridad metafórica la veta que explota mayormente Roberto González para crear este enigma, sino una oposición conceptual, unas características que no logran unificarse en un significante, una adjetivación de relaciones tan lejanas con sus sustantivos (uno de los mejores recursos poéticos, por cierto, como demostraron Huidobro, César Vallejo, el último García Lorca y tantos otros), que desorientan una razón acostumbrada a la tradición y la inmovilidad del kitsch y lo comercial, impuestos por el mercado y los medios. De ahí que el estilo de Algo no es surrealista, dadaísta ni de ninguna otra vanguardia centrada en la exploración formal, de metáforas exóticas y fulgurantes (como sí son la canción citada de Armando Rosas o la aquí revisada Pasitas de José de Molina, por ejemplo, aunque Algo igual tiene ciertos toques de ello), sino que se arma más por esas oposiciones semánticas que no terminan de armar en nuestra cabeza una imagen fácilmente reconocible. ¿Qué es ese “algo” de lo que la rola habla? Como dije, no logro escoger una interpretación plenamente satisfactoria. Por momentos me parece que se habla de un aborto (intencionado o accidental), del momento del orgasmo (una especie de canto a la muy poco mencionada depresión post-coito), de un efecto de la droga, aun de la experiencia medio traumática de una intervención quirúrgica (no sería nada raro que impactara a un artista sensible, pues basta recordar el poema Himno a Hipnos de Bernardo Ortiz de Montellano, que nació de esa misma experiencia), etc. Pero nada logra cerrar del todo, nada responde cuestionamientos que me surgen debido a otras frases de la rola que no muestran una relación plena con la interpretación. Y como ya expliqué por ahí, ni siquiera importa que conozcamos la intención original del autor de su propia boca, porque la obra artística es como un ave de presa que, por más preparaciones (intenciones) que reciba de su instructor (creador), al salir de la mano sigue por su propia cuenta, y toda elemento que la conforma, escogido o evitado, tendrá sentido propio cuando encuentre a su público (salvo problemas de simple comprensión). Por ello, aunque fuera muy clarificadora una “explicación” del autor de lo que quiso decir, hay suficientes elementos inconscientes para él mismo como para no invalidar una interpretación diferente de otro. Esa alquimia, aparentemente absurda o mágica, es parte del arte, una creación que se basa en lo objetivo, pero que refleja al ser humano, que no es totalmente claro, ni menos para sí mismo (es en este sentido que hablo de “inconsciencia”, y no a la manera no plenamente comprobada, o al menos discutible, de la psicología; es decir, me refiero una vez más a la enorme dificultad para conocerse del todo a uno mismo). En el caso de Algo, poseo una versión acústica anterior, grabada para radio, que tiene varios cambios. Por ejemplo “un chasquido”, en lugar de “un sonido”; “en orgasmos de mujer”, en lugar de “queriéndome entender”; “es como estandarte de algún ideal”, en lugar de “es como colgarse de algo que se va”; “es como viajar”, en lugar de “es como soñar”; y finalmente “algo que fue mío aprendió a volar”, en lugar de “algo que fue mío ya no está”. Sobre todo la segunda frase original hace que uno se incline por la interpretación del orgasmo. Pero entonces cabe preguntarse, ¿por qué modificó Roberto González esas frases? ¿Se explican sólo como decisiones de mejora estilística, o hay algo más? Sin duda los cambios oscurecieron el significado. Al ser la segunda versión la editada profesionalmente en disco, y por tanto volverse la “oficial”, la versión anterior de alguna manera carece de validez para el mismo autor (y de hecho no es fácil que el público conozca la versión previa, ni tendría por qué conocerla para su interpretación). Por ello, al elegir esa oscuridad, Roberto González escoge también que las interpretaciones se amplíen, así que de algún modo nos da “licencia” para ello, y la idea de “equivocación interpretativa”, impropia del arte (insisto que salvo la no comprensión de sus elementos, por ejemplo por ignorancia, lo que es otra cosa), aquí sería “propiciada” por el autor mismo. Vemos, entonces, que esta oscuridad es elegida, absolutamente intencional, y que toda su consecuencia —la amplitud interpretativa, volverla un desafío— es, de hecho, un objetivo artístico. Así, sólo me queda valorar lo ya dicho: cómo logra el autor crear este estupendo misterio, y abrir este espacio para invitar a los visitantes a que me compartan sus interpretaciones. Seguramente no encontraremos la luz, pero compartiremos nuestras oscuridades, y ya no estarán tan solitarias. Una excelente consecuencia del arte…
Pero Algo también aporta aspectos interesantes en la música. Su estructura melódica es sencilla, pero bastante original en su sencillez. La figura de la introducción y los intermedios musicales repite la melodía principal de la voz (la del estribillo), con el clarinete de Mario Mota, ex-integrante de La Camerata Rupestre, y también de Qual en una época. Como ocurre con muchos músicos de formación clásica, a Mota le cuesta un poco la improvisación (es quizá la única ventaja que tienen los músicos de rock, y más aún los de jazz, sobre los músicos clásicos), donde suele caer en reiteraciones y debilidades; en cambio, funciona de manera impecable cuando realiza una figura bien establecida, y justamente es el caso de la figura de Algo. La ejecución impecable de Mota, de una precisión notable (pues por más que no se trate de una figura demasiado compleja, tiene un pequeño rompimiento rítmico, que, sin modificar estrictamente el compás tradicional de 4/4, sí crea la sensación de que cambiara por uno más complejo), es el sostén del arreglo, y los pequeños solos extra tras la figura, estos sí improvisados (o al menos no fijos), aportan frescura. Todo esto hace que la música de la rola sea novedosa, un pequeño hálito de originalidad sin excesivas pretensiones, que amainan un poco la complejidad de su letra, para que no resulte una rola tan densa, y con ello la reflexión posterior en búsqueda de su sentido no sea angustiante, sino de un agradable gusto reposado.