Letra y música: Jaime Moreno Villarreal.
Intérprete: Carmen Leñero.
Disco: Casas en el aire.
Intérprete: Carmen Leñero.
Disco: Casas en el aire.
El corazón se equivoca siempre.
Nos da los golpes de pecho.
El corazón nos hace nobles y torpes,
seres de un gran corazón.
El corazón no desea la muerte:
el corazón se prepara ansiosamente.
El corazón quisiera irse muy lejos
mientras lo acariciamos como a un pájaro.
El corazón sangra toda la noche,
mientras tratamos de olvidarlo.
El corazón no desea la muerte:
el corazón se prepara ansiosamente.
Mi corazón no desea la muerte:
mi corazón se prepara...
El corazón huye por instinto,
pero caza por hambre.
El corazón es un gran lobo gris,
el último de los grandes.
El corazón no desea la muerte:
el corazón se prepara ansiosamente.
Mi corazón no desea la muerte,
pero late tan precipitadamente…
Ya hemos hablado ampliamente de la gran calidad de Jaime Moreno Villarreal como compositor, y de lo inconcebible que resulta que no haya grabado ningún disco. Pero también señalamos que por fortuna podemos conocer su obra por los demos que grabó en Radio Educación, y también porque otros rockeros han interpretado su obra. Es el caso de Betsy Pecanins (sobre todo en su disco Esta que habita mi cuerpo), pero especialmente Carmen Leñero. Lo valioso del caso de El corazón, es que, al no conocerse una versión del propio Jaime, podemos valorar la interpretación de Carmen sin la clásica “contaminación” comparativa, esa que nos hace preferir siempre la primera versión que conocemos, que suele ser la del autor (o casi siempre ocurre así, porque sin duda hay grandes segundas versiones que superan a las originales, como With a little help from my friends, pues sin duda la versión de Joe Cocker es infinitamente superior a la de los Beatles, o House of the rising sun de Animals, también una inigualable versión, que supera todas las anteriores y posteriores, incluyendo obviamente la horripilante de Sandro).
La letra de El corazón se centra en el simbolismo que de por sí posee este órgano del cuerpo, al que se le atribuyen, equivocadamente, las emociones, la alegría, el amor, pero también el dolor no físico, la tristeza, la angustia, etc. Para esto, Moreno Villarreal recurre a una clásica línea literaria: la que, centrándose en un solo motivo, busca agotar sus manifestaciones, pero desde lo oculto, lo simbólico, lo poéticamente significativo, al estilo de los que hacen Juan José Arreola con los animales en Bestiario y Pablo Neruda con los lugares de sus viajes en los poemas en prosa, y sobre todo André Breton en su poema Mi mujer. Así, Jaime Moreno Villarreal va tocando diversos aspectos del corazón, ese símbolo de la sensibilidad humana, sus contradicciones, su fragilidad. Para ello, utiliza diversas analogías metafóricas, prosopopeyas y pequeñas alegorías, pues lo compara a ratos con un lobo, con un pájaro, lo hace sangrar, cazar, y sobre todo prepararse. ¿Prepararse para qué?, para ser un corazón, para proseguir su destino inexorable, para sentir una y otra vez, y vivir así su naturaleza, que es la naturaleza humana, que es nuestra naturaleza. Para vivificarla, no importa que sea bajo el dolor y el sufrimiento, porque Moreno Villarreal reitera una y otra vez en el estribillo que “el corazón no desea la muerte”. Pero, en una pequeña paradoja retórica, también esa preparación insinúa la de la muerte, porque, de manera también inevitable, el corazón de los sensibles revienta (recordemos el término que usa para designarlos Roger Waters en The wall: los bleeding hearts, los “corazones sangrantes”), no sobrevive ante la frialdad, la indiferencia, el egoísmo, y sobre todo la no correspondencia de otro ante los sentimientos propios. Por ello, atinadamente Moreno Villarreal pone “el corazón no desea la muerte”, porque todos conocemos el despiadado abismo entre el deseo y su satisfacción real, o en este caso, el no deseo de lo irremediable, tan condenado al fracaso, pero tan familiar, tan propio. Quizá por eso, luego de proseguir en los estribillos la referencia al corazón en general de las estrofas, cambia en la repetición del mismo a “mi corazón”, y cierra el círculo de la rola alterando el estribillo en la última frase: “pero late tan precipitadamente…”, resaltando con ello ese destino inexorablemente autodestructivo que poseen los seres sensibles, los “seres de un gran corazón” (autodestructivo al sostenerlo en un mundo de odios, como muestra José Emilio Pacheco en Las batallas en el desierto). De este modo, en El corazón Jaime Moreno Villarreal nos da otra muestra extraordinaria de manejo estilístico, de dominio de los recursos poéticos, y de profundidad conmovedora en el fondo literario.
Por su parte, la melodía de El corazón es adecuadamente suave, lánguida, muy propicia para el timbre de Carmen Leñero, que aquí se muestra mesurado y casi sombrío, lo que le aporta a la rola un aire plenamente romántico (como ya he dicho, no en el sentido de la sensiblería cursi, sino en el del Romanticismo artístico del siglo XVIII, pálido, ojeroso, exhausto de sentir las pasiones derrotadas, y aun macabro y suicida). Por ello, El corazón resulta un ejemplo perfecto de la canción realmente romántica, e incluso con tintes góticos y dark, que ya anuncian a Lacrimosa, Santa Sabina y demás grupos de este movimiento. Y más si le sumamos el magnífico arreglo de Luis Leñero, lleno de detalles atmosféricos muy certeros, como esos sintetizadores iniciales tipo flauta de pan o zampoña, sobre otros rítmicos, casi como gotas estructurales, o la guitarra acústica arpegiada del cierre. No obstante, la estructura melódica de Moreno Villarreal todavía muestra una importante influencia rupestre, sobre todo del lado ligado a la balada-rock, a la variante progresiva del etnorrock y al rock sinfónico, como el de Armando Rosas y una parte de Gerardo Enciso y Arturo Meza, lo que hace de la música y el arreglo de El corazón una amalgama muy amplia de influencias y resoluciones melódicas impecables. Una rola de dolor dulce. Una lenta agonía. Un corazón muriendo.
Nos da los golpes de pecho.
El corazón nos hace nobles y torpes,
seres de un gran corazón.
El corazón no desea la muerte:
el corazón se prepara ansiosamente.
El corazón quisiera irse muy lejos
mientras lo acariciamos como a un pájaro.
El corazón sangra toda la noche,
mientras tratamos de olvidarlo.
El corazón no desea la muerte:
el corazón se prepara ansiosamente.
Mi corazón no desea la muerte:
mi corazón se prepara...
El corazón huye por instinto,
pero caza por hambre.
El corazón es un gran lobo gris,
el último de los grandes.
El corazón no desea la muerte:
el corazón se prepara ansiosamente.
Mi corazón no desea la muerte,
pero late tan precipitadamente…
Ya hemos hablado ampliamente de la gran calidad de Jaime Moreno Villarreal como compositor, y de lo inconcebible que resulta que no haya grabado ningún disco. Pero también señalamos que por fortuna podemos conocer su obra por los demos que grabó en Radio Educación, y también porque otros rockeros han interpretado su obra. Es el caso de Betsy Pecanins (sobre todo en su disco Esta que habita mi cuerpo), pero especialmente Carmen Leñero. Lo valioso del caso de El corazón, es que, al no conocerse una versión del propio Jaime, podemos valorar la interpretación de Carmen sin la clásica “contaminación” comparativa, esa que nos hace preferir siempre la primera versión que conocemos, que suele ser la del autor (o casi siempre ocurre así, porque sin duda hay grandes segundas versiones que superan a las originales, como With a little help from my friends, pues sin duda la versión de Joe Cocker es infinitamente superior a la de los Beatles, o House of the rising sun de Animals, también una inigualable versión, que supera todas las anteriores y posteriores, incluyendo obviamente la horripilante de Sandro).
La letra de El corazón se centra en el simbolismo que de por sí posee este órgano del cuerpo, al que se le atribuyen, equivocadamente, las emociones, la alegría, el amor, pero también el dolor no físico, la tristeza, la angustia, etc. Para esto, Moreno Villarreal recurre a una clásica línea literaria: la que, centrándose en un solo motivo, busca agotar sus manifestaciones, pero desde lo oculto, lo simbólico, lo poéticamente significativo, al estilo de los que hacen Juan José Arreola con los animales en Bestiario y Pablo Neruda con los lugares de sus viajes en los poemas en prosa, y sobre todo André Breton en su poema Mi mujer. Así, Jaime Moreno Villarreal va tocando diversos aspectos del corazón, ese símbolo de la sensibilidad humana, sus contradicciones, su fragilidad. Para ello, utiliza diversas analogías metafóricas, prosopopeyas y pequeñas alegorías, pues lo compara a ratos con un lobo, con un pájaro, lo hace sangrar, cazar, y sobre todo prepararse. ¿Prepararse para qué?, para ser un corazón, para proseguir su destino inexorable, para sentir una y otra vez, y vivir así su naturaleza, que es la naturaleza humana, que es nuestra naturaleza. Para vivificarla, no importa que sea bajo el dolor y el sufrimiento, porque Moreno Villarreal reitera una y otra vez en el estribillo que “el corazón no desea la muerte”. Pero, en una pequeña paradoja retórica, también esa preparación insinúa la de la muerte, porque, de manera también inevitable, el corazón de los sensibles revienta (recordemos el término que usa para designarlos Roger Waters en The wall: los bleeding hearts, los “corazones sangrantes”), no sobrevive ante la frialdad, la indiferencia, el egoísmo, y sobre todo la no correspondencia de otro ante los sentimientos propios. Por ello, atinadamente Moreno Villarreal pone “el corazón no desea la muerte”, porque todos conocemos el despiadado abismo entre el deseo y su satisfacción real, o en este caso, el no deseo de lo irremediable, tan condenado al fracaso, pero tan familiar, tan propio. Quizá por eso, luego de proseguir en los estribillos la referencia al corazón en general de las estrofas, cambia en la repetición del mismo a “mi corazón”, y cierra el círculo de la rola alterando el estribillo en la última frase: “pero late tan precipitadamente…”, resaltando con ello ese destino inexorablemente autodestructivo que poseen los seres sensibles, los “seres de un gran corazón” (autodestructivo al sostenerlo en un mundo de odios, como muestra José Emilio Pacheco en Las batallas en el desierto). De este modo, en El corazón Jaime Moreno Villarreal nos da otra muestra extraordinaria de manejo estilístico, de dominio de los recursos poéticos, y de profundidad conmovedora en el fondo literario.
Por su parte, la melodía de El corazón es adecuadamente suave, lánguida, muy propicia para el timbre de Carmen Leñero, que aquí se muestra mesurado y casi sombrío, lo que le aporta a la rola un aire plenamente romántico (como ya he dicho, no en el sentido de la sensiblería cursi, sino en el del Romanticismo artístico del siglo XVIII, pálido, ojeroso, exhausto de sentir las pasiones derrotadas, y aun macabro y suicida). Por ello, El corazón resulta un ejemplo perfecto de la canción realmente romántica, e incluso con tintes góticos y dark, que ya anuncian a Lacrimosa, Santa Sabina y demás grupos de este movimiento. Y más si le sumamos el magnífico arreglo de Luis Leñero, lleno de detalles atmosféricos muy certeros, como esos sintetizadores iniciales tipo flauta de pan o zampoña, sobre otros rítmicos, casi como gotas estructurales, o la guitarra acústica arpegiada del cierre. No obstante, la estructura melódica de Moreno Villarreal todavía muestra una importante influencia rupestre, sobre todo del lado ligado a la balada-rock, a la variante progresiva del etnorrock y al rock sinfónico, como el de Armando Rosas y una parte de Gerardo Enciso y Arturo Meza, lo que hace de la música y el arreglo de El corazón una amalgama muy amplia de influencias y resoluciones melódicas impecables. Una rola de dolor dulce. Una lenta agonía. Un corazón muriendo.