17 de octubre de 2011

PREGUNTANDO EN LOS UMBRALES


Letra y música: Jorge Meneses.
Intérprete: Lucerna Diogenis.
Disco: Rock’n’roll.
También existe una versión previa, mucho más tradicional y corta, de cuando el grupo se llamaba
Boleto del metro, en su disco La última lágrima.




Abre las ventanas de su cara,
empapa con su lámpara el contorno,
desdobla lentamente su esperanza,
y sale.

Se anuda las ideas, y repasa
las huellas que ha llorado en el asfalto,
se palpa el corazón —su muro y grieta—,
y cae.

¿Es que en verdad no puedo hablar de días
que alimenten mi onírico paisaje?
¿Soy sólo sombra que escurre cenizas?
¿Mi tumba es mi único equipaje?

Acaricia de nuevo sus pisadas,
desangran sus retinas las ausencias,
se encaja en el suelo su mirada:
él llueve.

Respira los semblantes del desprecio
que crípticas soledades escupen;
descubre que cuestiona lo innegable,
y muere.

¿Es que en verdad no puedo hablar de días
que alimenten mi onírico paisaje?
¿Soy sólo sombra que escurre cenizas?
¿Mi tumba es mi único equipaje?


Como ya comenté en otros posts, poco a poco el rock fue adquiriendo carácter de verdadero arte; es decir, pasó de su identidad de cultura popular a alturas mayores, más trabajadas, más elaboradas e incluso con mayor sustento académico. Y si consiguió eso fue gracias a su inconformidad, y a que músicos visionarios (quizá el primero fue Bob Dylan) comprendieron que los temas de las chicas, los autos, el ritmo y la fiesta daban para muy poco, y que la música y las letras podían contener algo mucho más profundo y trascendente. Para ello, gradualmente se fueron rompiendo barreras, entre ellas las propias de las exigencias comerciales de managers, disqueras, radiodifusoras y aun el nivel del público (que pasó de las histéricas y gritonas adolescentes a escuchas más atentos, en búsqueda y crisis generacionales y existenciales). Una de estas primeras transgresiones se dio con la duración de las canciones. Por necesidades de la difusión radial, las canciones no podían durar más de 3 minutos, y eso propiciaba la lógica de los singles, en los discos de 45 rpm., con un lado B generalmente de relleno. Pero eso pronto cambió, y primero adquirieron sentido los LP’s, que pasaron de la mera unión de canciones a los discos conceptuales. Pero también se dio la ruptura con los famosos 3 minutos. No sé exactamente cuál fue la primera rola que se atrevió a hacerlo (seguro hay controversia al respecto, de esas que, la verdad, no tienen mucho sentido), pero muy rápido se multiplicaron los casos, porque pronto quedó en evidencia que las limitaciones impedían el desarrollo de búsquedas mayores, de experimentaciones sonoras y letrísticas de mayor peso y trascendencia, y la influencia de la música clásica (sonatas, suites y rapsodias primero, y después conciertos, sinfonías y hasta óperas) y aun el jazz, así como los nuevos recursos instrumentales (sintetizadores, acceso a instrumentos musicales exóticos y orquestaciones sinfónicas y músicos de estudio, efectos de sonido y grabación, desarrollo de mejores consolas, micrófonos y mezcladoras, etc.), pronto permitieron a los rockeros creaciones más ambiciosas (como podemos ver con Lennon y McCartney de los Beatles, Pete Townshend de The Who, Brian Wilson de los Beach Boys, etc.). Así, Like a rolling stone de Bob Dylan; Light my fire, The end, When the music’s over y Celebration of the King Lizard de los Doors; Stairway to heaven de Led Zeppelin; In-a-gadda-da-vida de Iron Butterfly; Atom heart mother, Shine on you crazy diamond, Dogs y Echoes de Pink Floyd; Roundabout de Yes; A quick one while he’s away y Won’t get fooled again de The Who; Sky pilot de The Animals; Revolution N° 9, I want you (she’s so heavy) y Hey Jude de los Beatles; Bohemian rhapsody de Queen; American pie de Don McLean; Sympathy for the devil de los Rolling Stones; Graveyard train de Creedence Clearwater Revival; Layla de Derek and The Dominoes (es decir, Eric Clapton), Suite: Judy blue eyes de Crosby, Stills & Nash, etc., están entre los más destacados de los innumerables ejemplos de canciones largas y complejas. Obviamente no todos los subgéneros del rock se atrevieron a esa exploración peligrosa (en ese momento), dada la necesidad de un dominio técnico de la ejecución instrumental y la riqueza literaria que requería un crecimiento artístico de esa naturaleza, y no faltó una contraposición a eso de parte de algunos ritmos (el punk, por ejemplo) que, con el endeble argumento de la “democratización” del rock (¿no les suena al discurso del rock urbano mexicano también, con el agregado de la “crítica social” y un “realismo de la marginalidad urbana”?), trató de justificar su auténtico bajo nivel musical y letrístico, disfrazándolo de postura ética (en realidad, moralina) y acceso a la música para todos (lo que equivaldría a igualar a los curanderos y brujos con los médicos que sí estudian, o a los “media cuchara” con los arquitectos, a los astrólogos y esotéricos con los astrónomos, etc.). Por ello, las canciones largas (además de los discos conceptuales y las óperas-rock, que son otras consecuencias de esta experimentación nueva) se dieron más en la psicodelia, el rock progresivo y el rock sinfónico, de manera absolutamente natural.
El rock mexicano también vivió esa influencia, con canciones como Nasty sex de La Revolución de Emiliano Zapata en la época de Avándaro, y después con rolas como la revisada El Tlalocman de Botellita de jerez, algunas de MCC, como Nuestra historia (sobre un poema de Constantino Cavafis) y la revisada Los amores de Tato, y sobre todo la mencionada Viaje al espacio visceral de Guillermo Briseño, quizás el máximo ejemplo hasta la fecha. Pero como podemos ver, el rock nacional ha limitado mucho su búsqueda, y sólo el etnorrock y el progresivo instrumental de músicos y grupos como Tribu, José Luis Fernández Ledesma, José Luis Almeida, Eblén Macari, Iconoclasta, Oxomaxoma, 0.720 Aleación, Antonio Zepeda, Banda elástica, Cabezas de cera, Viraje, Chac Mool, Decibel, Humberto Álvarez, Jorge Reyes, Nazca, Nirgal Vallis, Rolando Chía, Vía láctea, Al universo, Praxis, y lo instrumental de Delirium, Alquimia, Arturo Meza y Armando Rosas, entre otros, se han atrevido a las piezas largas. Pero como ya dije, muy rara vez con letra. De los otros subgéneros del rock mexicano, casi nada.
Justamente por lo último es notorio el ejemplo de Preguntando en los umbrales de Lucerna Diogenis, pues, a pesar de que es un grupo básicamente ligado al progresivo, como ya he dicho lo está más cercano al de Pink Floyd, King Crimson y Jethro Tull, que sí creaban canciones (es decir, con letra), y no tanto piezas instrumentales. Además, Lucerna Diogenis también se caracteriza por la exploración de muchos ritmos, incluyendo los más tradicionales, como el blues (como Fantasma y El blues del mejor amigo), el folk mexicano (es decir, el ligado a lo trovadoresco, como en Intervalo), la balada-rock (como las revisadas Polvo de luna y Quiero huir), el fox trot (como A mi mujer) y hasta el bolero (como Mudo auricular). Quizá por eso, el grupo decidió hacer un disco más rítmico, llamado Rock’n’roll, título que no deja de tener su ironía, al estilo de A collection of great dance songs de Pink Floyd, y que sobre todo es una especie de nostalgia o rescate de su pasado de rock urbano-rupestre, cuando el grupo se llamaba Boleto del metro, y por eso es una especie de ironía también del disco Rock’n’roll de John Lennon, aunque como suele pasar con los grupos de rock progresivo, estos juegos son casi privados, y pasan desapercibidos para la mayoría de los escuchas. En todo caso, Preguntando en los umbrales es una especie de homenaje a las grandes canciones largas de la psicodelia, con reminiscencias y guiños directos a las mencionadas In-a-gadda-da-vida de Iron Butterfly y Light my fire de los Doors. Además, en una ironía adicional (este disco es especialmente irónico, algo que ya se veía venir con canciones previas, como El perro y la misma A mi mujer), también satiriza (o al menos así lo siento yo) las típicas canciones de cierre de los conciertos, en que los instrumentos se quedan solos para presentar a los músicos de la banda. Pero a pesar de todos estos divertimentos de humor negro autoflagelante (pues no deja de ser una revisión crítica del hecho mismo de ser rockero, y más por venir de un grupo progresivo, jugueteando con los ritmos tradicionales), que algo recuerdan el espíritu de José Agustín, Parménides García Saldaña, Gustavo Sáinz y otros escritores de la Literatura de la onda, además de Salinger, Kerouac y aun Jorge Ibargüengoitia, Preguntando en los umbrales igual es una buena muestra de destreza instrumental, y los solos que la caracterizan están bien logrados, a pesar de que algunos (como el del bajo, por ejemplo, o el del órgano clásico tipo Ray Manzarek, Doug Ingle, David Cohen, Gregg Rolie o Billy Preston) desconciertan un poco al salirse de sus escalas fijas. No obstante, estas “desobediencias” melódicas (que evocan de inmediato la rebeldía del blues) sorpresivamente igual suenan bien, y retoman con acierto la línea melódica al reintegrarse gradualmente a la “vuelta” de la canción; es decir, al momento en que todos los instrumentos vuelven a estar juntos, y se desarrolla la segunda parte de la letra. Estos y varios detalles más (el chirrido de la guitarra y el solo de batería al estilo de In-a-gadda-da-vida, los solos de órgano y requinto estilo Light my fire, el efecto wah-wah de la guitarra rítmica, típico de las psicodélicas como la de Jimi Hendrix, etc.) subrayan la intención musical de la rola, ese mencionado homenaje al rock hippie, algo que de por sí es indudable en esta versión, al poder compararla con la mencionada versión original, que carecía de esta intención. No obstante, y lógicamente, Lucerna Diogenis conserva elementos propios de su naturaleza más moderna y progresiva, como el notable cambio de ritmo del estribillo, o el recurso de las voces alternadas y encabalgadas, cargadas también alternativamente a uno de los canales (al estilo de Run like hell, de Pink Floyd), y sobre todo esas mencionadas “desobediencias” melódicas de los solos instrumentales. De este modo, es perfectamente coherente la duración larga de la rola, pues si se escoge debe poseer los suficientes detalles y riquezas sonoras que la justifiquen. Así, en el plano musical Preguntando en los umbrales es altamente disfrutable, y uno puede entregarse a escuchar sus solos firmes y atractivos con mucho placer y nostalgia.
Pero como pasa con muchos grupos progresivos, Lucerna Diogenis juega también con el escucha, y todo el espíritu de la música y el arreglo, casi festivo, choca con el fondo oscuro de su letra, que nos golpea sin darnos demasiada cuenta. Al estilo del Ulises de Joyce, y sobre todo A day in the life de los Beatles, Llover sobre mojado de Silvio Rodríguez en la trova, y Espejo roto de Gerardo Enciso, Preguntando en los umbrales narra un solo día de la vida de un personaje, en este caso sombrío, límite, desesperado, y que carga a cuestas toda la angustia existencial posible, el gran fracaso de toda una historia personal. Por ello, la letra de la rola es mucho más cercana al tema de Caminó de Roberto González, porque este día descrito no es cualquiera, sino el de la muerte del personaje, el día en que todo revienta por fin, de puro agotamiento y derrota. Pero Jorge Meneses escoge una vez más la técnica del mosaico o del vitral (como en la revisada Quiero huir), sólo que de manera más homogénea, y toma pequeños fragmentos, mínimas acciones creadas con metáforas y prosopopeyas casi puras, totalmente directas en su estructura, pero complejas en sus imágenes (sin ser demasiado oscuras), que describen los últimos actos llenos de amargura y ya casi autómatas del protagonista, sólo rotos momentáneamente por las interrogaciones retóricas, en el fondo desesperanzadas, porque su respuesta negativa se conoce de antemano. Atinadamente este fondo cargado se equilibra a través de la estructura poética, que resulta casi clásica, en cuartetos, de puros versos endecasílabos (salvo el primero, decasílabo, por la libertad intrínseca de una letra de canción) en los tres primeros versos, más el de cierre, trisílabo, además de los estribillos, sólo de endecasílabos, por lo que la letra de Preguntando en los umbrales muestra un trabajo formal muy cuidadoso, y aunque evidentemente la extensión de sus solos parecieran minimizar el contenido de la letra, este cuidado de la forma y la fuerza del fondo y la emoción logran una rola correctamente equilibrada, que sale airosa del alto riesgo que implica siempre transgredir la duración comercial establecida. Un disfrute sabroso, evocador y poderoso.