15 de mayo de 2011

TREN DE GUANATOS


Letra y música: Roberto Ponce.
Intérprete: Callo y Colmillo (es decir, Roberto Ponce y Nina Galindo).
Disco: Sin editar en disco, grabada para
Radio Educación.




Voy regresando en el tren de Guanatos,
para la capital.
En la estación me acompañó el guitarrero,
que se bajó por La Piedad.
Sus canciones nos trajeron buen agüero.
Con todo el tren,
nos entonamos muy bien.

Hay una luna completa,
y un coro de tunas sobre un maguey.
La jericaya me recuerda esas fresas
que nunca te puedes comer.
Traigo tequila,
voy bebiéndomelo a sorbitos;
con todo el tren,
nos entonamos de a cien.

La noche cruza de poblado en poblado,
con nombres que no alcanzo a ver.
De plata y cobre el campo sembrado;
hay ríos que parecen mujer.
Mi cumpleaños lo festejo en Irapuato:
en el tren
hay fresas a granel.

Por Salamanca liquidé mis gallos,
y en Celaya compré cajetón.
Y así se fueron los pocos centavos
que guardaba en mi maletón.
Mi pareja comenta que hay un nuevo aumento:
el salario
en la explotación.

Ya por Querétaro se ve el estadio
y se escucha una oración:
“todas aquellas casonas gigantes,
les sobra mucha habitación”.
Pero yo ya me voy durmiendo con mi guía,
por el riel,
andén tras andén.

En la alborada nos sorprende el sol gris
que cubre la zona industrial.
Vamos llegando a La Ciudad de los Palacios,
el gran Distrito Federal.
Todos mis sueños se quedaron en Jalisco,
en el tren
rumbo a la capital.

Voy de regreso en el tren de Guanatos,
para la capital.
Voy regresando en el tren de Guanatos,
para la capital,
de Guanatos a la capital,
de Guanatos a la capital,
de Guanatos a la capital.


Entre los subgéneros del cine, tanto por méritos, como por cantidad de películas, sin duda alguna el de las llamadas road movies es de los más importantes. Cuando las experiencias en un viaje son el pilar sobre el que se desarrolla una historia, tenemos una road movie clásica. Pero también cabe dentro del subgénero si al menos la parte más importante de la anécdota sucede en algún periplo, ya sea en barco, en auto, en tren o en una mezcla de transportes. Los temas pueden variar, e ir desde lo cómico hasta lo trágico, pero su rasgo distintivo es justo el recorrido más o menos detallado de un lugar a otro. Así, son road movies auténticos clásicos, como La strada de Fedrico Fellini, la maravillosa The incident de Larry Peerce, Harry and Tonto de Paul Mazursky, y ni hablar de la hippie llamada Easy rider de Denis Hopper, o las más recientes Rain man de Barry Levinson, The color of money de Martin Scorsese o Into the wild de Sean Penn, todas con carga más dramática. Una variante interesante es la que implica que los personajes llegan a un punto sin retorno, dado lo grave de los sucesos que han cometido en el viaje, como The boys next door de Penelope Spheeris, Thelma & Louise de Ridley Scott, Falling down de Joel Schumacher, y una buena parte de Bitter moon de Roman Polanski, Natural born killers de Oliver Stone y de alguna manera Eyes wide shut de Stanley Kubrick. Pero los ejemplos son centenares. En el caso del cine mexicano, podemos citar la estupenda Llovizna de Sergio Olhovich (sobre un cuento de Juan de la Cabada), Camino largo a Tijuana de Luis Estrada, Vidas errantes de Juan Antonio de la Riva, y por supuesto Y tu mamá también de los hermanos Cuarón. Y como ejemplos de road movie en que el rock es parte fundamental de su trama, podemos mencionar One-trick pony de Robert M. Young (con Paul Simon), además del ejemplo clásico: Magical mistery tour con los Beatles (aunque en realidad es un mediometraje para televisión), aunque en realidad los ejemplos no son demasiados, ni muy logrados. Pero obviamente el recurso de la historia de viaje no es exclusivo del cine. En literatura, hay muchos ejemplos. Por citar algunos: El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad (su traslado al contexto de la guerra de Vietnam en Apocalypse now de Francis Ford Coppola creó sin duda una de las road movies más impactantes de todos los tiempos), Las uvas de la ira de John Steinbeck, y por supuesto la más conmovedora para mí, por la forma en que se habla de México y por su contexto histórico: On the road de Jack Kerouac. Pero también en una buena parte lo son Lolita de Vladimir Nabokov, y la extraordinaria y más reciente No country for old men de Cormac McCarthy, además de la mexicana Se está haciendo tarde (final en laguna) de José Agustín.
Pero el verdadero motivo para hablar del road art (se me ocurre el término, para incluir todas las artes) en este post, es que las historias de viaje también tienen su equivalente en las canciones. En ellas, por pertenecer al género lírico, no es tanto la acción lo sobresaliente, sino las emociones y reflexiones que inspira el viaje, además de los personajes y los detalles poéticos del paisaje. En ese sentido, para mí el ejemplo más conmovedor es Me and Bobby McGee, compuesta por Kris Kristofferson, y conocida en la maravillosa interpretación de Janis Joplin. En español, hay ejemplos en todos los géneros musicales. Podemos citar Por las carreteras de Rafael Mendoza y Camino a Camagüey de Silvio Rodríguez por el lado de la trova. Incluso en la balada comercial hay varios ejemplos, como 120… 150… 200 kms. por hora y Camionero de Roberto Carlos (doy estas referencias sólo para mostrar lo importante del tema en la cultura y el arte). Y en el rock mexicano, está la revisada Dama en la carretera de Rafael Catana, y también A la orilla de la carretera de Jaime López y Carretera de José Elorza, cantada por Cecilia Toussaint.
Pero quizá el mejor ejemplo del equivalente musical de la road movie (que podríamos llamar road song) es Tren de Guanatos de Roberto Ponce, que interpretó con Nina Galindo, en su fugaz dueto Callo y Colmillo. Como en Dama en la carretera de Catana, en Tren de Guanatos el transporte es precisamente el poco habitual tren, que en México llegó a desaparecer varios años (hasta la muy reciente versión suburbana, más limitada), pero que en Europa, por ejemplo, es fundamental todavía. Por ello, en México suele usarse para evocar una época ya añeja, como en la rola de Catana, o para la canción más infantil, como en El trenecito de Barburia (si no recuerdo mal el título). Sin embargo, Roberto Ponce compone la rola cuando todavía era un transporte habitual (los que tuvimos la suerte de alcanzar a viajar a la provincia mexicana en tren sabemos lo mágico que era). Por ello, su tema sigue siendo actual: una vez más nos topamos con el contraste entre la vida relajada de provincia, llena de detalles tenues y gratos, y la inmensidad caótica de la gran capital. Pero Roberto Ponce escoge la sugerencia, mínima. Le resta todo dramatismo, para reducirlo a esa suave melancolía del que tuvo una probadita de calma, y debe volver al ritmo acelerado y vacío, sin que tampoco sea tan grave (hay que recordar que el personaje va “regresando”, es decir, no pertenece a la provincia), pues esos “sueños” que “se quedaron en Jalisco” son más un anhelo que una posibilidad. Así, Roberto Ponce se permite este pequeño desahogo, esta mínima frustración, pero prefiere concentrarse en describir la riqueza del viaje mismo; mas no una riqueza de ostentación, sino de detalles cálidos, personajes emotivos, y frases y reflexiones sueltas, leves. Sin renunciar a las figuras poéticas novedosas y bien logradas, propias de los rupestres (“hay una luna completa, y un coro de tunas sobre un maguey”, “hay ríos que parecen mujer”), atinadamente escoge un lenguaje más evocador que oscuro, para hacernos visible el recorrido, familiares a los personajes, y reconocible ese sentimiento, esa nostalgia que todavía no alcanza a nacer porque se está llegando apenas, pero que ya se vislumbra. Gracias a los bien elegidos elementos y términos propios del paisaje y la gastronomía de la provincia (“jericaya”, “fresas”, “cajetón”, “tequila”, “tunas”, “maguey”) y a los personajes anónimos y familiares (“el guitarrero”, la persona que comenta sobre las “casonas gigantes”), Roberto Ponce delinea los sentimientos a través de los lugares intermedios del viaje (La Piedad, Irapuato, Salamanca, Celaya, Querétaro), y consigue transmitir la sensación de pérdida del protagonista, conforme se aleja de Guadalajara (cariñosamente llamada Guanatos) y se acerca a La Ciudad de los Palacios, como bautizó Humboldt a la Ciudad de México, a la que asocia también elementos distintivos (“sol gris”, “zona industrial”). Como podemos ver, Roberto Ponce no explota un solo campo semántico a fondo, como vimos con Jaime López, sino que usa varios, que mezcla u opone, para dibujar esa resignación de manera muy tenue, que sólo se puede intuir, porque únicamente usa una frase de carga emotiva más clara y fuerte, cuidadosamente guardada para el final (“todos mis sueños se quedaron en Jalisco, en el tren rumbo a la capital”), en el momento en que decide unir la línea narrativa oculta con la visible; es decir, en el clímax de la canción. Como podemos ver, la letra de Tren de Guanatos, sencilla a primera vista, esconde un trabajo estructural y formal muy prolijo (otra prueba es el recurso de usar la palabra “tren” como cierre del sexto verso de todas las estrofas, salvo una en que usa el pariente semántico “riel”, y otra en que sí se va por otro sentido), de auténtico experto en el control de la tensión narrativa (porque estamos ante una canción con fuerte carga descriptiva), y el hecho de que el escucha no lo note es sólo parte de su mérito, de su estupendo manejo de los recursos literarios.
Para una road song de esta naturaleza, Roberto Ponce escoge una música sencilla de rock rupestre a guitarra de palo limpia, ni veloz ni lenta, sino intermedia, que sirve tanto para crear la sensación de viaje, como para permitir reflejar esa melancolía liviana y sencilla. Y la estupenda primera voz de Nina Galindo ayuda a este espíritu medido, tibio, preciso (sin duda es el mejor momento vocal de Nina, a quien le suele costar un tanto el matiz exacto en su carrera solista, pues muchas veces las canciones fuertes le quedan suaves, y a otras, suaves, le imprime mayor fuerza de la requerida). La voz de Roberto Ponce apuntala en los adornos, y gracias a que escoge una segunda alta en las armonías de los finales de las estrofas (algo muy poco habitual en los duetos mixtos, pues, por ser más grave, generalmente la voz masculina escoge una segunda baja si la voz femenina hace primera, o se encarga de la primera y deja a la femenina la segunda alta), con su peculiar timbre (que siempre me recuerda el de Paul McCartney y el de Noel Nicola) la melodía se llena de calidez y aun un aire de complicidad muy disfrutable, especialmente en la inteligente figura del intermedio, que funciona como pausa y reposo (del viaje).
De este modo, el histórico dueto Callo y Colmillo de Roberto Ponce y Nina Galindo aporta al rock mexicano una de sus pocas road songs, impecable, deliciosa, de pleno espíritu rupestre en la música y en su estilo poético, descriptivo y emocional.