10 de junio de 2013

SOUVENIR


Letra y música: Juan Bolaños y Hugo Tamez.
Intérprete: Luzbel.
Disco: ¿Otra vez?


Como la mañana y el vino de abril,
tengo tu recuerdo, ¡oh, Souvenir!
Busco tu voz y en el eco me responde tu silencio;
la obscuridad de tu alcoba me responde que te vas…

No sé por qué tienes que partir,
si todo era bello y era feliz,
si tu presencia en mi vida es como en este mundo el viento,
si el corazón se desgarra de pensar que volarás.

Porque el amor vuela,
la soledad llega,
y tu recuerdo
me hace pedazos,
y tú todavía no te marchas…

Como la mañana y el vino de abril,
tengo tu recuerdo, ¡oh, Souvenir!
Busco tu voz y en el eco me responde tu silencio;
la obscuridad de tu alcoba me responde que te vas…

Porque el amor vuela,
la soledad llega;
porque el amor vuela,
la soledad llega,
y tú todavía no te vas…


Cuando hice el otro blog, supuse que los seguidores de ciertos subgéneros reclamarían su escasa o nula aparición en la lista, así que eso no podría extrañarme. Pero curiosamente me extrañó lo contrario: pasó poco, y en algunos casos, nada. El más significativo fue el caso del llamado heavy metal, o para mayor generalidad, el rock pesado (incluiría todas las variantes del metal, el punk, el trash, etc.): no ha habido un solo reclamo. Supongo que se debe a la falta de argumentos sólidos para contraargumentar los míos, no porque sean demasiado brillantes, sino porque son relativamente evidentes. Yo esperaba ese debate para exponerlos, pero como no llegó, aprovecharé la rola de este post para hacerlo.
He dicho por ahí que, desde el punto de vista de la calidad musical, todo subgénero tiene méritos y deméritos dentro del rock (en otros tipos de música hay varios ejemplos sin mérito alguno). Lo que varía es la cantidad de ellos, y sobre todo, su equilibrio. Salvo muy honrosas excepciones, el heavy metal posee recursos muy limitados en el fondo, aunque la parafernalia y el efectismo intenten ocultarlo a los oídos de los escuchas menos críticos, que son los que generalmente forman su público. Sin duda el mayor mérito de este subgénero es la calidad de sus ejecutantes, sobre todo guitarristas. Los ejemplos sobran: Raúl Greñas, Icar Smith o César Calderón en México, y Slash y el tristemente malogrado Jason Becker en el metal internacional, sólo por citar algunos. Pero esa capacidad técnica muchas veces suele limitarse a la mera velocidad, que debería ser sólo uno de los recursos importantes de una ejecución guitarrística, y en muchos casos, ni siquiera tan primordial, sino más apantallante que efectiva (es fácil notar esa diferencia si comparamos a los metaleros más puros con Jimmy Page, a quien se considera precursor del subgénero, pero que poseía sin duda muchísimos más recursos que la mera rapidez). Pero no es difícil notar que basta escuchar una segunda rola, no ya de un mismo grupo, sino de otro representante del mismo subgénero, para sentir que la repetición es demasiada. Además, suele haber un nivel bastante menor en bajistas y bateristas, quizá no por su propia limitante técnica, sino por la estructura misma del ritmo. Por ello, es difícil encontrar canciones con una búsqueda distinta dentro del heavy metal. Ciertamente esto no es exclusivo de este subgénero; pasa también, por ejemplo, en el blues, y también se explica por su génesis añeja y de cierto primitivismo (no hay que olvidar que es una creación de esclavos negros estadounidenses; es decir, proviene del sector más marginal de su época). No obstante, creadores más modernos sí han mostrado que el apego a la estructura más bien fija del blues no impide la suficiente exploración y fusión con otras formas musicales (ya señalé que Briseño y Real de Catorce son muestras de ello en México). De este modo, aunque las reiteraciones se dan en todos los subgéneros, sin duda el heavy metal, demasiado concentrado en el impacto de la velocidad técnica de sus guitarristas, lo ha vuelto ya una de sus cargas distintivas.
Pero si eso ocurre con este subgénero en la parte musical, esto empeora en el lado de las letras, y más en México. Prácticamente todo el metal mexicano se caracteriza por una contradicción que, por el cariz de sus elementos opuestos, raya en el ridículo: una exageración de recursos supuestamente mortuorios y demoníacos (cadáveres, diablos, infiernos, calaveras, espectros, sangre, blasfemia, apocalipsis, etc.), además de sus contrapartes (ángeles, cielos, pecados, cruces, calvarios y demás), que arman una religiosidad de signo contrario, profundamente ingenua, que vuelve al género infantil e inofensivo, cuando desesperadamente trata de ser lo contrario, rupturista e impactante. Y las veces que intenta incluir alguna crítica social lo hace de manera obvia, fácil, simplona, sin análisis de fondo y sin exploraciones verdaderamente logradas en la forma. Por ello, toda buena intención se queda siempre corta si no aporta nivel artístico, inconformidad estilística ni equilibrio en la emocionalidad oscura que pretende crear.
Curiosamente un caso un poco más logrado en el heavy metal mexicano es la canción Souvenir de Luzbel. Y es curioso, porque justo se debe a que se aleja de la mera explosividad rítmica que suele distinguir al metal, y explora más las tonalidades y los vaivenes melódicos de la balada semigótica, medieval, renacentista y aun toques de celta, algo parecido a lo que han hecho otros grupos (por ejemplo algo de eso hace Scorpions con Wind of change, y sobre todo algunas cosas de Mago de Oz o Rata blanca en el rock en español). Y eso sólo evidencia que líneas melódicas muchísimo más antiguas igual son más ricas que el metal absolutamente moderno, lo que, me parece, habla por sí mismo. En el caso de Souvenir, la incorporación de las guitarras electroacústicas para hacer la introducción más clara y cercana a esas líneas melódicas es muy atinada, pero también refuerza el alejamiento de la lógica metalera habitual. Dicha línea también permite que la voz de Juan Bolaños (de timbre menos grato que el del exvocalista más identificado con Luzbel, Arturo Huizar, pero muy bien controlada y potente) se luzca más de lo habitual, desde la habilidad de sus escalas y no desde el grito, e incorpore así el equilibrio necesario y modernizador con la técnica metalera de cantar. Y también la elección de una figura fija al final del solo, hecha con dos guitarras ya eléctricas en armonía (al estilo del final de Hotel California de Eagles) es poco habitual, pues el metal suena siempre a solo improvisado, aunque no lo sea, y en general con una sola guitarra, así que una vez más esa novedad en el subgénero lo refresca y enriquece melódicamente, pero lo aleja de su tradición, algo que debería pasar tanto que ya no pudiera hablarse de vicios reiterativos. De este modo, la música y el arreglo de Souvenir son bastante buenos, porque aquí la indudable calidad técnica de Greñas en la guitarra sí está acompañada de un entorno melódico favorable, y por tanto, no se vuelve una isla entre un mar de bases rítmicas machacantes, como suele sucederle no sólo a Luzbel, sino a todo el metal mexicano e internacional.
Sin embargo, una vez más la parte de la letra es muy floja, y desequilibra la canción de manera lamentable. Se nota el esfuerzo por crear una letra poética que alcance la calidad de la música, porque se buscó la incorporación de figuras retóricas no habituales en las letras metaleras, pero finalmente se nota del mismo modo la escasa habilidad para concretarlas de manera novedosa y profunda. Por ejemplo, se escoge para la primera línea la figura retórica más simple: una comparación. ¿Pero qué sentido elíptico tiene ese “vino de abril”? ¿Qué rasgos distintivos tiene el vino en abril, que no posee en otros meses, como para poder crear en la mente del oyente o lector de la letra una referencia honda y de impacto estilístico? Cuando, por poner un ejemplo, Roberto Ponce habla de “rojos de marzo”, la referencia lleva directamente al clima, al color de los atardeceres de marzo. Si la búsqueda en Souvenir era invocar la tibieza del vino bajo el clima de abril para compararla con el recuerdo, la elección es pobre, porque los elementos elegidos no son los más impactantes ni por su fondo ni por la figura poética que crean. Esto demuestra lo dicho antes: buena intención, mal logro, por inexperiencia e ingenuidad. Enseguida aparece la línea más lograda: “en el eco me responde tu silencio”. La contradicción lógica es lo de menos, porque como recurso literario no sólo es totalmente válida, como oxímoron (como “el sonido del silencio” de Paul Simon, una buena referencia para ver cómo un mismo tipo de imagen sí se puede lograr de mucho mejor manera), sino de gran riqueza poética si se hace bien, aunque de nuevo no se alcanza a ver plenamente la motivación estilística de su elección (casi parece accidental). Pero incluso así, es la mejor imagen de la letra. Sin embargo, cuando uno empieza a sentir esperanza de que la ambición poética pueda crecer a partir de esta línea, viene de inmediato la mala elección de la palabra “alcoba”, ese tipo de palabras que, por su carga desgastada por los lugares comunes, tienen que usarse con mucho cuidado, porque fácilmente llevan al ridículo y la cursilería (lo mismo que “ternura”, “princesa”, “sublime”, “candor”, etc.). Y si bien se podría argumentar que dicha palabra corresponde con la atmósfera añeja de la línea melódica, al ser la única vez que se usa ese recurso, no parece que la intención sea reforzar esa congruencia, sino que se eligió por querer sonar poético sin saber hacerlo, acudiendo a la llamada “palabra dominguera”, al modo de los versificadores caricaturescos de pueblo y del estilo demagógico de los políticos (como muestra Rulfo en su cuento El día del derrumbe, por ejemplo). Y todo empeora, porque, como si el fallido esfuerzo por intentar un estilo poético hubiera sido demasiado para el compositor, se pasa de plano a la frase más obvia posible: “no sé por qué tienes que partir, si todo era bello y era feliz”, digna del más puro Juan Gabriel, Martín Urieta o cualquier baladista hecho por Televisa. Así, como podemos ver la inestabilidad estilística de la letra es evidente, y sus alcances, paupérrimos, el mismo mal de siempre en el heavy metal, aunque esta vez no sea por los excesos de la tradicional cuasimitología barata de ángeles y demonios.
De este modo, es una pena que una de las mejores piezas del metal mexicano igual tenga notorias desventajas, desajustes y francos tropiezos frente al nivel artístico de otros subgéneros del rock. Y harían muy bien los amantes del metal en considerar objetivamente estos argumentos que sostienen esta opinión, y los músicos del subgénero en seguir creciendo, en lugar de la mera rabieta que estos y otros análisis críticos les suelen provocar.