26 de noviembre de 2011

AY, INÉS


Letra, música e intérprete: Jaime López.
Disco: la versión que uso aquí no está editada en disco, y fue grabada para
Radio Educación. Existe una versión editada en el disco Jaime López, inferior para mi gusto, como ya explicaré.


La palomilla me cabuleaba —recordarás—
cuando pasabas por nuestra esquina con rumbo al pan.
Cual tu vestido, rojo subido, callaba yo;
luego me entraba con tu mirada un mortal temblor.
“¡Trágame tierra!”, rogaba, bajando la cara ahí,
“¡con los piropos de estos, mis cuates, qué va a pensar de mí!”.

'Ora me sales con que en verdad te gustaba Juan;
de mis amigos, puede decirse el más vulgar.
Tanta dulzura, tanta finura —querida Inés—,
frases pensadas, versos, tonadas, voz de Gardel,
tanta loción, para nada: el baúl se tragó el papel,
y ese retrato del día de bodas nos mira envejecer.

Ay, Inés, sólo te queda dormir y soñar…
Ay, Inés, y los donjuanes por los zaguanes lanzan sus flores
a tu costeña manera de andar…

Todo a tu paso era ese paso del huracán;
¡cómo corría sangre por ser el galán triunfal!
“Eres mi cielo” —así me dijiste—, “el primer amor”,
pero era de otro —amor imposible— tu corazón.
Tu cabellera ahora recuerda el olor a mar;
sobre la almohada esa palmera anuncia un vendaval.

Ay, Inés, sólo te queda dormir y soñar…
Ay, Inés, hay un donjuán asaltando el zaguán…
Ay, Inés, sólo te queda dormir y soñar…
Ay, Inés, yo ya no sé si reír o llorar…
Ay, Inés…


En el análisis —en el otro blog— de la canción La víbora de Fabio Morábito, interpretada por Carmen Leñero, hablé del problema de las mujeres que siempre escogen a los patanes. Para no repetirme, a quien quiera profundizar en el tema lo remito a ese texto, así como al del análisis de Nunca dejaré que te vayas de Carlos Arellano. Bueno, pues Ay, Inés de Jaime López toca ese mismo tema desde otra perspectiva, pero sobre todo a través de otros recursos letrísticos y musicales, por lo que, una vez más, un análisis comparado puede resultar interesante.
El tratamiento crítico hacia la mujer de Nunca dejaré que te vayas (pese a que no se centra en la elección errónea femenina, como sí ocurre en las otras dos rolas) se hace desde la ternura y un pequeñísimo reproche, tan sutil que suele pasar desapercibido. Esto lo permite la elección de un narrador personaje, y la elección de la primera persona logra que la rola posea ese tono doméstico, desde el interior de la pareja misma. Por ello, atinadamente Carlos Arellano escoge un lenguaje directo, franco y sensible. En el caso de La víbora, Fabio Morábito sí centra el problema en la elección de la protagonista, pero escoge un narrador omnisciente, así que la perspectiva es indirecta, menos emocional, y con ello se permite un estilo más metafórico y elaborado. Pero en Ay, Inés Jaime López se diferencia de ambos casos. Igual que Arellano, López escoge un narrador personaje, en primera persona que se dirige a una segunda, la mujer de la decisión inadecuada, incoherente, inexplicable para el dolor del narrador. Por ello, el reproche es mayor, y obviamente más claro, sólo que nacido de un cansancio emocional, que ha derivado casi en una compasión por la desviación de la mujer amada, cercana a la de Princesa de Joaquín Sabina, por ejemplo, y que explica la exclamación del título y de los estribillos. Pero además, López también se diferencia de las otras dos rolas en su elección estilística. De hecho, la rola puede dividirse en dos partes claramente diferenciadas desde el punto de vista estilístico, que escinde el primer estribillo. En la primera parte, pese a usar el mismo narrador de Arellano, en lugar de la ternura directa escoge un coloquialismo barriero y urbano, sustentado en ese pequeño campo semántico distintivo (“palomilla”, “cabuleaba”, “¡trágame tierra!”, “cuates”, “piropos”, “zaguanes”), y también en las referencias a las costumbres del barrio (como la ida al pan de la protagonista o la reunión callejera de esa palomilla). Por ello, el estilo es directo como el de Arellano, pero diferente por ese andamio semántico bien elegido, que tantas veces ha utilizado López, como vimos en los análisis de Muriéndome de sed y No me dejes en Siberia. Pero en la segunda parte de la rola ese recurso prácticamente desaparece, y el estilo adquiere rasgos más metafóricos (“paso del huracán”, “tu cabellera ahora recuerda el olor a mar”, “esa palmera anuncia un vendaval”), sin llegar a oscuridades propias de otras rolas de Jaime, seguramente para no caer en la incongruencia. Este cambio se explica porque refleja el de la perspectiva del narrador, evocador pleno de esa emoción pasada en la primera parte, pero que finalmente aterriza en el amargo presente en la segunda. De alguna manera es como si Jaime López nos mostrara en una sola canción que su rasgo poético distintivo siempre pasea de lo cotidiano, humorístico, barriero y directo, a lo oscuro, altamente metafórico y maravillosamente elíptico. Pero si estas diferencias no bastaran, hay un aspecto central en la rola, que no poseen las otras dos: la permanente e irónica analogía con el don Juan Tenorio y doña Inés de la literatura, que se encuentran directamente en obras como El burlador de Sevilla de Tirso de Molina, la ópera Don Giovanni de Mozart, y por supuesto Don Juan Tenorio de José Zorrilla, pero también en toda obra con seductor clásico, como Casanova, don Félix de El estudiante de Salamanca de Espronceda, el Marqués de Bradomín de las Sonatas de Valle-Inclán o el Vizconde de Valmont de Les liasons dangereuses de Choderlos de Laclos. A diferencia de las otras dos canciones, Ay, Inés se centra en esta analogía con esta referencia literaria, para llevarla a la vida moderna, mucho más primitiva y tosca, y ese contraste es el que le sirve para la ironía muy bien lograda, al estilo de los que hace Joyce en el Ulises. La Inés de Jaime López sería casi bufa si no fuera tan amarga al final, y el Juan mencionado aquí es un seductor grotesco, que representa a todos los que inmerecidamente arrebatan a la mujer adorada, en esta deformación de género que se ha mencionado. Por ello, una vez más el humor de López es sólo aparente (como suele pasar con los rupestres), y ese es su verdadero mérito, porque el puñetazo llega sólo después, cuando uno abarca el significado completo de su fondo, oculto bajo esos jugueteos con el estilo y la forma, por lo que el tratamiento del tema bajo sus manos es otro, muy distintivo, lleva su firma totalmente.
Por su parte, la melodía de balada-rock rupestre aporta su cuota nostálgica al tema, así que esa ironía de la letra se oculta (mejor dicho, se pospone) mejor. Lamentablemente, y como ya dije por ahí, Jaime López, extraordinario letrista, siempre es mucho menos exigente en la creación musical, pero sobre todo continuamente fallido en los arreglos. Incluso, como en el caso de Ay, Inés, suele echar a perder versiones que eran mejores como demos, a la hora de editarlas profesionalmente. En este caso, el fabuloso sax de Beto Delgado, que le aportaba delicadeza y calidez en la versión para radio, fue sustituido por un lamentable acordeón en la versión del disco Jaime López, lo que imprimió a la rola un aire norteño, mucho más superficial, pues terminó por resaltar el rasgo humorístico, en lugar de posponerlo como atinadamente lograba la letra. Este tipo de decisiones han impedido que Jaime López llegue al lugar que su calidad letrística merece, como ya expliqué en el otro blog. La versión que pongo aquí pertenece a un grupo de cuatro grabaciones radiales acompañado por el sax de Beto Delgado (las otras tres son Juana, Caite cadáver y Me siento bien, pero me siento mal) sobre su guitarra "de palo" sola, y que a mi juicio son de lo mejor que ha logrado Jaime, y que siempre he creído debió editarlas tal cual en disco (obviamente pulidas en su calidad sonora en el estudio profesional), lo que demuestra que muchas veces el mejor arreglo es el más sencillo. Como dije antes, la melodía de Ay, Inés resulta muy grata; sin demasiadas pretensiones, pero que cierra perfectamente, y como la voz de Jaime de por sí siempre suena lúdica, los rasgos melódicos de la canción, más bien tenues, equilibran la canción perfectamente. Es una pena que una canción de estos vuelos imaginativos y bien trabajados no haya quedado tal como está en esta versión, con todo su espíritu original, en un disco formal.

12 de noviembre de 2011

EL JARDÍN DE LAS DELICIAS


Letra y música: Humberto Álvarez.
Intérprete: MCC.
Disco: MCC 1980/1984.


Me alcanzó la locura;
corrí...
corrí...
pero me alcanzó,
y provocó en mí el vómito del tiempo encarcelado,
hizo de mi existencia un por qué
y un cómo,
tradujo mis palabras a un idioma incoherente,
me lavó la cara llorosa,
sudada,
perdida entre el mundo.
La esquizofrenia amiga,
la enfermedad sabia me alcanzó,
y ahora
no me dejará,
pues sabe que el final
lo tengo yo.

En el filo del delirio aún se oye mi voz,
balbuceando la última razón.
El desorden va pintando un cielo de luz,
y va ahogando el asco y el shock.

Siento ausencia y hay mudanza,
ya no estoy aquí, ni en sus criptas;
paso a paso voy surgiendo al sol,
enterrando juramentos,
su blanca prisión
sufre depresión,
¡muere en conmoción!


En otro ejemplo de canción muy larga, y que, por ello, rompe toda condición comercial, El jardín de las delicias de MCC es una muestra casi contraria a la recién revisada Preguntando en los umbrales de Lucerna Diogenis. Esto porque si Lucerna Diogenis hizo una retrospectiva como homenaje un tanto irónico a la psicodelia, MCC explora su esencia más distintiva, y la lleva al límite, en un rock absolutamente progresivo, que incluye una introducción atmosférica muy lenta, líquida, y con texto recitado, para luego romper en un ritmo más energético y lleno de notas, en un estilo que recuerda a Yes. Y sin embargo, ambos grupos exploran vías estilísticas en el fondo muy emparentadas, por más distantes que parezcan a primera oída, gracias a que justo esa amplitud extraordinaria es lo que define al progresivo. Como dijimos, Lucerna Diogenis rompió con su línea tradicional en el disco Rock’n’roll, precisamente porque su rock progresivo es más cercano al rock clásico y al espíritu del blues, cimentado en las guitarras eléctricas y electroacústicas de Jorge Meneses. En cambio, MCC siempre siguió su vía del progresivo ambiental y polifónico, con base en los sintetizadores de Humberto Álvarez y Enrique Quezadas, con solos y figuras de apoyo complejos, así que sus exploraciones musicales se centraron en las atmósferas y en las influencias del rock sinfónico. Pero en más de una ocasión ambas búsquedas llegaron a territorios melódicos, emocionales y energéticos similares, sobre todo porque ambos estilos musicales apuntalaban el lucimiento de las voces, de Mario Rivas en el caso de MCC, y de Jorge y Gerardo Meneses en el de Lucerna Diogenis. Y si a eso le sumamos el estilo poético minimalista de las letras (lado poco habitual en los grupos del subgénero en México, como señalé antes), al final se da un espíritu común entre ambas bandas, de rock progresivo sensible e inteligente. Eso no significa que no se den las suficientes diferencias para compararlas. Y en este caso, esos contrastes no sólo permiten, sino impulsan el disfrute de las dos búsquedas, y no resulta tan fácil determinar cuál la concreta mejor, precisamente porque el progresivo es un subgénero complejo, lleno de tantos detalles significativos, que dificultan la elección (aunque en este caso Lucerna Diogenis lleva la desventaja de haber escogido una añoranza melódica, intencionalmente más simple; pero con otras rolas sería más complicado).
Como dije, El jardín de las delicias de MCC inicia con una atmósfera de hipnóticos acordes arpegiados (después del sorpresivo golpe sonoro introductorio, que amaina inmediatamente), en vueltas y vueltas con cambios mínimos, que ayudan a introducir el soliloquio recitado, y crean así una lentitud repetitiva, precisamente como los vaivenes ensimismados de los locos, tema de la letra (como veremos más adelante), por lo que la decisión es muy acertada. Pero después los mismos acordes abandonan su arpegio, en un sonido de órgano primero, para luego dar paso a notas que gradualmente pierden su coherencia armónica y pasan a la disonancia y el encabalgamiento de sonidos, hasta un pequeño caos sonoro de notas granizadas, cada vez más veloces, hasta que al fin se funden como átomos, que incluso dan una sensación de grabación al revés, al estilo de ciertos pasajes de Revolution N° 9 de los Beatles. Todo esto como una de las mejores muestras del progresivo más vanguardista y alucinado. Pero enseguida nuevos acordes se reacomodan en pares de golpes, para pasar al ritmo pleno con el ingreso de la batería, con una potencia que evoca de inmediato Sheep de Pink Floyd. Enseguida suena un impresionante solo vocal de Mario Rivas, que también recuerda las pinkfloydeanas The great gig in the sky y sobre todo A sacerful of secrets. Después, en medio y al final de las partes cantadas, los acordes aterrizan en una figura principal de sintetizador, como ya dijimos más propia de Emerson, Lake & Palmer o Yes. Y en una muestra más de la gran maestría vocal de Mario Rivas, la agudísima frase final de la letra, así como la figura que cierra la rola son simple y sencillamente inigualables. Todo esto, más los múltiples detalles, cambios de ritmo, pequeños quiebres y nuevos impulsos, etc., arman una auténtica obra maestra del rock progresivo mexicano, compleja, de virtuosismo impactante.
Por su parte, como ya dijimos la letra de El jardín de las delicias se centra en la locura, como en la ya revisada ¿Será por eso? de Caifanes (además de las referencias de otras artes citadas en el análisis de dicha rola en el otro blog, al que remito para no repetir). Pero Humberto Álvarez no explora el tema desde la oscuridad del psicópata, sino que recurre a un narrador personaje que posee una extraña mezcla de locura y conciencia de la misma, lo que no deja de ser paradójico si no se ve como lo que es: un mero recurso literario. En todo caso, atinadamente Álvarez especifica que es la esquizofrenia el tipo de mal mental del que nos habla, porque justo se caracteriza por ese vaivén entre locura y lucidez momentáneas; sin embargo, aquí se habla de esquizofrenia también de manera simbólica, en alusión a las distorsiones que provoca la vida moderna (no se dice expresamente, pero el estilo descriptivo y las imágenes “vómito del tiempo encarcelado” y “perdido entre el mundo”, además del ritmo a ratos industrial del arreglo, crean esa sensación de locura inducida por la época, y no literalmente física, congénita). Obviamente la canción El jardín de las delicias se basa en el célebre tríptico homónimo de El Bosco; sobre todo en su parte central, donde la locura se describe precisamente como una consecuencia de la corrupción humana (bajo la óptica de la moral medieval, evidentemente, además de que hay varias interpretaciones de la obra, entre ellas una que propone lo opuesto, una exaltación del placer libre, bastante osada para la época), que mostrará sus consecuencias en el infierno descrito en el tercer lado del tríptico. Adaptando esa mismo tema para su momento histórico, Humberto Álvarez escoge un estilo bastante transparente, para propiciar la credibilidad del narrador, y las escasas imágenes metafóricas poseen cierta ingenuidad, porque ese es el tipo de poesía involuntaria que crean las mentes distorsionadas: un tanto autómata e incoherente, pero sencilla (salvo casos más graves), rasgo que también define el estilo de la revisada ¿Será por eso? de Caifanes (basta compararlas), y por el mismo motivo de la credibilidad del narrador. En ese sentido, la letra de El jardín de las delicias se apega más al sentido del progresivo clásico (incluso la locura es uno de sus temas habituales), pero no deja de ser algo débil poéticamente, en comparación con el tratamiento mucho más ambicioso y oscuro de Pink Floyd, King Crimson o el mismo Lucerna Diogenis, por mencionar algunos ejemplos. No obstante, la melodía, los cambios rítmicos y el arreglo completo, además de las impecables ejecuciones instrumentales y vocales de MCC, equilibran absolutamente la rola, armando, como ya dijimos, una extraordinaria pieza larga, cumbre en el progresivo mexicano por donde quiera que se le mire.